Anomalías e inquietudes

 Había puesto un anuncio en prensa y en las redes sociales. Recogía libros usados a aquellas personas que quisieran deshacerse de ellos. Él personalmente pasaba por el domicilio de aquellas personas que le llamaran y retiraba lo que le tuvieran preparado bien en cajas o en bolsas.

Tenía alquilado un pequeño local donde colocó unas estanterías para ubicar los libros que clasificaba por autores. 

En tan solo un mes había hecho acopio de más de mil quinientos libros, realmente todos estaban en muy buen estado. Su pretensión era ponerlos a la venta a precios irrisorios y con los beneficios poder costear el salario de un profesor de apoyo para aquellos alumnos que más atención necesitaran, en la escuela de secundaria en la que él daba clase.

Desde que comenzara el curso, junto con otro compañero ya dedicaba unas horas por la tarde a atender a los chicos que requerían de más ayuda en sus estudios. Si bien, él estaba dispuesto a seguir haciéndolo de forma gratuita, consideraba que debía de contar con la posibilidad de tener emolumentos para satisfacer las necesidades económicas que pudieran tener los profesores que quisieran colaborar en ese proyecto que él se había empeñado en llevar adelante.

Llevaba varios minutos dando vueltas por un barrio de clase alta, todo eran chalet, para localizar un domicilio que le habían indicado para recoger varias cajas de libros. Por fin encontró la calle y localizó la casa, parecía que no estaba habitada por el estado de dejadez que ésta presentaba. Pensó que seguramente le habrían gastado una broma, sobre todo porque aunque era la hora que habían quedado, no había nadie en la entrada y el timbre de la verja no funcionaba, seguramente porque o bien estuviese averiado o la luz de la casa estuviese cortada que sería lo más probable.  La casa quedaba situada casi en el centro de una superficie vallada con una puerta de entrada para las personas y otra puerta más grande que llevaba a la cochera.

A pesar de todo siguió ahí en la puerta esperando, no le molestaba haber tenido que desplazarse con su vehículo más de diez o doce kilómetros, lo que realmente le molestaba es que alguien pudiera gastar bromas tan absurdas. Estaba a punto de marcharse cuando se percató de que le llamaban por su nombre. Carlos, espere ya le abro.

Miró en dirección a la casa y vio a un anciano, encorvado, con una larga barba blanca y un bastón con empuñadura de plata. Lentamente el anciano caminó hacia la entrada de la propiedad y le abrió la puerta.

-Buenas tardes señor.

-Buenas tardes don Carlos.

-Llámeme Carlos simplemente, por favor, y ¿usted cómo se llama?

-Frutos Montes Sánchez

La sombra de duda en la cara de Carlos, fue percibida por el anciano. Y éste dijo:

-Frutos era el nombre de mi abuelo y mi padre que también se llamaban así. San Frutos es un santo que nació en el año seiscientos cuarenta y dos, su santo se celebra el veinticinco de octubre y si algún día pasa por Segovia verá en su catedral los restos de este santo que reposan desde el año mil quinientos cincuenta y ocho. 

-Gracias por su información la verdad es que nunca había oído ese nombre.

-Bueno venga por aquí, en la cochera tengo varias cajas de libros que quiero que se lleve.

Costó un poco abrir la puerta de la misma, pareciera que no se había abierto hacía mucho tiempo, efectivamente la casa no tenía luz y hubo que abrirla de par en par, para tener suficiente luz hasta el fondo de la cochera, donde en lo alto de un banco de trabajo había colocadas cuatro grandes cajas que contenían los libros.

-Son esas las cajas que se tiene que llevar. 

-Está bien iré al coche a por una carretilla.

Le sorprendió por su antigüedad y el valor que tendrían, los dos coches que había en la cochera, el primero que vio cuando abrieron la puerta era un Mercedes Benz 200 Fintail W110 del año 1965, el que le precedía era un Renault Torpedo NN de 1925 ambos en perfecto estado. Había identificado los vehículos porque era un gran aficionado del automóvil el mismo tenía un BMV 327 Cabriolet de 1938.

Volvió a la cochera, colocó las cajas en la carretilla y llamó al anciano que no vio en la misma.

 -Señor Frutos, ya he terminado, voceó, varias veces.

 Repitió la llamada y en ninguna obtuvo respuesta.

 Debieron pasar un par minutos cuando oyó la voz de anciano que le dijo:

-¿Qué hace ahí todavía como un pasmarote?, cierre la puerta de la cochera y la de la verja al salir. Gracias por haber venido, siento no poder acompañarle hasta la puerta.

La verdad es que le parecía un poco raro, pero el anciano se veía tan frágil y tan mayor, que seguramente se habría agotado tras el esfuerzo realizado en recorrer el camino hacia la puerta de la entrada de la casa y la cochera.

Cumplió con lo ordenado cargó las cajas en el maletero de su coche y se marchó del lugar.

Cuando abrió las cajas y vio los libros que contenían, no podía creerlo, eran joyas.

Habilitó una estantería solo para el contenido de esas cajas que señalizó con un cartel arriba en el centro de la misma como "libros antiguos".

No estaba muy seguro si debía quedarse con ellos, pero al fin y al cabo era a él a quien habían llamado y cierto era que no había comprobado el contenido con el anciano, pero nunca lo hacía cuando le llamaban para recoger alguna caja o bolsa.

No había otras cajas en la cochera y el anciano señaló y hasta golpeó una de ellas con su bastón cuando le señaló las que tenía que llevarse. No cabía la menor duda de que si el anciano había preparado las cajas o había ordenado a alguien que lo hiciera sabía perfectamente que el contenido era de gran valor, tanto cultural como económico.

También dudó de cómo ubicarlos en la estantería, por autores, por título por orden alfabético o por fecha de publicación. Calló en la cuenta de que le llevaría más tiempo pero lo haría por la fecha de publicación. Tenía en su mano un libro publicado en 1769 cuyo autor jamás había oído hablar D. Juan Manuel de Haedo y Espina y cuyo título era "Carta Dirigida a un Amigo en que se le da razón de las Facultades y Libros de que debe instruirse, no solo a un Poeta, sino cualquiera que aspire a una Erudición Universal". Era curioso que el primer libro que había cogido de una de las cajas fuese ese. Pensó, que razón tenía Sócrates cuando dijo: "Solo sé que no sé nada". Le llevó más de tres horas colocar todos los libros por el orden que había establecido. Repasó toda la estantería y salvo algún error los libros que contenía databan desde el primero que era de 1740 cuyo título "Oeuvres Diverses De Pierre Corneille", hasta el último que era de 1914 cuyo título le sorprendió   "Oraciones fúnebres" de Jacobo Benigno Bosseut. No sabría explicar por qué, pero tuvo un mal presentimiento, cogió una manta que usaba para no poner los libros en el suelo cuando los sacaba de las cajas, dejándolos caer sobre ella y tapó la estantería. Antes de poner estos a la venta debería comentar con alguien su opinión sobre el contenido espectacular de estas cajas.

Persuadió a Ramón, su compañero de trabajo que le acompañase al chalet donde había recogido los libros. Cuando llegaron la casa igual que ayer estaba cerrada y parecía que no había nadie. Durante un buen rato estuvo llamando al anciano por su nombre voceando para que éste pudiese oírle. Después de cinco o seis minutos su compañero le dijo:

- Vámonos, aquí no hay nadie, igual solo vino ayer para hacerte la entrega.

-Está bien, pero déjame que pregunte a algún vecino.

Tocaron el timbre de la puerta del chalet contigo y esta se abrió cuando el inquilino pulsó el portero automático. Y saliendo de la casa caminó al encuentro de los visitantes.

-¿Que desean?

-Verá es que ayer estuve aquí, con el señor Frutos, su vecino y hoy había pasado para comentarle algo importante que ayer no pudimos tratar, dijo Carlos.

-¿El señor Frutos, le recibió ayer? Es raro. Hace un año que no vive aquí se marchó a una residencia de la capital, cuando cayó enfermo. Tras la muerte de su esposa, mientras estuvo bien no tenía ningún problema para valerse por sí mismo. Pero después de su enfermedad su hijo buscó una residencia cerca de donde él vive para que pudiera ser atendido y de paso pudiera visitarle más asiduamente.

-Si no era él, alguien debió pasarse por él, lo cierto es que abrió la puerta de la verja, con llave, ya que el portero automático no debe funcionar, e incluso abrió la puerta de la cochera a la cual entramos.

-¿Qué aspecto tenía el individuo que le abrió?

-Era mayor, bastante mayor, con una larga barba blanca, caminaba apoyado en un bastón cuya empuñadura de plata que era la cabeza de un león, me llamó la atención, igualmente una potente voz grave que tenía también me sorprendió.

-Sí, por lo dice es él, pero eso es imposible. ¿Cuándo dice que vino usted?

-Ayer. Eran las cuatro de la tarde.

-Ah, ayer no estaba yo aquí a esas horas, así que no sé si es verdad lo que me está diciendo. Será mejor que se marchen. Nadie pudo abrirle puesto que ahí no hay nadie desde hace un año. 

-Está bien señor, no se alarme ambos somos profesores de instituto, simplemente intentábamos localizar al Sr. Frutos. 

-Cierren la puerta al salir.

Esperó hasta verlos salir de su propiedad e incluso caminó hasta la puerta de verja y comprobó que ésta estuviera cerrada. La verdad es que la presencia de esos tipos no le había alarmado, pero quien hablaba parecía haber perdido la cordura.

-¿Tú me crees verdad, Ramón?

-Bueno, si no te conociese desde la universidad, diría que me estás tomando el pelo, pero siendo así solo lo dejaré en que se te están yendo la olla.

-¿Qué crees que debo hacer?

-Yo no le daría más vueltas. Tú, de eso estoy seguro, pongo la mano en el fuego, no has cometido ninguna ilegalidad para conseguir esos libros. Así que sigue con tu vida como si nada.

-Me conoces y sabes que esto me intriga. Tengo el número de teléfono de la llamada que me indicaba que tenían unas cajas de libros para que los pasase a recoger. A partir de ahí podría tratar de localizar a éste tal Frutos. Además, con este nombre tampoco será tan complicado.

-Está bien, de momento te sugiero que no te deshagas de ningún libro hasta que puedas demostrar su lícita procedencia. Por cierto, vamos al local y me enseñas esas joyas.

