QUIZÁS SEA MI EDAD (REFLEXIONES)
La locura y el estigma. Hay una reivindicación del pensamiento disidente, del dolor mental y emocional no comprendido por la sociedad.
La
muerte como liberación. Hay belleza en
cómo se habla de la muerte, pero también un alerta emocional fuerte.
La
infancia y sus heridas. Los recuerdos
del rechazo, del sobrepeso, del bullying sutil de la niñez marcan una línea
emocional profunda que parece resonar hasta el presente.
El fracaso y la sociedad injusta. El texto muestra una mirada lúcida y dolida sobre el mundo, desde la crítica al capitalismo (precio de la medicina, el trabajo como esclavitud), hasta la denuncia del abandono
La
escritura como tabla de salvación». Decía
(Isak Dinesen). «Todas las penas pueden
soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas».
Este texto es un acto terapéutico y vital. No se escribe para el mundo, sino para seguir respirando.
Con estos temas principales, el autor
nos muestra una mente lúcida que ha conocido la oscuridad y que, en medio de
sus heridas, no deja de pensar, de escribir, de sentir.
A golpe de recuerdos
A golpe de recuerdos y trazos de mi pluma voy escribiendo pensamientos, ilusiones, opiniones y mi sentido de ver la vida. Testimonios reales, crudos y desgarradores, quizás la descripción de la trágica realidad que vivimos en estos comienzos del siglo XXI.
"A los locos no nos toman en serio".
—De niño decían: «Que tenía muchos pájaros en mi cabeza».
—De adulto me espetaban: «¿Acaso estás loco?».
Ahora en el atardecer de mi vida" se me va la cabeza". Sé que
no es una sensación desagradable. Es el empuje que me ayuda a querer seguir
viviendo.
Amor, amar
Cuando tú estás en una relación, y el otro no es capaz de evitarte una migaja de sufrimiento es porque todo se ha acabado.
El amor no se mide por todo lo que seamos capaz de sacrificar el uno por el otro, sino por todo aquello que seamos capaz de disfrutar juntos
La ruptura de una pareja es el
fracaso a la convivencia a partes iguales.
Calor, sofoco
Calor, sofoco, tristeza, pesadumbre,
no tengo sueño, no quiero dormir para despertarme, con más calor, más sofoco,
más tristeza, más pesadumbre, más sueños. No quiero y debo dormir para soñar
que duermo, que me vence el sueño, que mi pesadumbre se descarga, mi tristeza
se desvanece, mi sofoco es un calor de entusiasmo y viveza. ¡Todo es sueño!,
sueño despierto, no duermo, mi tristeza me produce sofoco y un calor aumenta en
mi cuerpo, más la tristeza me trae pesadumbre, pero no sueño. Sueño que sueño y
lo hago despierto. Calor, sofoco, tristeza, pesadumbre ¡no tengo sueño!, más me
permito soñar despierto.
Como detener el tiempo
¿Cómo
detener el tiempo?, si siempre nace un nuevo día tras el amanecer. Las manillas
del reloj ves pasar, días y noches de una vida vacía. Busco otro camino, pero
ya es tarde, me siento tan pequeño, triste y cansado. Sí, contarán mi historia
por su mal final, pero ahora me falta valor aunque en mi camino solo hay
espinas. Nadie me enseñó a vivir, y ahora caigo en la cuenta que mi peor
enemigo soy yo mismo. Quizá un día la fortuna me haga sonreír.
¿Cuál es el secreto de la felicidad?
Atendiendo al razonamiento de muchos filósofos que han mantenido que la
ignorancia es felicidad, solo imponiendo mi ego por encima de mis posibilidades
consigo disponerme a escribir. ¿Escribir?, borronear, garabatear pensamientos,
reflexiones y cavilaciones.
