En un lugar de la Mancha
En los cerros de los distintos pueblos podrás
ver los molinos, como en el caso de Tembleque, donde solo se alzan dos. Pero en
Campos de Criptana, si acabas de venir de El Toboso y, tras visitar la casa de
Dulcinea, verás el escenario donde el ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha se enfrentó a los gigantes. Aquí, los diez molinos que se extienden por
el cerro, mezclándose con las luminosas casas blancas del pueblo que suben
hasta lo alto del mismo, y las casas-cueva que puedes visitar, te llevan a
imaginar un mundo mágico que quizás no pertenezca ni a un tiempo pasado ni,
mucho menos, al actual.
Mientras degustaba en el restaurante cueva La
Martina —un lugar encantador donde los haya, en un entorno excepcional, en
plena Tierra de Gigantes, en esta sierra de los Molinos, en Campos de Criptana—
un primer plato de migas manchegas y un segundo de chuletitas de cordero,
regados con un buen vino manchego, un reserva 2016 que, según me comentó el sommelier, reposa en cuevas excavadas con la
finalidad de conseguir sabores más afinados y proteger el vino de las inclemencias
meteorológicas y agentes externos. Este, concretamente, proviene de la cueva
más grande de las seis que se pueden visitar en Valdepeñas. Me apuntaba.
Lo cierto es que yo intentaba evocar parte del
capítulo VIII de la primera parte de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
Saavedra, titulado “Los molinos de viento”.
—Ellos son gigantes —decía don Quijote a su
fiel escudero Sancho—, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración
mientras yo entro con ellos en desigual batalla.
—¡No huyáis, cobardes y viles criaturas, que
un solo caballero es el que os acomete! —Y diciendo esto, y encomendándose de
todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese,
con la lanza en ristre arremetió a todo galope.
—¡Válgame Dios! Ver gigantes donde solo hay
molinos... ¿Estaré delirando? —dije para mí—. Pero es que, con el estómago
vacío y el encanto de estos pueblos que he visitado, me he creído don Quijote.
Solo me ha faltado Rocinante y mi fiel escudero Sancho.
Con tan exquisitos manjares, he dado buena
cuenta de la botella de vino, y no parece que aún haya vuelto en mí. Sigo
anclado, creyéndome en el siglo XVI, y lo que es peor: pensando que fui el
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Siendo tal testarudez un disparate
—ya que, como es sabido, este era un personaje literario—, dije en voz alta:
—Mira, Sancho, prueba este excelente vino.
Bebe conmigo, amigo, que de seguir solo dando cuenta de la botella, terminaré
embriagado.
—¿Le falta algo, señor? —me dijo el ventero,
que a mi mesa se había acercado.
—Traiga una copa para mi amigo Sancho —dije
sin reparo.
—Quizás no deba beber más —me dijo con
descaro.
—Repórteme la factura. Le pago esta y tantas
como yo quiera, que mi faltriquera está llena. No se vaya a pensar que me iré
sin saldar mi cuenta.
—No, no es eso, señor. Es que quizás no
debiera... Puede que ya se le haya subido a la cabeza.
—Cuide vuestra merced sus palabras, no vayan a
costarle la vida. Que a un hidalgo señor no se le vilipendia sin que reciba su
castigo quien le denigra.
—Le traeré un café, que no pondré en su
cuenta. Así daremos por zanjada esta afrenta —dijo el ventero, dándose la
vuelta.
—No he temido a hombres si me enfrenté a
gigantes —dije mientras vaciaba lo que quedaba en la botella en mi copa, e
inicié un monólogo que podían oír los comensales de la mesa de al lado—.
—Sancho, amigo, tenemos aventura. Doy por bien
empleada la jornada. Hoy ha sido un día largo. Pronto llegaremos a El Toboso,
donde Dulcinea está aguardando nuestra llegada. Hemos visto los gigantes, que
se han rendido; inmóviles a mi paso, no se han atrevido a mover sus brazos.
Quietos y fijos... Y mira por dónde hemos sabido lo que se encierra en esta
cueva, donde la comida es buena y el vino, el mejor caldo de esta tierra. ¡Oh,
mi princesa y señora Dulcinea del Toboso, reina y princesa de la hermosura!,
vuestro magnánimo corazón reciba de buen talante a este caballero andante, a
quien llaman de la Triste Figura. Bebe, mi buen amigo Sancho.
¿Sabes qué imagino, Sancho? Que habré perdido
el juicio. Quizás tenga razón el ventero y no deba beber más... Hasta oigo
relinchar a Rocinante.
(Confundía
el ruido de la máquina del café al calentar la leche con el relincho de un
caballo).
—Este soliloquio me está turbando en demasía —pensé.
Vino el ventero con la cuenta, el café y una
onza de chocolate, gentileza de la casa.
El agradable aroma del café reanimó mis
sentidos. Me di cuenta de mi comportamiento molesto, sintiéndome empequeñecido.
Sin azúcar tomé el café, que no me supo amargo, aunque era un buen café
tostado. Vigorizó mi espíritu y volví en mí.
Llamé al camarero con mucho respeto, y
mientras abonaba mi cuenta, dije:
—Señor, perdone mi comportamiento anterior.
Tantos disparates como dije no salieron de mí.
—No repare en eso —me dijo, mientras me hacía
un guiño—. Sin duda fue el señor de la Mancha. Vuestra merced no pudo dejar de
sucumbir a rememorar las hazañas del ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha.