Semanario de un parado

Lunes

La muerte es el final feliz de una persona que no puede aguantar más, atada a una vida que se le escapa en sufrimiento.

La muerte oscila hoy en mi cabeza. La vida poco sabor me deja; no tengo por qué aguantar más aquí, atado, inmóvil.

Martes
Los días cada vez son más amargos. Es hora de escapar: recuerdos de un pasado que fue mejor, un futuro oscuro, gris, que no atisba un rayo de luz.

¿Dónde queda la esperanza? Los sueños se desvanecen y mi realidad es como una puerta que no puedo abrir, haciéndome sentir tan solo y gris.

Miércoles
En mi lucidez quiero ser fuerte, quiero vivir, pero esto no es vivir, sino sufrir: agonía larga, penosa y dolorosa que algunos llaman vida.

No hubiera tenido problemas de no haber sido porque estalló una inesperada crisis. Pero en el desorden general, siempre la sufrimos los mismos.

Jueves
Tengo tiempo de hacer conjeturas, porque ahora he extraviado el sueño. Todo lo que me ha de ocurrir en el resto del día lo sé: cada matiz, cada respuesta, todo. Lo sé. Sé lo que me habrá de ocurrir despierto porque lo sueño por anticipado. Y haré tal y cual, y después aquello, y esto, y eso otro que conozco de antemano. Tal vez sea una desgracia, ya que es como una enfermedad incurable.

Viernes
Creo estar tan asustado... no tengo voz. Grito en mi desesperación y tapo mi cara con las manos, ocultando mis ojos lagrimosos. Quiero abrirlos para que me vean sonreír, si he de ser fuerte, si quiero vivir.

La semana llega a su fin. Mi cara se ilumina como una mañana de verano y me aletea el corazón.

Sábado
La mirada baja, un poco perdida, quizá recordando con nostalgia. ¡O quizá no! ¡Quizá soñando lo que me estoy perdiendo! Atrás quedaron los fines de semana donde solía conocer lugares de recreo.

Ahora solo los recuerdos me llevan a pasear por esos territorios. La memoria me trae pesadumbre.

Domingo
Me siento muy erguido sobre mi silla. Observo y pienso. Inspiro profundamente y comienzo a escribir. Estoy loco, casi loco. Sé que a los locos no nos toman en serio. Me masajeo las sienes como para aliviar el incipiente dolor de cabeza que noto.

Llaman a la puerta. Con desgana dejo el bolígrafo sobre la mesa y me apresuro a abrir. Sé que mañana pondré punto final: “La muerte es el final feliz…”

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