El ajedrez, un juego milenario

 El ajedrez, un juego milenario

El origen del ajedrez sigue siendo un misterio. La versión más aceptada sostiene que nació en la India, bajo el nombre de chaturanga, aunque investigaciones recientes apuntan a un posible origen chino, que se remontaría al siglo III a. C.

En el Libro de los Reyes aparece la primera mención conocida del juego en un fragmento del poema épico persa Shahnameh. Su autor, el poeta Ferdousí, cuenta que el ajedrez surgió en el siglo VI tras una disputa por el trono de Hind (India) entre los hermanos Gav y Talhand. Talhand murió en batalla y su madre, enfurecida, acusó a Gav de haberlo asesinado. Para demostrar su inocencia, Gav recreó la batalla utilizando piezas de marfil que representaban las cuatro unidades del ejército: infantería, caballería, elefantes y carros. Así nació el ajedrez.

El juego se popularizó entre los califas en el siglo IX y, desde el mundo árabe, se extendió por el norte de África, Sicilia y la península ibérica. A finales del siglo XI, ya era conocido en toda Europa.

Sin embargo, su práctica no estuvo exenta de polémica: teólogos católicos debatieron sobre su moralidad, y hasta el siglo XIV fue prohibido en distintos momentos y lugares por diversas religiones, como la Iglesia ortodoxa, el judaísmo o el catolicismo. Francia, Rusia, Inglaterra y Alemania impusieron restricciones a su práctica.

Alfonso X de Castilla, conocido como “el Sabio”, tradujo y adaptó tratados árabes que recogían las normas del juego. En aquella época, la pieza más poderosa no era aún la dama, sino la alferza.

Como dato curioso, algunas de las figuras más antiguas del ajedrez se conservan en España.

Las reglas del ajedrez han cambiado a lo largo del tiempo, pero fue a finales del siglo XV cuando sufrió la transformación más importante: el elefante se convirtió en el alfil; el carro o buque, en la torre; y la alferza, en la dama o reina. Estas nuevas piezas, más poderosas, acortaron la duración de las partidas y añadieron una complejidad estratégica que convirtió al ajedrez en una auténtica competición intelectual. Fue en este contexto, en España, donde se consolidó el ajedrez moderno, que luego se expandió por Europa y América.

Un manuscrito de 1474, conservado durante siglos en un monasterio y expoliado por los franceses durante la invasión napoleónica, contenía ya las reglas del ajedrez tal como hoy las conocemos.

Con el tiempo, el juego fue ganando aceptación entre la nobleza. Se consideraba un pasatiempo digno de caballeros, soldados cruzados y ministriles. Incluso se permitía a los hombres visitar la habitación de una dama si era para jugar al ajedrez, lo que lo convirtió en una elegante excusa para el cortejo. En las cortes europeas, reyes y nobles lo transformaron en el principal entretenimiento.

Durante siglos fue un privilegio de las clases altas, y los juegos tendían a ser largos, debido a la limitada movilidad del alfil y la alferza. Con la reforma de las piezas, se hizo necesario reinventar la teoría de aperturas y finales, y el juego se extendió con fuerza por todo el continente.

Viejas crónicas aseguran que Felipe II organizó el primer campeonato de ajedrez del mundo. Sin embargo, no fue hasta 1834 que se celebró el primer torneo internacional reconocido, entre el británico Alexander McDonnel y el francés Louis-Charles de La Bourdonnais, quien se convertiría en el primer campeón mundial no oficial.

A él le sucedió Howard Staunton, británico también, que desempeñó un papel clave en la estandarización de las reglas y las piezas. Staunton adoptó un diseño registrado una década antes por Nathaniel Cooke, cuyas figuras son las que usamos hoy. Esta decisión permitió unificar el juego y sentó las bases para campeonatos y federaciones internacionales en la segunda mitad del siglo XIX.

El ajedrez fue reconocido como deporte por el Comité Olímpico Internacional en 1999. Lo practican más de seiscientos millones de personas en todo el mundo. Aunque fue candidato para los Juegos Olímpicos de París 2024, fue injustamente rechazado.

La evolución del ajedrez en más de mil años lo ha llevado, dicen, a una nueva edad de oro. Parte de este renacimiento se debe a su adaptación a las nuevas tecnologías. Internet lo ha revolucionado: hoy cualquier aficionado puede enfrentarse al campeón del mundo en uno de los muchos torneos en línea que se celebran cada día.

Así que... siéntense, elijan el color de nuestros trebejos, (conocidas por este nombre las piezas del ajedrez): ocho peones, dos torres (antiguamente llamadas roques, de ahí el término enroque), dos caballos, dos alfiles, una dama (o reina) y un rey. Blancas o negras. Coloquemos las dieciséis piezas enfrentadas en un tablero de sesenta y cuatro colores alternos. Cada fila y columna del tablero está compuesta por 8 escaques (cuadros) de 8x8: Y como dice Luis Zueco en su novela El tablero de la reina:

“No pierdan nunca el control del centro del tablero, enroquen al rey para protegerlo —todos querrán matarlo—, y no duden en sacrificar las piezas necesarias para avanzar posiciones. Recuerden: hasta el último peón puede alcanzar la octava casilla y cambiar su destino.”

Llegados a este punto, siento dar “jaque mate” a este relato. Tal vez haya sido pretencioso por mi parte hablar de la historia del ajedrez, pero todo lo que he aprendido mientras investigaba me ha acercado más a este juego fascinante, que prometo seguir practicando... y comprendiendo.


Piezas de un ajedrez medieval

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