Escribo por el placer que me produce escribir. Hay quienes dicen que
entre otros beneficios que nos reporta la escritura, unos exponen que se libera
el estrés, otros opinan que se gana conciencia de nuestra realidad, se aprende
más, se es más feliz. Yo me quedo con esta última valoración, porque si duda
eso es lo que nos reporta felicidad hacer aquello que queremos. No, la
felicidad no está en el éxito. También creo en contra de algunas opiniones que
la felicidad no siempre conduce al éxito, este es tan etéreo tan intangible y
tan personal que cada cual tiene el suyo.
Cierto es que una sociedad consumista el éxito solo se mide en términos
que solo valoran lo obtenido desde un punto de vista de los beneficios económicos
que se hayan obtenido.
Por ello dejando atrás la medida del éxito, y solo atendiendo al
concepto de felicidad, ser feliz significa autorrealizarse. Según Aristóteles
todos los hombres persiguen la felicidad y cada cual posee el secreto de su
propia felicidad.
Llegado a este punto, siento que ya no tengo nada que decir, nada que
contar, aquí sentado frente a este folio en blanco, en lo introspectivo mi
soledad, me siento tan solo, me veo tan gris, que no puedo olvidarme que tengo
ante mí, la puerta cerrada de mi talento, que se burla así de mí, preguntándome
si ser ignorante nos hace más felices, o es el conocimiento el que tiene un punto
perverso que nos malogra y nos sume en la desgracia. Sin embargo, muchos
filósofos identifican la felicidad con sabiduría, y a lo peor tienen razón
quienes opinan que son felices quienes no piensan nunca. Toda una controversia
de opiniones que nos acercan o alejan del concepto de felicidad según la
valoración personal de cada cual.
Dos millones de euros por la vida de un niño.
Un pequeño con una rara enfermedad "atrofia muscular espinal"
necesita un medicamento que al parecer cuesta una exorbitante cantidad de
dinero. "Dos millones de euros" y eso que es una sola dosis.
—¿Es posible tal disparate?
—¿Quién pueden disponer de tanto dinero?
—¿Qué se puede hacer cuando ves que un niño puede morir si en escasos
tres meses no se le puede poner dicho medicamento?
¡Por Dios! Hablamos de una vida, y en este caso particular, de la vida
de niño. Un niño de tan corta edad que ni es consiente aún del mundo que ha
venido a vivir ¡si es que logra salir adelante!
Ya sabíamos que sin dinero cuesta la misma vida vivir, lo que no sabía
es que sin dinero estés condenado a morir.
Ojalá la noticia tuviese un final feliz y que este fuese que se le ha suministrado
esa dosis necesaria, bien por el propio laboratorio, bien por sanidad o por
solidaridad de los que siempre estamos ahí cuando se nos requiere. Los
ciudadanos.
Duda
Hoy me encuentro entre la contradicción de escribir, creyéndome que lo
hago bien y el enfrentamiento a mi realidad, que me revela que detrás de mis
mentiras, están las más absolutas de mis verdades.
En mi inquietud vuelven a mí fantasmas que creía haber superado, pero
que claramente no he vencido, solo había aparcado creyéndome que tenía cosas
más importantes en que pensar, ahora me aterra reconocer que he despertado de
alguna manera desconocida a temores que quizás solo confirman que la magia solo
dura mientras persiste el deseo.
Hoy me doy cuenta, estoy condenado a ver lo peor de mí mismo, mi
tristeza y mi furia. Sé que es difícil crear un infierno más dramático que el
que me empeño vivir cada día, pero de alguna manera no he tenido más remedio
que aprender a vivir conmigo siendo como soy. Sé que todo está dentro de mí,
quizás es mi forma de ser feliz. Dudando hasta de mí.
El trabajo te hará libre
Hoy me he levantado al amanecer. No, no tenía que ir a trabajar en
realidad hace tiempo que no tengo trabajo.
Sentía que algo me oprimía el pecho. Me faltaba el aire.
Salí al balcón, respiré profundamente, tarde unos minutos en sentir el
fresco que tan de mañana helaba mis pies y manos, temblaba de frío, pero en mi
interior ardía por dentro.
Caí en la cuenta que lo que me faltaba era libertad.
En la hora de mi muerte
En la noche más oscura que jamás vi, solo pude sentir su respiración en
mi nuca. No era la primera vez, y tenía la seguridad de que era él. Pero, al
igual que la primera vez que lo sentí, tuve miedo. Un miedo que me atenazaba.
Sabía que mi hora estaba próxima.
Lentamente, mi enfermedad me estaba matando. Me habían pronosticado unos
tres meses de vida, y ya había sobrepasado con creces esa fecha. Si me aferraba
a seguir luchando era porque aún era joven, muy joven, y, en el fondo, pensaba
que, con un poco de suerte, podría sobrevivir al cáncer que, de momento,
parecía ganarme la partida.
Me volví para hablarle:
—Ya no te tengo miedo. Llevas mucho tiempo viniendo a visitarme. Sé que
solo eres un fantasma… Sí, no sé por qué, pero, desde la primera vez que te vi,
ya nunca me has abandonado.
A estas altura de mi vida, ya no me das miedo. Suelo sobresaltarme, eso
sí, sobre todo cuando me levanto al servicio de madrugada y, para no hacer
ruido ni molestar, no enciendo ninguna luz. Tu blanco resplandor me permite ver
suficiente en la oscuridad de la casa.
Desde aquel día en que, en un alarde de valentía, te hablé, a veces te
hablo. Cierto es que nunca he obtenido respuesta. Supongo que, si alguna vez
contestaras, igual saldría corriendo. Pero me siento reconfortado cuando te digo:
—Supongo que no todos tenemos un fantasma en casa. Si tú estás aquí, será
porque me has tomado cariño.
Yo no me asusto, y tú me aprecias, porque, quizá, fuiste alguien en mi
pasada o futura vida.
Hoy se me ha erizado el vello y siento hasta convulsionarme… No te temo
a ti, porque ahora sé que has venido para acompañarme en mi transición a la
muerte. Sé que ha llegado mi hora. Nunca está uno preparado para esto, pero
¿qué se le va a hacer? Demorar más mi partida solo es más sufrimiento.
Sé que no me abandonarás, porque ahora sé quién eres. Lo suponía… Por
fin volvemos a estar juntos.
Llévame de tu mano, como cuando era pequeño. Sé que la muerte, al fin y
al cabo, es el final feliz.
Escribir
De aquellos comienzos inciertos, de
aquellos miedos que te atenazan, de aquellas barreras que tú mismo creas, hasta
que llega el momento que vas saltando vallas. Relees tus lecturas y te
avergüenzas, más esos comienzos te convierten en lo que hoy eres. Y aunque como
en mi caso no sea un autor de éxito, ni casi autor. Solo diré que la felicidad
es el momento y aunque esta suele ser breve, para mí es permanente, puesto que
he aprendido que ser feliz es hacer aquello que me gusta, y a mí me gusta
contar historias, con más o menos fortuna. Sé que el éxito suele ser efímero.
¿Estoy muerto?
No,
pensaba. Todavía razonaba. Recordaba lo que había hecho durante el día. Incluso
el deseo de sentirme así. Bueno… así no. No quería razonar. Pero seguía siendo
capaz, y eso bastaba para entender que la vida es un lento morir. Cada día,
cada hora, cada minuto.
No
morimos el día que lo escriben en la esquela. Morimos desde siempre.
Quería
comprender lo que se me revelaba, pero en mi ofuscación solo intuía que, si
despertaba, todo volvería: la tristeza, la pesadumbre.
Entonces
comprendí algo cruel: lo que nos hace sufrir no es lo que somos, ni lo que
digan de nosotros. Es lo que creemos ser. Esa imagen borrosa, creada desde
dentro, muchas veces alejada de la verdad.
Mis
pensamientos seguían en desorden, como un galimatías que no podía ordenar.
Vinieron recuerdos. Algunos dolían. Otros rescaté desde el fondo del olvido.
