Confinados
Ya nada será
lo mismo. Yo seré otra, diferente a la que fui. Mi vida, como la de muchas
personas, se había puesto patas arriba; de la noche a la mañana me vi recluida
en casa. Con un miedo atroz, no solo por mí, sino por mi familia, mis hijos, mi
marido y todas aquellas personas que, de una manera u otra, son parte de mi
vida.
Un virus, un
pequeñísimo bicho, como vulgarmente le llamaban, estaba desatado en todo el
mundo: contagiaba tan velozmente que saturaba el sistema sanitario de todos los
países y, lo peor, diezmaba a la población más vulnerable: ancianos y personas
con patologías que hacían que su sistema inmunológico fuese más frágil.
Los
gobiernos de todos los países del mundo optaron por proclamar un estado de
alarma que nos confinaba en casa. Solo aquellas personas que tenían un trabajo
esencial podían ir a trabajar. No me gustó esa distinción; me chirriaba. La
entendía perfectamente, pero en mi mundo, aquel mundo de la igualdad que tanto
pregonaban los políticos y que nos había llevado a ser un Estado democrático,
ahora descubría una diferencia en el trabajo. Yo ya sabía que la había a nivel
de ingresos y en el modo de poder conseguir llevar dinero a casa —para algunos
es más fácil que para otros—, pero para todos es esencial obtener dinero a
cambio de trabajo para poder vivir, uno y los suyos.
Proclamaron
héroes a aquellos que, hasta entonces, eran vilipendiados con sueldos ínfimos e
incluso con trabajos, como el de las limpiadoras, que siempre habían sido
ninguneadas. ¿Acaso no éramos héroes todos? Sí, ciertamente ellos estaban en el
frente —otro error: los políticos se habían empecinado en decir que estábamos
en una guerra—, pero nosotros, en casa, soportamos los daños colaterales y,
como es habitual, el desorden general de las cosas siempre lo sufrimos los
mismos. ¿Héroes? Qué pena: cuando pase todo esto serán olvidados. Creamos tan
rápidamente ídolos que igualmente los desbancamos cuando ya hemos fabricado
otros.
Me vi en
casa; había perdido todos los derechos de esa tan cacareada Constitución que
nos dimos cuando cambiamos de un régimen totalitario que había durado en este
país cuarenta años. Caí en la cuenta de que no era libre para salir a pasear
con mis hijos, ir a ver a mis padres, a mis amigos, etc. ¿Dónde quedaban todos
los derechos? Mi salud se resentía, física y psicológicamente. Me sentía como
un barco a la deriva.
Comprendí
que la muerte está ahí, acechándonos, y que debemos vivir acostumbrándonos a
ello; ser conscientes de que forma parte de la vida. Cierto es que ahora no
solo podía morir yo, sino que podría ser vehículo transmisor y ocasionar la
muerte de todos aquellos que simplemente pasasen por mi lado. Pero me reconozco
una persona responsable, solidaria y, por lo tanto, sé cuidarme de mí misma y
procurar no cometer errores que puedan perjudicar a otros. Así que estoy
dispuesta a seguir todas las recomendaciones que nos den las autoridades
sanitarias —que no las políticas, que ya me han dado muestras para no confiar
en ellas—. Pero, obviamente, necesito vivir.
Salir a mi
trabajo, que es fundamental para poder seguir con mi vida, salir a pasear y
hacer aquello que, en definitiva, es vivir. Tenemos que salir ya, más pronto
que tarde.
Ya nada será
igual; habré cambiado mi modo de ver las cosas en muchos aspectos. Quizás esté
más confundida, pero he cambiado. No sé… me siento cansada. Sé que no debo
abandonarme: soy madre, esposa, hija, hermana, amiga. Seré diferente a la que
fui, pero, sin duda, seguiré siendo una luchadora frente a las adversidades.
Septuagésimo
primer día de la alarma sanitaria: David, un viejo solitario
Me siento
tan gris. No puedo olvidarme de que tengo ante mí la duda de romper con todo,
de rebelarme, de no seguir sometido a los caprichos de un virus que nadie sabe
cómo ha venido —¿o sí?— y de un gobierno que, con más errores que aciertos, nos
ha llevado hasta aquí.
He
envejecido estos setenta y un días, tanto que no me reconozco; he sufrido los
cambios físicos, así como psicológicos y sociales, de una manera brutal. No me
importa que mi barba ni el poco pelo de mi cabeza sean de un color más blanco.
