Amigos, a un paso de parecer enemigos

 Amigos, a un paso de parecer enemigos

Hacía un buen rato que la conversación había derivado en un conato de enfrentamiento entre David y Juan. Habían quedado en la cafetería de siempre para tomar un café y salir a pasear por la vía verde que había en su ciudad. Una maravilla de senda por donde antiguamente pasaba la línea de ferrocarril, que entre un mar de olivos hoy era una delicia para uso peatonal, de ciclistas o a caballo.

Tenían por costumbre conversar de libros, música, o acontecimientos culturales. Tanto el uno como el otro eran lectores empedernidos, solían leer entre cinco o seis libros mensuales. La música era también su pasión ya que ambos habían sido profesores del Conservatorio Elemental de música de su Localidad. También eran amigos desde primaria, además de familia.

Habían tenido enfrentamientos, cuando hablaban de política, dado que David simpatizaba más con la derecha, mientras que Juan incluso había sido concejal de un partido de izquierdas. Un día en el que su amistad estuvo a punto de fracturarse por esta causa, cuando la sensatez de ambos les llevó a encauzar de nuevo su relación, con buen tino decidieron que este tema no sería nunca más incluido en sus tertulias.

Ocurría pues que a David le gustaba incitar a Juan y conociéndole perfectamente sabía que temas fuera parte de la política también le llevarían a encontrarse por sus diferentes puntos de vista. Quizás no había previsto la tormenta que se avecinaba, no solo la que los negros nubarrones de esa tarde del mes de abril que estaban cubriendo un cielo que minutos antes tenían un color azul intenso, sino aquella que estaba a punto de explotar a medida que la armonía iba agriándose entre ellos.

Hacia donde habían encauzado la charla acabaría por arruinarles el paseo previsto, si no lo hacía antes la lluvia.

El escepticismo de uno y su incredulidad en el acontecimiento más importe realizado por el hombre que la postre supuso un gran salto para la humanidad. Y el encabezonamiento del otro de querer llevar la razón, porque su razonamiento no solo era aseverado por las imágenes que se emitieron por televisión y que siguieron más de 600 millones de personas, aquel lejano 20 de julio de 1969, sino además por la crónica emitida por un periodista corresponsal del Televisión Española en los Estados Unidos.

Con no cierta satisfacción y un poco de chanza David representó al periodista y gesticulando al igual que él lo hiciera dijo: En el centro  de la NASA, se contiene la respiración ante la imagen en blanco y negro del módulo lunar Eagle, que se ha aposentado en la Luna. ¡Ahí está! A las 109 horas, 22 minutos, 48 segundos de vuelo. Lentamente el pie de Amstrong pisa la Luna.

—Ja, ja, ja, ahí tienes resumida la trascripción de la crónica que el periodista Jesús Hermida realizó desde Houston, durante la llegada del hombre a la Luna, para Televisión Española. Aquellas 48 palabras conmocionaron al mundo. No entiendo cómo te atreves a decir que eso fue una patraña urdida por el Gobierno del Presidente Kennedy para adelantarse en la carrera espacial que había iniciado ocho años antes la Unión Soviética cuando Yuri Gagarin un cosmonauta soviético se convirtió en el primer hombre en llegar al espacio.

—Claro que me atrevo replicó Juan, me quedan muchas dudas, una cosa es salir de la tierra y otra es llegar a la luna, ya que hasta ese momento no había aún la tecnología necesaria para llevar a personas a esa distancia y traerlas de vuelta, parece sorprendente ya que el mensaje dado con este supuesto hecho era el poderío de Estados Unidos en plena Guerra Fría.

David elevó el tono de voz y espoleó a Juan diciéndole: Es imposible conversar contigo, siempre acabamos igual, cuando no es por causa de la política, es por este escepticismo e incredulidad en hechos como éste que supuso un pequeño paso para el hombre. ¿Te das cuenta de que tú encabezonamiento no te hace razonar?

Juan, pidió la cuenta, sacó su cartera y abonó el importe de la misma, se bajó del taburete donde estaba sentado junto a la barra del bar y se dispuso a marcharse, no sin antes responder para ti, la perra gorda, me marcho a casa, creo que ni la tarde anima a pasear por el color que está tomando el cielo, ni tú ni yo deberíamos seguir por este camino, no estoy dispuesto a romper nuestros muchos años de amistad.