La estantería de dos metros de alto por uno de ancho estaba totalmente repleta de libros.

Ni adrede te ha venido esta estantería para contener todas estas reliquias, dijo Ramón.

-¿Te das cuenta del valor incalculable que puede tener esto?  Perdona, ¿Me has contado toda la verdad?

-Muy serio Carlos le dijo, si lo dudas sal de aquí ahora mismo. Si no lo dudas, que sepas que sea lo sea y lo que pueda suceder con estos libros, tú estás ya implicado, ese vecino podrá identificarte al igual que a mí.

Roberto extrajo un libro de la estantería "Anomalías" de Paul Bourget, y cogió otro que se titulaba "Inquietudes" de Concha Méndez Cuesta, y mostrándoselos a su amigo le dijo:
—Vaya títulos te van como anillo al dedo, anomalías e inquietudes, cuando tengamos tiempo deberíamos leerlos, ahora debemos ponernos manos a la obra a resolver tus inquietudes por ésta anomalía.

-Siempre tan ocurrente, dijo Carlos, anda déjalos en su sitio y vuelve a cubrirla con la manta. Voy a llamar al teléfono que tengo de ese tal Frutos.

Marcó el número y espero, escuchó el tono de llamada hasta cuatro veces antes de que atendieran su llamada.

-Dígame.

-Frutos Montes

-Sí, Dígame

-¿Es usted Frutos Montes Sánchez?, no me lo parece por su voz, es más aflautada que la voz grave que tiene el Sr. Frutos.

-No, yo soy Frutos Montes Córdoba, Frutos Montes Sánchez era mi padre. ¿Que desea?

-¿Era? 

-Sí, falleció, ayer mismo a las cuatro.

-Lo, siento

-Dígame, ¿para qué le llamaba?

No supo bien por qué, pero cortó la comunicación.

-¿Qué te ocurre? le preguntó Ramón.

-Ha muerto, maldita sea, ha muerto, como es posible que ayer lo viera y justo a la hora que estuve con él, falleció.

-Las anomalías se te multiplican en la concesión de estos libros proporcionalmente a las inquietudes que te afloran. Empiezas a preocuparme. Quizás debas descansar un poco más, últimamente trabajas mucho. Esta empresa que iniciaste hace unos meses es muy loable, pero me temo que te está sorbiendo el seso.

-¿Qué me estás diciendo?, ayer acudí a una llamada de teléfono que recibí mientras comía citándome para esa hora y que no era posible otro día ni en otro momento, es obvio que fui, recogí los libros que aquí están y por supuesto que quien me abrió, Se identificó con ese nombre y me dijo lo que tenía que llevarme.

-Sí, pero ahora está muerto y tú con unos 200 libros de un valor considerable y sin un comprobante de que te fueran entregados. Aunque supongo que habrá una explicación sensata.

Cogió su portátil y buscó en internet las funerarias que en la capital había y buscó las esquelas de fallecidos, tras ojear varias funerarias a la tercera encontró lo que buscaba, en una esquela con la foto del fallecido, reconoció al señor Frutos.

-Éste es dijo mostrando la esquela que aparecía en la pantalla del portátil.

Aunque la foto evidentemente se le veía algo más joven, era la imagen del señor que le abrió.

-¿Qué opinas?

-Creo que lo mejor es que te olvides de esto, coge los libros, llévatelos a tu casa, disfrútalos o ponlos a la venta a alguien que pague por ellos su valor, aquí quedan fuera de lugar no se venderían o no obtendrías el valor que de verdad tienen, por otro lado, aquí están expuestos a que alguien pregunte y te puedan acarrear problemas.

El sonido del teléfono les sobresaltó de sus elucubraciones.

-Dígame

-Oiga, me ha llamado antes, preguntando por mi padre y no me ha dicho que quería con él.

-¿Quería saber si está interesado en la venta del Renault Torpedo que posee?

-No sé quién es usted ni porqué sabe que mi padre posee ese vehículo, pero hace mucho tiempo que sus pertenencias quedaron en su casa del pueblo, y aún no hemos decidido que haremos con ellas. Grabaré su número y le llamaré cuando tomemos una decisión sobre su venta o no. ¿Cómo me dijo que se llamaba?

-Carlos, Carlos Martínez

-De acuerdo, estaremos en contacto.

Roberto miraba a Carlos incrédulo.

-¿Sabías que el señor Frutos tenía ese coche?, tú que eres un fanático de los coches y no me lo había dicho. ¿Me estás ocultando algo más?

-No, no te pongas paranoico, el coche lo vi cuando entramos a la cochera por las cajas de libros, también había un Mercedes Benz 200 Fintail W110 del año 1965, si no te he hablado antes de ellos es porque lo había olvidado, con este asunto de los libros me había quedado en blanco.

-¡Joder Carlos!, espero que no me ocultes nada, confío en ti, pero ahora ¿por qué te has interesado en la compra de ese coche?

-No, no estoy interesado en comprarlo. Bueno sí, si lo ponen a la venta a un precio razonable, pero eso es otra cuestión. Era una salida porque no sabía que decir cuando me ha preguntado para que había llamado interesándome por su padre.

-Está bien. Vayamos a cenar, olvidémonos de esto de momento. ¿Te apetece Carlos?