Surgió entonces una pregunta, punzante:
¿Quién
soy yo? ¿Por qué me he convertido en esto?
Ni
yo mismo me reconozco.
Las
preguntas se repetían sin cesar. Volvieron los viejos fantasmas. Creía haberlos
vencido, pero solo los había postergado. Me había engañado pensando que tenía
asuntos más importantes. Ahora sé que no. Había despertado —no sé cómo— a
miedos que confirmaban algo que no quería aceptar: La magia solo existe
mientras persiste el deseo.
Y
entonces lo vi claro.
Estoy
condenado a ver lo peor de mí: mi tristeza, mi furia, mi sombra. He construido
un infierno dramático en el que me empeño en vivir. Pero no me queda más
remedio que aprender a convivir conmigo, tal como soy.
Sé
que todo está dentro de mí.
Quizás
—¡qué contradicción!— sea esa mi manera de ser feliz.
Si
me enfrento a mi verdad, descubro que detrás de mis mentiras se ocultan las
verdades más profundas.
He despertado de madrugada
He despertado de madrugada, las cuatro serían, sentí que se me escapaba
la vida, la parca tras de mí corría, salté de mi cama, me dirigí a mi despacho
mientras un libro cogía, sentí que se me escapaba la vida, hice como que leía,
me senté en mi sillón esperé su venida, han pasado ocho horas ¿se habrá dado
por vencida?
—Te esperé la vida entera, te diré cuándo por mí vengas—, sé que más
allá de la muerte, vida después de vida la vida me espera, que la mala hora,
nada la detenga, estoy contento con mi familia, con mis amigos, con mis
acreedores y porque no hasta con mi recaudador de impuestos. La hoja roja de mi
vida aún no he arrancado todavía, aunque por los años que ya voy contando sé
que poco va quedando.
No creas lector que esto un monólogo resignado, es una arenga a lo que
estoy pasando.
Trágame tierra cuando el féretro estén bajando, despedirme de familiares
y allegados, que con premeditación y alevosía habré dejado.
He envejecido
He envejecido, tanto que no me reconozco, he sufrido los cambios físicos
así como psicológicos y sociales de una manera brutal.
No me importa que mi barba ni el poco pelo de mi cabeza sea un color más
blanco. No creo que los cambios psicológicos puedan afectarme más de lo que ya
me afectaba mi propio, yo, el cual siempre ha estado en conflicto con mi ello.
Pero lo que sí me ha herido de muerte son los cambios sociales. Estos
ocurren por la evolución de la sociedad y de las personas, pero una vez más
somos las personas las que acabamos echando a todo a perder.
—¿Acaso no vamos a peor?
—¿Qué fueron de nuestros valores?
—¿Por qué una malentendida libertad, ha dado paso al libertinaje?
He envejecido, quizás no he madurado, solo me siento un corazón
solitario, con una carga de penas, que se pregunta a dónde va.
Jugar siempre es perder
Renunciando a su sentido común y a mínimo de inteligencia en su vida, se
dejó arrastrar hasta el salón de juego, donde pasó toda la tarde y bien entrada
de la noche. Solo cuando en su mano le quedaba un último euro se percató de su
locura, ya era tarde, introdujo la moneda en la ranura, golpeó el pulsador con
rabia para iniciar la partida, las líneas de combinaciones giraban rápidamente,
de sus ojos irritados por todo el tiempo que llevaba frente a las luces
multicolores de la máquina tragaperras, brotaron lágrimas que no podía reprimir
y máxime cuando esta cantó incesante el premio especial. Jackpot 2395 €.
Había jugado mil quinientos euros, podía estar satisfecho dado que la
cuenta de resultados le era favorable aunque pensó cuanto había perdido de
mesura.
Eran la cuatro de la mañana cuando volvía a casa, cansado, exhausto.
Feliz por el resultado económico, pero destrozado y angustiado por ese impulso
interior que le afligía la conciencia retornando su sentido común. Y mi escasa
inteligencia. —Pensó—.
Sintió un pinchazo en su costado izquierdo, giró su cabeza y vio la cara
fea y la boca desdentada de quien le amenazaba con atracarle, quiso defenderse,
pero solo consiguió que este hundiera el cuchillo en su costado atravesando
ahora sí, no solo la piel, sino que la puñalada afectó a su riñón, cayó
desplomado al suelo. El sujeto que le agredió se agachó junto a él palpó sus
bolsillos, extrajo la cartera del bolsillo interior de su chaqueta y se alejó
corriendo.
La hemorragia abundante que sufría le llevó a sufrir un shock que le
produjo la muerte. No si antes pensar que: jugar invariablemente siempre es
perder.
La herencia
Durante toda una vida, construisteis, conservasteis y cuidasteis la que había sido vuestra casa, vuestro hogar, sé que os costó mucho sudor y muchas lágrimas. Sacrificasteis tantas cosas que podíais haber disfrutado, gastando vuestro dinero. ¿Y ahora qué?
La herencia dejaría división,
enemistad y problemas entre nosotros, vuestros hijos. Padre y madre, no, no les
estoy echando la culpa de ello. Somos nosotros los hermanos los que nos hemos
convertido en alimañas capaces de pelear por algo que ahora estoy seguro de que
no nos merecemos.
La vida
Me preguntaron ¿Qué es para ti la vida? y sin dudarlo respondí:
La vida es una espiral de sueños que día a día nos aleja de nuestras ilusiones, para enfrentarnos a nuestra realidad.
Los miedos
Ya estoy dispuesto a enfrentarme a mi pasado, creo haber superado todos
mis miedos y sé que aunque me haga daño debo conocer toda la verdad de los
hechos que acaecieron siendo yo un niño. He dejado pasar mucho tiempo hasta
llegar al día de hoy para bucear en lo acaecido cuando era un adolescente
inestable emocionalmente, pero sin duda daba muestras de no ser irresponsable,
ni conflictivo, ni inculto, ni mucho menos perezoso. Los estereotipos que nos
son achacables en esa etapa no podrían achacárseme. Sin embargo la
inestabilidad emocional marcaría no solo esta etapa de mi vida, sino que
dejaría para siempre una huella indeleble que no parece desvanecerse del todo y
aflora en el atardecer de mi vida, golpeándome con los sueños rotos que
evidencian la aciaga existencia de mi realidad, alejada de aquellas ilusiones
que había puesto como meta conseguir y que el tiempo solo ha ido alejándome de
poder alcanzarlas y mostrándome una traumática vida que no está exenta de
obstáculos, pero que en mi caso se propagaban como los hongos.
No fui un niño enfermizo, más bien podría decirse todo lo contrario
robusto. Hoy me hubieran diagnosticado con sobrepeso, esto supondría un
complejo que arrastraría de por vida y que me alejó de la práctica de muchos de
los deportes que realizábamos en la calle al ser rechazado por mis compañeros
de juego. El fútbol es el deporte más popular de mundo y en nuestra infancia en
los años setenta jugábamos en la vía pública. Bueno jugaban mis compañeros de
clase, o vecinos de la calle yo solo hacía de recoge pelotas cuando el balón al
ser golpeado superaba la zona que se había delimitado como campo de juego.
Sí, claro que jugué, pero no sabría decir cuando me hacía más daño, si cuando
jugaba o cuando era rechazado dado que éramos muchos más de los necesarios para
poder formar un equipo. Cuando jugaba era evidente que faltaban jugadores, así
que se recurría a los que hubiera por supuesto se daba por hecho que solo
podías hacerlo de portero. Si no jugaba quedaba claro que había elementos para
formar un equipo y tú solo podías ir a por los balones que salían fueran del
improvisado campo de fútbol callejero.
Esta dicotomía marcaría desde mi infancia mi personalidad emocional, y
por supuesto mi manera de entender las relaciones con aquellos que eran mis
compañeros, vecinos o amigos. Solo sirves si nos eres útil mínimamente y dejas
de interesarnos cuando estamos sobrados de jugadores.