—Ja, ja, ja, vamos Juan es una broma, no te das cuenta que solo buscaba pincharte, te conozco lo suficiente como saber de qué temas no debo hablar contigo, la verdad es que a veces no comprendo tus posicionamientos en determinadas cuestiones, pero entiendo que tú eres libre de pensar cómo te plazca, lo que no concibo es como te picas conociéndome. Anda, espera, no te vayas te invito a una copa.

A regañadientes Juan volvió a sentarse en el banquillo, y pidió un ron Barceló con cocacola.

—¡Eh, no te pases! ¿No crees que no deberías de tomar eso, tras haber tomado un café y siendo un cardiaco? recuerda que tienes cinco stem en una arteria.

—Ya estamos, si me vas a llevar la contraria hasta en esto también, me marcho.

—Lo ves, es que eres raro. Muy raro. Dijo David haciendo señas a la camarera para que se acercase.

Por favor póngame un whisky. Johnnie Walker solo con hielo. Gracias.

El silencio entre ambos se mantuvo hasta que les sirvieron las bebidas. Fue David quien cogiendo su copa la elevó y dijo brindemos por nuestra amistad, al carajo si fue un montaje o no, si pisaron la Luna o no. Lo importante, lo verdaderamente importante es la amistad.

A Juan le fastidiaba mucho el comportamiento a veces contradictorio de David, pero llevaban tanto tiempo conociéndose y verdaderamente eran amigos desde hace muchos años, además de que éste era el marido de su hermana, algo por lo que Juan estaba dispuesto a aguantar a su cuñado muchas de las sandeces con las que éste solía provocarle.

Los negros nubarrones fueron desapareciendo del cielo, el sol se dejó ver de nuevo iluminando la tarde. Mirando hacia la calle David dijo, apúrate la copa que este radiante sol invita de nuevo a pasear.

—No te creas, estos candilazos al final traen lluvia, dijo Juan.

—Ea, tú siempre con tus coletillas y tu sabiduría popular, apuntó David.

—Y tú siempre espoleando mis comentarios. Está bien, paga las copas y vámonos.

Salieron de la cafería, recorrieron una larga avenida que llevaba hasta la antigua estación de RENFE, donde comenzaba su recorrido por la vía verde. Iniciaron su charla comentado un libro que habían leído recientemente. “Entre vinos hablados” de Olga Lujan. La opinión de ambos sobre el libro coincidía y ciertamente este párrafo incluido en una reseña que había realizado Juan sobre la susodicha novela, le había gustado tanto a David que lo recitó de memoria:

“Duelen las imágenes de la avaricia, del rencor, del crimen entre parientes; duele una España de intransigencia abocada a sucumbir a las dentelladas de una incivil guerra; duele la injusticia practicada siempre sobre el más débil; duele la pobreza del jornalero, el egoísmo del poder y el dinero; duele, con luto de brazalete cosido al abrigo, la pérdida de una madre; duelen en fin escenas pulidas con prosa de suavidad que describen desgarradores sucesos. Comentó David”

Juan miró a David y una punzada en el estómago le hizo emitir un pequeño rugido por la molestia. Su cara se puso lívida mientras por su mente surcaban sin entender muy bien porqué ideas de cómo acabar con su cuñado.

Los nubarrones volvieron a cubrir el sol, oscureciendo la radiante tarde. Por las primeras gotas que aparecían de enorme tamaño, se intuía que pronto la lluvia caería abundantemente. Aligeraron el paso para refugiarse en una de las muchas cuevas que había por la zona. Cuando entraron en la que parecía más accesible pareció como si del cielo bajara una catarata de agua, llovía copiosamente.

Durante los veinte minutos que duró el fortísimo aguacero, Juan se envenenó de rencor hacia David. No, no sabía explicar que había pasado, ocurrió que solo Juan salió de la gruta.

Gritó, fuerte, muy fuerte como si se hubiera liberado de un peso que tuviera encima. También lloró, lloró desconsoladamente no por lo que había hecho, de lo cual no se arrepentía, sino por el daño que sabía causaría a su hermana y también por su irracionalidad, a su mujer.

¿Qué hacer se preguntó? En su cabeza mil ideas le sugerían como salir de este atolladero, pero su conciencia le exhortaba a decir la verdad.

¿La verdad? ¿Qué verdad? Él conocía la cueva, no así su cuñado, él espoleó a David a adentrase al interior de la misma, él conocía el ponor que se abría unos veinte metros más adelante, la luz de la linterna del móvil era insuficiente para alumbrar la gruta con bastante nitidez como para percatarse del mismo. Sabía por las ascuitas entre ambos que la bravuconería de él no le impediría realizar lo que le pedía.

Ni Juan ni David, quizás nunca esperaban que ocurriera lo que ocurrió, pero por fin ambos descubrían que las personas hacen el mal a sabiendas por un acto libre de voluntad o quizás están habilitados por una fuera externa. Solo que unos realizan actos humillantes, mientras que otros por sus actos diabólicos no solo pueden llevarle a su destrucción sino a abatir a sus seres queridos.

Caminaba cabizbajo ahora era consciente del daño provocado, recorría el largo puente Dientes de la Vieja, y oía voces, era la voz de cuñado, torturándole, insultándole, recriminándole su acción, pidiéndole ayuda, confundiéndole, atormentándole, miró hacia abajo, los quince metros de altura le parecieron suficiente para arrojarse desde él.

¡Eh cabrito, baja y échame una mano ayúdame a subir creo que me he torcido un tobillo!

Estaba ahí abajo, empapado, aterido de frío, andando lentamente a la pata coja. ¿Cómo es posible se preguntó? Corrió rápidamente hacia el final del puente donde un estrecho camino bajaba hasta donde encontraba David. Juan reía, lloraba todo al mismo tiempo, aunque no sabía con certeza si la imagen era real o no, confiaba en que así fuera y pedía y suplicaba que Dios y su cuñado le perdonasen.

No sin esfuerzo, bajó el camino que aunque empapado de barro la cantidad de pequeñas piedras sueltas le hizo resbalarse varias veces estando a punto de dar con su cuerpo en el suelo.

Se quitó su sudadera quedándose en mangas de camisa, obligó a David a quitarse la suya empapada y le colocó la de él. Le cogió por la cintura e iniciaron la marcha para subir al puente.

Durante la subida no hablaron, todas sus energías las gastaron en subir lo más rápidamente posible por el estrecho camino. Una vez arriba, Juan llamó a emergencias para que viniese a recoger a David ya que éste no podría caminar los seis kilómetros que había hasta la antigua estación de RENFE.

—Me alegro de que estés bien, dijo Juan verdaderamente afligido.

—¡Estoy jodido, no ves que no puedo andar!

—Eso ya lo veo, es que pensé que te había perdido.

—¿Lo hubieras sentido?

—No, la verdad, por mí no, por mi hermana.

Ja, ja, ja. ¿Tú sabías que había un ponor unos metros más delante de la entrada?

—La verdad es que sí. No pudo mentir, se sentía culpable y ya que todo le era favorable debía ser sincero consigo mismo.

—¿Querías que me matara? Serás ….. hijo de….. Como ves, “bicho malo nunca muere”, y además hemos descubierto una cueva que debiera habilitar para poder ser visitada.

—¿Hemos?

—Bueno, tú has tenido bastante que ver en que ello ocurra ¿no te parece?

A lo lejos se oía el sonido de la sirena de la ambulancia que en breve llegaría a su ubicación.

David, sacó de un bolsillo de su pantalón una pequeña daga y se la entregó a Juan.

—¿Qué es esto?

—No ves, es una daga posiblemente de origen árabe, fíjate la decoración de la empuñadura y el pomo. La he hallado en la cueva, estaba mirándola cuando me caí al ponor, no me percaté de que hubiera esa oquedad ahí. Guárdala antes de que llegue la ambulancia.

—¿Cómo lograste salir?

De la ambulancia bajó rápidamente una doctora y un enfermero que pronto atendieron al David.

Cuando iban a introducirle en el vehículo, David dijo a Juan al oído ya te contaré. Un lago subterráneo, un tesoro oculto posiblemente de la época de los omeyas, una maravilla de gruta perfectamente accesible desde el lugar por donde he salido. ¡Nos vemos en el hospital!

Mientras se alejaba la ambulancia, Juan suspiró profundamente, el cielo volvía a estar radiante, él se sentía aliviado incluso exento de toda responsabilidad y a Dios gracias no había nada que lamentar.

Filosofó que la amistad puede ser perfecta e imperfecta y que los  verdaderos amigos son quienes tienen sus propios ideales frente a los de uno; y que la amistad si es recíproca, se vuelve en una relación de dar y recibir.

Su reflexión le provocó una breve carcajada y pensó: ¿Qué tipo de amistad nos profesamos tú y yo David? ¿Somos amigos o enemigos? ¡Somos tan opuestos!

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