-Supongo que será lo mejor que podemos hacer, esperar acontecimientos. 

Rosana la chica de servicio que atendía al Sr. Frutos, entró en la casa, tenía llave y lo encontró en la cocina.

-Hola, buenos días Sr. Frutos, que bien le veo hoy. ¿Ha desayunado ya?

-No, la estaba esperando, hoy desayunaremos juntos, ya me quedan pocos días de estar aquí. Me voy con mi hijo a la capital.

-Que me está contando.

-Pues sí, como ve, día sí, día también no me encuentro bien, lo cual es una lata para mi hijo que si lo llamamos es un problema ya que desde la distancia nada puede hacer y si no lo hacemos obviamente se incordia. Hemos pensado que lo mejor es que me vaya con él allí.

Le extrañó mucho que le hablara de irse a vivir con su hijo, éste había hablado con ella para proceder a su baja laboral y lo que le había comentado es que llevarían a su padre a una residencia cercana a su domicilio. Le vio tan contento que no quiso amargarle la mañana. 

-Rosana, hoy vamos a preparar unos libros que quiero llevarme conmigo. Son libros que pertenecieron a mi abuelo y a mi padre, ahora yo quiero que sean para mi hijo, ya le he dicho muchas veces que se los lleve, pero no ha tenido oportunidad, y que mejor que ésta ocasión para que se los lleve de aquí, al final me moriré y venderán la casa hasta con las pertenencias y no quisiera yo que estos libros que son de la familia desde hace muchos años, dejaran de serlo.

Desayunaron en la cocina. Unas tostadas con aceite y un café con leche. Cuando terminaron fueron al salón. Frutos iba indicando a Rosana los libros que debía retirar de las estanterías y guardar en unas cajas que había preparado para tal fin. Les llevó casi una hora recogerlos.

-Está genial, estas cuatro cajas han venido que ni a la medida. Ves Rosana la manía que tenemos los viejos de guardar las cosas al final siempre terminas dándole una utilidad. Tú empeñada en tirarlas y la bronca que me echaste cuando me viste entrar con ellas a la casa. Parece usted un mendigo, me dijiste, ¿dónde va con eso?, ande déjame que las pongo en la basura. Tuvimos una pelotera, hasta creo que te molestó que te dijera me iba la vida en ellas. No comprendiste lo que te quise decir. Pues ahora ya lo ves, parte de estos libros que aquí hemos guardado fueron el orgullo de mi abuelo, después de mi padre y todos ellos son mi mayor satisfacción de toda la biblioteca que poseo. Pueden quemar el resto de ella, pero por estos libros daría mi vida.

-Ande, ande no digas tonterías su vida o la de cualquier persona es más valiosa que ese montón de libros, por muy antiguos que sean.

-Usted encárguese de que cuando venga mi hijo las meta en el maletero del coche, de hecho, solo preparé una maleta y un bolso de viaje con mi ropa, para que no me diga que va el coche cargado. Lo que me haga falta ya lo compraré allí, así cambiaré de estilo, y vestiré con un aire más joven.

-Pues debería empezar por recortarse esa barba, le hace parecer al abuelito de Heidi, y aunque vistiera con vaqueros no rejuvenecería ni unos meses.

-Eso sí que no, esta barba empecé a dejármela cuando murió Carolina mi mujer, y no pienso cortármela nunca.

-Pues como siga creciendo y usted encorvándose acabará pisándola.

-Es usted muy graciosilla. La voy a echar mucho de menos cuando me vaya, la verdad es que usted me ha hecho mucha compañía en estos dos años desde que me falta mi mujer.

-Y yo a usted. Supongo que en vacaciones o algún que otro fin de semana vendrán a ésta casa. Estaré disponible para todo lo que necesite referente a la casa, que por otro lado su hijo me ha encargado que la mantenga siempre lo más adecentada posible. Mintió porque la verdad no le hubiera gustado al Sr. Frutos. La orden de su hijo era cerrar la casa y ponerla a la venta en cuanto le fuera posible.

Había quedado el sábado por la mañana en pasar para despedirse del señor Frutos, así que acudió muy temprano, esperaba que éste aún estuviese durmiendo, pero lo encontró ya en la cocina. 

-Hola, ¿qué hace ya levantado?

-La verdad es que no he dormido mucho. Voy a dejar la que ha sido mi casa desde que me casé hace 53 años. Aquí he vivido toda mi vida, ahora al marcharme, no es el dejar atrás todas estas cosas materiales lo que me molesta, esto son solo enseres. Siento que cada rincón de esta casa me trae recuerdos, buenos, malos, regulares, es mi vida la que dejo aquí. Al menos los libros que me acompañarán a mi destino serán lo único que tendré que me hará recordar a mis antepasados y toda mi vida pasada.

-Los recuerdos traen pesadumbre, debe procurar que no le hagan daño, más bien debe buscar aquellos recuerdos que le traigan satisfacción.

-Tienes razón hija, pero en una vida tan larga como la de este viejo que ves, puedes tener por seguro que las cosas buenas no son tantas y en la vida las cosas malas cuestan mucho olvidarlas por eso siempre andamos quejándonos de la vida. Si a lo largo de nuestra vida apuntáramos todos y cada uno de los tiempos de los momentos en los que somos felices estoy seguro que solo supondría escasamente días, semanas quizás, y fíjate no esforzamos en llegar a los ochenta años de vida, longevos y jóvenes al mismo tiempo ¿qué contradicción?

-Si va a seguir hablando así, tan filosófico me va hacer llorar, y bastante tendré cuando le vea partir. ¿Desayunamos ya?

-Perfecto, pero hoy voy a darme un capricho, mientras prepara el desayuno tomaré una copita de anís, ¿le apetece a usted, una copita?

-No sé si usted debiera con la medicación que toma, pero si es pequeñita yo no diré nada y de paso le acompañaré tomándome yo otra, si es anís seco, el dulce es muy empalagoso.

-Genial.  No lo hubiera imaginado. Aunque tiene razón raja un poco, pero yo tampoco puedo con el dulce.

Estaban terminando de desayunar cuando su hijo entró la cocina acompañado de una mujer.

-Hola papá, hola Rosalía

-Hola hijo, ¿queréis desayunar?

-No, ya hemos desayunado.

-Nos presentas a esa mujer tan bella dijo Frutos.

-Es mi mujer.

-¿Tu mujer?

-Si.  Ella es María. Él es mi padre, y ella es Rosalía, quien cuida de él y de la casa.

-Pero hijo acaso ¿te has casado?

-Sí, lo hicimos hace un mes. Por la iglesia, fue una ceremonia sencilla solo los amigos más allegados nos acompañaron a un restaurante donde almorzamos. María es de Rumanía no tiene familia aquí.

-Y yo, yo no soy tu padre. ¿No crees que yo debería de haber estado acompañándote en ese momento tan importante de tu vida?

-Fue el sábado que Rosalía nos dijo que te dieron el alta del hospital, tras tu neumonía, no estabas en condiciones de viajar, los médicos te habían recomendado reposo y por ello no te quisimos inquietar, bastante tenías con preocuparte de tu estado de salud.

Frutos acusó el golpe que le causaba la noticia que recibía de su hijo, no lo hubiera esperado ni en sus peores pesadillas. Saludó a su desconocida nuera tendiéndole la mano y ésta le correspondió abrazándole y dándole un par de besos en las mejillas. La espontaneidad del saludo animó a Frutos que había sentido una enorme tristeza por lo que acababa de conocer.

-¿Os vais a quedar para almorzar o nos marchamos cuando hayáis descansado un poco?

-No, nos iremos en cuanto estés preparado.

-Está bien, subiré a mi habitación a recoger mis cosas y nos podremos marchar en cuanto dispongas. Ah, mientras pon el maletero unas cajas que hay en el despacho. Son los libros de los que siempre te he hablado que quiero que conserves. No te preocupes no iremos muy cargados yo voy a llevarme poca cosa.

Cuando Frutos salió de su cocina, su hijo ordenó a Rosana que llevara las cajas a la cochera. No quiero que las vea cuando baje de su habitación, le conozco y sé que lo hará, yo me encargaré de coger sus maletas, si pregunta por las cajas le diremos que ya están en el coche. Rosana obedeció sin rechistar la orden, pero frunció el ceño imaginando el sufrimiento de Frutos cuando se percatase de que los libros se quedaron en la casa 

Cerró la maleta y el bolso que tenía preparado y llamó a su hijo para que subiera a echarle una mano, obviamente bajar él las escaleras con todo el equipaje era demasiado para su edad.

María, que cogió al anciano del brazo y le ayudó a bajar. Su hijo que les precedía salió de la casa para dejar en el coche las valijas del anciano. 

Ya en la planta baja el anciano se descolgó del brazo de María quien se marchó a buscar a su marido, mientras el anciano fue hasta el salón. Miró dentro comprobó con satisfacción que las cajas no estaban y llamó a Rosana. Ésta que estaba terminando de recoger la cocina acudió presta a su llamada. 

-¿Que desea señor Frutos?

-Quiero darle las gracias por estos dos años que ha estado a mi servicio, y como último favor deseo que cuide de la casa hasta que yo fallezca, no sé si volveré a ella después de que salga de aquí. Toda mi vida, toda mi felicidad ha estado ligada a esta vivienda. Sé que ahora debo marcharme por ello le agradeceré que mientras yo viva la mantenga adecentada. Recibirá una gratificación mensual por ello.

-No se preocupe señor Frutos, ya está todo acordado con su hijo y la casa quedará a mi cuidado y en perfecto estado de revista para cuando ustedes vayan a venir o de visita o a pasar unos días.

Se despidió de ese hombre, que estaba segura no volvería a ver más abrazándole y besándole mientras no podía evitar que sus ojos se humedecieran. Esperó hasta que el coche se alejó, para entrar en la casa, también ella cuando saliera sería la última vez que estaría allí. Lo que más le dolía era haberle tenido que mentir al anciano. El hijo del Sr. Frutos le había dado la orden de dejarla, podía llevarse los alimentos que hubiera en la despensa y en el frigorífico, ya que mañana mismo llamaría a la compañía eléctrica para cortar la luz.

Volvió a la cocina donde se sirvió otra copa anís, recorrió toda la casa comprobando que quedase bien cerrada. Sintió una enorme tristeza pensando en el señor Frutos y se sorprendió a sí misma diciendo que clase de hijo de puta se casa y no se lo dice a su padre.

Pero qué tipo de canalla hay que ser para engañar a su padre como lo ha hecho para no llevarse esos libros, que sabe que son parte de su vida, o decirle que va a su casa con él cuando en realidad lo va a llevar a una residencia. Iré a verle personalmente en vez de enviarle las llaves por una agencia. Creo que yo tampoco me he portado hoy particularmente bien con él, y no creo que lo merezca. Cerró dando un fuerte portazo, pero sintió que aún le debía un último favor al Sr. Frutos.

Carlos estaba con su amigo Roberto en el local, cuando sonó el teléfono.

-Dígame

-Carlos Martíne

-Sí, ¿dígame quien es usted?

-Soy Frutos, hablamos hace unos días, me dijo que estaba interesado en la compra de un viejo coche que pertenecía a mi padre, tengo una oferta sobre él, pero usted me llamó primero y si sigue interesado creo justo que sea a usted a quien se lo ofrezca antes, la verdad es que me gustaría vender los dos a la vez. A mí no me interesan para nada y quisiera que no me llevase mucho tiempo venderlos, nada me ata a esa ciudad y por eso los vendo al igual que la casa de perteneció a mis padres. ¿No estará interesado en la casa también?

-Dígame un precio de todo el lote, no había pensado en la casa, pero si me dice un precio razonable podría pensarlo.

-¿No me toma el pelo? Le voy a dar precio para que no se lo piense. Tenga en cuenta que la parcela tiene 2000 metros cuadrados, piscina y una casa de 200 metros amueblada. Tiene dos cuartos de baño, cuatro dormitorios, salón con chimenea y cochera donde caben perfectamente cuatro coches. Puede verla cuando quiera. Serían 400. 000€ incluidos los dos coches del garaje.

-Déjeme consultarlo con mi familia, le doy la respuesta mañana en la mañana. Cuando cortó la llamada pensó. Es extraño, es muy barato los dos coches nada más podrían valer un pastizal. 

Contó a Roberto la oferta que le había hecho y le preguntó:

-¿Qué te parece a ti esto?

-Fenomenal, la propuesta, porque o tiene muchas ganas de hacer dinero del patrimonio que ha heredado del padre, o hay gato encerrado. Por otra parte, a ti te viene genial, ya no tendrías que dar explicaciones de la procedencia de los libros, ante cualquier contratiempo podrás decir que entraron con la compra de la casa, tu preocupación resuelta.

-Es verdad no hay caído en ello. Averiguaré si hay algún problema con la casa y no dejaré pasar ésta increíble oportunidad. ¿Me acompañarás cuando quede para ver la casa?

-Por supuesto. Llámale y te acompañaré a verla.

-Sí, lo haré en cuanto hable con Pedro, él es abogado y sin duda podrá asesorarme para la compra y de paso indicarme lo que debo de hacer para averiguar las cargas que pudiera tener la finca. 

-¿Pedro?, ¿nuestro compañero Pedro Ramírez, el profesor de filosofía?

-El mismo, es licenciado en filosofía, pero también es abogado, de hecho, solo ha aceptado el contrato para un par de años, piensa abrir su propio bufete en cuanto tenga suficiente liquidez para poder hacer frente a su proyecto.

-Yo diría que te viene todo rodado, es como si todo el universo se hubiera confabulado para que no solo los libros sino la casa y los coches sean de tu propiedad.

-¿Por qué? dices eso.

-Ya sabes que los misterios son mi fascinación, y desde que aparecieron esos libros en tu poder, me da la sensación de que quien te los regaló, quiere algo más de ti, o desea que los libros vuelvan a ocupar el espacio que tuvieran en esa casa. La verdad es que si fuesen míos por nada del mundo me desharía de ellos. Sentí una extraña premonición cuando tuve en mis manos Anomalías e Inquietudes, de todos los títulos que había fueron esos dos los que tuve en mis manos.

-Sabes que no me gusta que me cuentes tus paranoias, tengo sobradas muestras de que eres sensitivo y que lo paranormal te atrae, pero a mí no me metas en tus fantasías.

-Está bien, siempre te digo lo que pienso y nada lo que te está sucediendo desde que tienes esos libros es predecible.

Les costó un par de días averiguar que la casa estaba libre de carga y comprobar que no tendría problemas con su Banco en pedir el préstamo del dinero que le faltaba para hacer frente a la compra de la vivienda. Así pues no tendría que poner a la venta su piso, pensó ponerlo en alquiler y cuando lo comentó con su amigo Roberto recibió la satisfacción de que éste sería en cuanto le fuera posible su inquilino, habían acordado el precio y para ambos era satisfactorio. Para Roberto era el mismo que pagaba por el que actualmente ocupaba y éste era más grande, más céntrico, más cómodo por los servicios que poseía, gas natural, calefacción, aire acondicionado, ascensor y hasta piscina comunitaria y lo mejor el parking en el mismo edificio. Al cual bajaba desde su planta directamente al mismo. En el que él actualmente vivía tenía que dejar el coche en el parking del edificio de enfrente. Para él, que el piso fuese ocupado por su amigo era garantía de que estaría en buenas manos y ni que decir tiene que tenía garantizado el pago del precio acordado, lo que redundaría en no tener problemas en las cargas que él contraería en la compra de la vivienda. Aunque ciertamente no las tendría aunque no lo hubiese alquilado, ya que tanto su cuenta corriente como su salario le permitían la compra que había acordado. Lo cierto es que él era muy meticuloso en su economía y tener un colchón para imprevistos le daba una seguridad que le despreocupara de estos asuntos.

Realizadas todas estas gestiones llamó a Frutos para quedar en ver la casa y asegurarle que si era de su agrado cerrarían la compra. Le indicó que podía pasar a verla aunque él no pudiera atenderle, solo iría a firmar la documentación si cerraban el trato. Le dio el teléfono que una señora que había estado al servicio de su padre en la casa y que tenía las llaves, para que quedara con ella y pasar a verla.  Antes de colgar quedó en que le llamaría cuando la hubiese visto para concretar o comunicarle que no era de su agrado, si tal era el caso.

Tras esta llamada comunicó con el teléfono que le había dado, marcó el número y esperó que fuera atendida su llamada.

Al tercer toque oyó la voz de una mujer que respondía.

-Dígame.

-Rosalía.

-Sí, dígame.

-Verá su teléfono me lo ha dado el Sr. Frutos Montes. Mi llamada es para quedar con usted para ver la casa de este señor, la cual estoy interesado en comprar. ¿Cuándo le vendría bien poder atenderme?

-Cuando usted, quiera.

-¿Podría ser hoy mismo?, en treinta minutos podría estar ahí.

-De acuerdo, voy para allá le estaré esperando.

Tal como había previsto estaba en la casa en el tiempo indicado, le acompañaba su amigo Roberto.

La señora Rosalía estaba en la puerta de entrada esperándoles. Se saludaron y pasaron a la propiedad. Cuando ésta se adelantó para abrir la puerta de la casa tuvo el presentimiento de que algo le era familiar en el modo de andar de la mujer.

Recorrieron todas y cada una de las habitaciones de la casa, la mujer que había llegado antes había abierto todas las ventanas y la luz esplendorosa de la fría tarde de otoño que pronto empezaría a declinar dejaba patente que la casa era bastante luminosa en todas sus habitaciones. Cuando terminaron de ver la casa, salieron por la puerta de la cocina que daba al exterior justo donde se encontraba la piscina. Recorrieron el lateral de la vivienda y justo en la parte trasera de la casa llegaron a la cochera que también estaba abierta de par en par, y entraron. Roberto se quedó extasiado mirando los coches que allí estaban aparcados. Y mirando a Carlos dijo, vaya dos joyas.

Rosalía que no había hablado prácticamente durante todo el recorrido por la vivienda dijo.
—Las verdaderas joyas de esta casa son los libros que poseía el Sr. Frutos Montes Sánchez, el padre de éste imbécil que solo quiere hacer de todo esto dinero sin importarle lo que significó para su progenitor esta finca. 

-¿De qué libros habla dijo Carlos?

-Rosalía no respondió, le miró profundamente a los ojos y solo dijo, ojalá vuelvan a las estanterías de la biblioteca de la casa, cada libro que retiraba de ellas el Sr Frutos, días antes de su partida, era recordado por éste, por los momentos que significaron en su vida, en la de su padre y en la de su abuelo. Quiso llevárselos con él a la que creía sería su nueva residencia la casa de su hijo. Pero éste no solo ya tenía previsto acabar con él encerrándolo en una residencia, sino con todo lo que significaba para su padre sus libros, los que dejó tirados en cajas en esta misma cochera, aquel fatídico día de su partida recibió varias puñaladas que sin duda no han tardado en acabar con su larga vida.

Carlos y Roberto se miraron sin saber que expresar.

Rosalía siguió con su letanía, ahora en voz baja como murmurando, al menos antes de morir supo que sus libros estarían en buenas manos, todo lo demás no tenía importancia para él.

Aunque esto último lo había dicho bastante bajito ambos los oyeron perfectamente.

Roberto no pudo reprimirse y preguntó:

-¿Qué pasó con los libros?

-Tengo la seguridad de que volverán ocupar el lugar que dejaron vacío en la biblioteca que han visto en el salón de la casa. Ellos como las personas esconden secretos. Ahora sé que los libros son como los amigos inseparables siempre acaban volviendo. Sin duda los libros tienen vida propia. 

Calló de repente como si hubieran sellado su boca.

El ligero balanceo que hacía Rosalía al caminar le hizo imaginar a Carlos que, si ésta se encorvara un poco, se apoyara en un bastón, vestida de hombre y disfrazada con una imponente barba blanca podría ser perfectamente la persona que le dio las cajas y que verdaderamente tuvo poco tiempo de ver. Por ello no evitó descubrir a ésta.

-¿Dígame señora porqué me llamó para que retira las cajas de libros?

-No sé cómo ha sido capaz de identificarme, pero creo que siendo así estoy segura de que el Sr. Frutos estará allá donde esté satisfecho de donde han ido a parar sus libros. Al principio no estaba de acuerdo conmigo ya que pensaba que usted acabaría vendiéndolos pero era tan loable su labor que fue lo que le hizo decantarse. La enseñanza había sido también parte de su vida, ejerció de maestro desde que terminó la carrera hasta que se jubiló e incluso durante algunos años de su jubilación disfrutó dando clases en un centro de mayores a personas que apenas sabían leer y escribir.