Ya pueden ir formándose una idea de mi personalidad, haciéndome ver
desde niño que la vida es una espiral de sueños que día a día me alejaba de mis
ilusiones para enfrentarme a mi triste realidad.
Los sueños
Soñar despierto es lo único con lo que contaba para no hundirme en la
ciénaga de aquellos pensamientos que me empujaban al abismo de un suicidio
deseado, buscado, pero que en el último momento abortaba rompiéndome en un
llanto silencioso que más tarde daba paso a una calma de mi espíritu que aunque
fingida, ya que no borraba el daño que había sufrido si al menos alejaba
aquellas meditaciones que anulaban mi voluntad y a veces conseguía que pasase
bastante más de un minuto conteniendo la respiración, como método para acabar
con mi vida, ciertamente los recursos en esa edad eran tan escasos como mi inteligencia
por hallar otros o que realmente solo pretendía infligirme un daño añadiendo
más sufrimiento al que ya tenía.
Me he puesto las gafas de mirar de lejos
Me he puesto las gafas de mirar de lejos, he echado la vista atrás y no me reconozco, miro hacia delante y me da vértigo el futuro. Las he destrozado y las he arrojado al cubo de la basura. Me he colocado las de mirar de cerca, me da miedo, pero he decidido solo vivir el presente. El pasado ya fue, el futuro ya vendrá y el presente es ahora. Y ahora solo tengo que vivir sin que mi pasado sea un lastre y mi futuro una carga que me amargue mi existencia.
Me preguntaron
Me preguntaron ¿por qué escribo?, reflexioné y dije:
Porque me ahogan las palabras que quiero decir y no digo, porque escribo mejor
hablo, porque no pienso cuando escribo, solo me dejo llevar por mis
sentimientos.
Escribo, porque la vida me va en ello, escribo que
escribo, y sueño que escribo cuando escribo. Es un deseo tan de dentro, que si
no escribo siento que muero.
Negahólicos
Aquellos que
solo están predispuestos para resaltar lo negativo, seguramente debieran
hacérselo mirar no vaya a resultar que sean negahólicos
Quizás sea mi edad.
Quizás sea eso lo que me autoriza a decir lo que pienso sin cortapisas
ni limitaciones. O tal vez esté loco, casi loco... y sé que a los locos no nos
toman en serio. Repetía, una y otra vez, que la muerte es el final feliz. Pero
la muerte —esa vieja traicionera— siempre guarda sorpresas. A veces llega sin
avisar. A veces la esperamos tanto que nos volvemos su sombra, ansiando su
llegada.
Yo estaba allí, inmerso en estas reflexiones, cansado de vivir,
agobiado, incluso deseando que todo terminase.
“Quiero morirme, si es posible. Quiero morirme, si es posible”, repetía
en mi mente cada día.
No viene al caso por qué me había abandonado. Quizás era porque la vida,
es una espiral de sueños que día a día nos aleja de nuestras ilusiones para
enfrentarnos a nuestra realidad, Quizás porque cuanto más te esfuerzas, más
difícil parece alcanzar la felicidad.
Los pilares que sostienen nuestra vida se desmoronan con el tiempo. Todo
depende del valor que les demos. Dicen algunos psicólogos que existen quince
pilares básicos de la felicidad: salud, autoestima, metas, dinero, trabajo,
juego, aprendizaje, creatividad, ayuda a los demás, amor, hijos, familia,
hogar, vecindario, comunidad. Nosotros solemos reducirlo todo a tres: salud,
dinero y amor.
¡Ay, el amor!
Tantas veces raíz de nuestras penas. Según hacia quién lo proyectamos
—pareja, hijos, familia, amigos— su impacto varía, pero nunca deja de doler.
En la pareja, por ejemplo, el amor puede ser una gran mentira. De
jóvenes es pasión y sexo. Con el tiempo, si hay suerte, se transforma en
ternura y cariño. Pero si esa evolución no ocurre, si de la pasión no se pasa
al afecto sincero, el vínculo se desgasta hasta romperse… y lo que fue amor, se
convierte en rencor.
En la familia, con los hijos, con los amigos, ocurre algo más frío: el
mundo se ha vuelto individualista. Solo recordamos a los otros cuando los
necesitamos. Después, ya no están. Ni siquiera en el pensamiento.
El trabajo debería ser una vía de realización, una forma de alcanzar
deseos
¡Ay, el trabajo!
¿Cuántos padecemos el desempleo? Muchos no habríamos tenido problemas si
no fuera por aquella crisis —económica, sanitaria, da igual— que arrasó con
todo. Pero, en el caos, siempre pagamos los mismos.
Y la salud... ¿No es acaso un eco de todo lo anterior?
La llaman equilibrio, bienestar. Pero también existe eso que decimos
casi con temor: “Murió de pena”. Y entonces todo se explica.
¿Dónde iba...? Ah, sí. Esta cabeza mía.
Canturreaba para mí: “Quiero morirme, si es posible. Quiero morirme...”.
Cerré los ojos. La luz de las farolas se colaba en la habitación, dibujando
sombras en la penumbra. La oscuridad no era total, pero sí suficiente. Quise
dormirme. No pude.
Poco a poco, como en un pasillo infinito, las luces iban apagándose en
mi mente. La negrura se hizo presente. Me sentí perdido. Percibí el miedo.
Intenté abrir los ojos. Nada. Quise mover la mano, alcanzar el interruptor de la lámpara. No podía. No lograba gritar, aunque mi cerebro daba todas las órdenes.
Trastornado
Sara apagó la televisión.
Javier volvió a encenderla. Esta cortó la corriente de la casa, pulsando el
interruptor general automático. Ahora ella era quien sacaba adelante la casa
con su trabajo.
Javier, su marido llevaba
cinco años en paro y para ella era un mantenido, así se lo hacía ver a diario.
Indicio inequívoco de su frustración al casarse con él.
Cuando este se arrojó desde
su balcón de un sexto piso solo pensó que él era un fracasado. Y que por su
causa su mujer tenía que trabajar.
Triste realidad
He
cerrado los ojos de ver, lo que veía no me gustaba y nada podía cambiar, veo
con los ojos mirar y aunque de soslayo paso la mirada no puedo por menos que
reprobar lo que miro: (injusticias, egoísmos, maldades, falsedades) todo es
igual, mire o vea daño me hará. Quiero cerrar mis ojos para no abrirlos más. He
replegado mis brazos sobre mi abatido cuerpo derrumbado hundido. No puedo volar
mi pesadumbre es tal que, aunque alas tuviera el vuelo no podría remontar.
Trocitos de mí
"Trocitos
de mí". Hoy sé que soy la suma de todo aquello que en el pasado fui. He
borrado tantos recuerdos que me hicieron daño, he recordado tantos otros que
había olvidado por mi inconsciencia, he rebuscado en mi interior, y no he
logrado encontrarme. Pienso que no soy quien dicen que soy, estoy seguro de que
no soy el que debería ser y lo peor de todo es que ni yo mismo me reconozco.
¿Por qué me he convertido en lo que soy? Me absorbo en mis pensamientos, me escucho, me hablo, camino por mi camino. Con mis tristezas y mis alegrías, según la realidad de cada día.
Una vida larga no es signo de felicidad
Tienes razón hija, pero en una vida tan larga como la de este viejo que ves, puedes tener por seguro que las cosas buenas no son tantas y en la vida las cosas malas cuestan mucho olvidarlas por eso siempre andamos quejándonos de la vida. Si a lo largo de nuestra vida apuntáramos todos y cada uno de los tiempos de los momentos en los que fuimos felices estoy seguro de que solo supondría escasamente días, semanas quizás, y fíjate no esforzamos en llegar a los ochenta años de vida, longevos y jóvenes al mismo tiempo ¡qué contradicción!