No creo que los cambios psicológicos puedan afectarme más de lo que ya me
afectaba mi propio yo, el cual siempre ha estado en conflicto con mi ello. Pero
lo que sí me ha herido de muerte son los cambios sociales.
He
envejecido; quizás no he madurado, solo me siento un corazón solitario, con una
carga de penas, que se pregunta a dónde va.
Septuagésimo
primer día de la alarma sanitaria: Palacio de la Moncloa
—Todo lo que
hago es para salvar la vida de los españoles y las españolas —gritaba Pedro
Sánchez—.
Su mujer lo
había sacado de sus casillas y ella estaba dispuesta a no dejarle en paz hasta
que obtuviera su palabra de que cesaría a Pablo Iglesias.
María Begoña
era muy de izquierdas, pero no entendía cómo su marido no veía que Pablo le
estaba “comiendo la tortilla”. Este aparecía en televisión siempre anunciando
buenas noticias y parecía que todo lo que se estaba haciendo procedía de su
postura frente a los miembros del Gobierno del PSOE, que sucumbían a sus
proposiciones.
—¿Tú te
estás oyendo? Eso no se lo cree nadie. ¿No te das cuenta de que te está
ninguneando a ti y a todos tus ministros?
—María
Begoña… —dijo Pedro con retintín—. No me estarás vacilando.
—Creo que lo
estás defendiendo en demasía… ni que te acostaras con él —sugirió su esposa.
Pedro miró a
su mujer con desprecio.
Ella sostuvo
su mirada y espetó:
—Es que no
es normal, no te entiendo. Mejor dicho, no te entiende nadie. No comprendo ni
cómo el partido no ve a dónde lo llevas con tu postura radical. Pablo parece el
presidente y tú, la marioneta que él mueve. La pandemia no será quien ponga fin
a tu mandato: será el hambre, los desórdenes sociales por lo molesta y enfadada
que está la gente por la burda gestión de tu gobierno. Las barahúndas en las
calles terminarán asaltando el Congreso y hasta el mismo Palacio de la Moncloa.
Volveremos a las andadas, ¿quieres enfrentarnos a todos? Maldita sea,
¡despierta ya! —gritó, rompiendo en un llanto ahogado—.
Salió de la
habitación dando un fuerte portazo y, por vez primera, se dio cuenta de que
Pedro no solo había engañado a todos, sino a ella misma. Sí, ahora lo veo: es
un ególatra y todo lo que hace, lo hace con postureo.
Pedro meditó
unos segundos antes de marcar en su móvil el número de Pablo; tras tres toques
de llamada escuchó la voz de su interlocutor:
—¡Dime,
Pedro! ¡Pedro! ¡Pedro! ¿Estás ahí? Dime…
Su cobardía
le había superado y colgó el móvil.
Septuagésimo
primer día de la alarma sanitaria: Pedro, parado de larga duración
En muchos
hogares de España, tras setenta y un días de confinamiento sin entrar un euro
en casa, hoy toca hacer recuento en la despensa para racionalizar provisiones.
Porque lo malo de las casas modernas es que no hay ni ratas para llevarse a la
boca.
Septuagésimo primer día de la alarma sanitaria: Tristeza de amor
Septuagésimo primero día de la alarma sanitaria, me siento tan gris.
No puedo olvidarme que tengo ante mí la duda de romper con todo, de revelarme
de no seguir sometido a los caprichos de un virus que nadie sabe cómo ha venido
¿o sí?, y de un gobierno que con más errores que aciertos nos ha llevado hasta
aquí.
He envejecido estos setenta un días, tanto que no me reconozco, he
sufrido los cambios físicos así como psicológicos y sociales de una manera
brutal. No me importa que mi barba ni el poco pelo de mi cabeza sea un color
más blanco. No creo que los cambios psicológicos puedan afectarme más de lo que
ya me afectaba mi propio, yo, el cual siempre ha estado en conflicto con mi
ello. Pero lo que sí me ha herido de muerte son los cambios sociales, nada
hubiese ocurrido si no tuviese Facebook pero es muy simplista acabar arrojando
la culpa a una red social, que al fin al cabo nos pone en contacto con las
personas, por lo que una vez más somos las personas las que acabamos echando
todo a perder.
Me ha dolido desprenderme de “amigos” y de familiares, en esta red
social, pero a la vez ha sido un alivio. Vaya por delante que doy por hecho que
estoy equivocado, que la política obnubila mi pensamiento, pero tengo en mi
haber el respeto a quien difiere de mis pensamientos.