-¿Por qué se disfrazó para darme los libros?

-Verá, cuando supo que su hijo no se los había llevado cuando salieron de aquí. Él que además pensaba que iba a casa de su hijo a pesar el resto de lo que le quedara de vida quedó destrozado. En cuanto me fue posible fui a visitarle y entregarle las llaves de esta casa. Me dijo que me quedara con ellas, sabía que su hijo había ordenado que se cerrara y que ni siquiera se mantuviera adecentada, por lo que me indicó que al menos de vez en cuando pasase a darle una vuelta. En cuanto a los libros me dijo que me quedara con ellos, pero denegué la oferta sabía lo que significaban para él y yo sé leer gracias a que él me enseñó y la verdad nunca he leído un libro no sabría apreciarlos en su valor, a lo sumo los hubiera conservado como objetos no de valor tangible sino de valor sentimental que era lo que para mí podían significar recordándome siempre al Sr. Frutos a quien conozco y he servido desde hace muchos años.

Unos días antes de su fallecimiento fui a visitarle, le dije que me había enterado de un señor que recogía libros usados, que era para un fin loable y aunque al principio puso algún reparo, el hecho fue que aceptó a que se los diera. Mi duda fue que si se los daba yo, podría tener algún problema con su hijo que aunque usted crea lo contrario es un tipo ruin y sobre todo inhumano, así que no estaba dispuesta a sufrir las consecuencias que pudieran acarrearme y por otro lado no quería que la voluntad del Sr. Frutos casi en su lecho de muerte no se llevase a cabo, tengo la espinita clavada de cuanto le mentí el día que se marchó de esta casa al no poder contarle la verdad de lo que se le venía encima con los engaños de su hijo.

Ahora sé que el disfraz no fue muy bueno puesto que me ha identificado rápidamente. Me vestí de hombre con ropa del Sr. Frutos que hay en la casa, utilicé unos de sus muchos bastones que habrá visto en su despacho, le gustaba coleccionar. Lo más difícil fue conseguir la barba, pero tras visitar varias tiendas de disfraces y algunos retoques que hice con ella conseguí que fuera lo más parecida posible, por eso solo hice que me viera cuando no tuve más remedio que era para abrirle y enseñarle donde estaban los libros que iba a recoger, el resto ya lo conoce.

-Realmente el disfraz estaba genial, e incluso su voz, desconozco la que tenía el Sr. Frutos, pero debió imitarla muy bien, cuando le hablé a su hijo de la voz grave de su padre éste no hizo ninguna observación.

-Ciertamente, tenía una voz grave, yo le imitaba muchas veces burlándome en broma con él y le hacía mucha gracia, siempre me decía, alguna vez cuando no quiera hablar con alguien por teléfono te dejaré a ti para que me suplantes. ¿Entonces como me ha reconocido?

-La verdad es que el leve balanceo que hace al caminar me recordó al del anciano y en mi imaginación la he ido disfrazando y sin duda ha sido más mi atrevimiento de lanzarme a descubrirla que la certeza absoluta de que fuera.

-Maldita sea, este balanceo ya me acompañará de por vida, una operación de cadera, tras una caída que sufrí el pasado año es por fortuna lo que me queda de lo que en un principio pensaron me dejaría postrada en una silla de ruedas, al menos es lo menos grave que me podía pasar, aunque ahora ha servido para delatarme.

-No se preocupe, será nuestro secreto, ni usted ni yo estamos interesados en que esto lo conozca nadie. 

Instintivamente ambos miraron a Roberto y Carlos se apresuró a contestar. 

-Roberto es un amigo de toda la vida, es como mi hermano y me alegro que haya estado presente en esta conversación, si alguna duda tuvo de la procedencia de los libros le ha quedado meridianamente disipada.

Roberto asintió con la cabeza y solo dijo, yo soy una tumba.

-¿Comprará la casa? Dijo Rosalía. 

-Sí, y quiero contar con su ayuda para adecentarla y sobre todo colocar los libros en las estanterías en el mismo lugar que ocupaban. Así que la llamaré en cuanto la casa sea de mi propiedad.

Rosalía, se quedó cerrando las ventanas, mientras ellos abandonaron la finca, se montaron en el coche en dirección a casa de Carlos.

Todavía habría de pasar casi un mes hasta la firma del contrato. Cuando conoció en persona a Frutos Montes Córdoba, le pareció el ser más despreciable de todos los que había tratado en su vida. Durante un buen rato estuvo rebuscando adjetivos calificativos que definieran a un tipo abyecto, infame, indigno, rastrero, innoble, depravado, detestable, repugnante, repulsivo y aborrecible que solo pretendía hacer dinero de la había sido la casa de sus padres. Carlos le propuso que sacara los objetos que considera personales o de valor que entendería perfectamente que quisiera conservarlos y que razonablemente no entrarían en el valor de la casa.

Pero este perverso ser solo quería firmar el contrato, el dinero en su cuenta y dejar atrás un pasado que según parecía no le ataba para nada ni en lo sentimental, ni lo nostálgico ni tan siquiera por lo que pudiera haber supuesto para sus progenitores. Se puede ser tan insensible.

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