Mi yugular ha sido durante estos días objeto de deseo de cuantos mis
reflexiones o pensamientos no han sido de su agrado, asimismo he sido,
humillado, vilipendiado e insultado. “Amigos”, “parientes” y “allegados”, en
Facebook el atrevimiento al enfrentamiento, es más fácil, el cara a cara
amilana a estos valientes de escritura virtual.
La perla de las groserías recibidas como respuesta a mis comentarios
en Facebook se la lleva este breve poema, que recibo de quien no quisiera,
antes debió limpiar sus mocos que dirigirse así a tu tío.
Dale limosna, muchacha
que no hay en la vida
nada como la idiotez de ser
pobre, obrero y facha.
No le va a la saga el ingenio de su hermana que de igual manera fue igual de grosera.
Sabéis lo que es un “gilipollas esférico” Es aquel que lo mires por donde mires es gilipollas.
Aquí en Facebook están todos los comentarios realizados por mí. Estoy convencido que en ningún momento que he traspasado lo que es una opinión personal política ¿errónea o no?, a estos comentarios que son puñales que han atravesado un corazón herido de muerte y que hasta ahora mismo siente afecto por estos familiares.
He envejecido, quizás no he madurado, solo me siento un corazón solitario, con una carga de penas, que se pregunta a dónde va.
REFLEXIONES, COMENTARIOS Y OPINIONES QUE HICE SOBRE EL COVID DURANTE EL CONFINAMIENTO.
Me preguntaron ¿qué piensas del Covid?, respondí: "Las personas
hacen el mal a sabiendas por un acto libre de voluntad o quizás están
habilitadas por una fuerza externa".
Sí, estoy convencido de la intencionalidad de la creación y
propagación de este virus.
Ahora pretenden asustarnos, los brotes serán culpa nuestra, en el desorden
general las consecuencias siempre las sufrimos los mismos.
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Es tan guay estar confinado que en el quincuagésimo cuarto día que
hace hoy, estoy con unos nervios deseando que el Congreso apruebe la nueva
prórroga del estado de alarma ya puestos me parece que para que hacer el paripé
de pedirla cada quince días, porque no ya hasta el final de la legislatura. A ese embaucador le vendría de lujo.
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La ciudad y los niños
El silencio ensordecedor de calles desoladas y vacías, se vio ayer
roto por obra y gracia de La Regla de los cuatro unos, que iniciaba el
desconfinamiento de la población más joven. Los casi siete millones y medio de
niños que habitan en nuestro país podían salir a pasear aunque solo fuera una
hora al día.
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Vaya por delante que llevamos dos años con una pandemia, por causa de un virus, la Covid-19, que nos ha cambiado el modo de interrelacionarnos, ha hundido la economía de muchas personas, y principalmente ha causado muchas, muchas muertes en todo el mundo. En España no sabemos cuántas, el gobierno nos oculta esta cifra, pero eso es otro cantar, no quería hablar de eso ahora.
Lo que sí quiero señalar es que siendo incontestable lo antes expuesto, ahora estamos en una situación en la que por fin han conseguido no sé si lo que pretendían o no, pero ya nos tienen con el miedo en el cuerpo. En mi caso cualquier achaque, cualquier molestia que sienta ya me parece que es Covid. Quiero decir que dado el historial médico que he ido acumulando a lo largo de mi vida, ahora la Covid, una pandemia mundial que en nuestro país nos ha llevado hasta una sexta ola, y otras tantas mutaciones, sí o sí ¿acabará por alcanzarme, independientemente de todas las medidas de protección, seguridad que adopte?
Lo que comenzó siendo una terrible alimaña que se cobraba muchas vida humanas, ahora parece un manso animal, asusta más (contamina más rápidamente), pero por fortuna ha caído abruptamente el número de fallecidos. Lo curioso es que ahora estamos más aterrorizados que antes. Llegados a este punto me pregunto ¿A dónde nos llevan? ¿Qué modelo de sociedad pretenden, puesto que estamos cambiando? Yo lo tengo claro juegan con nosotros y solo hay que ver que su juego consiste en: “divide y vencerás”. “O si no puedes convencerlos confúndelos”. En mi ignorancia deseo que nos cuenten toda la verdad, porque no entiendo, algo se me escapa a mi comprensión.
He llegado a entender que la muerte, está ahí acechándonos y que
debemos vivir acostumbrándonos a ello, ser conscientes de que forma parte de la
vida, cierto es que con la Covid no solo puedo morir yo, sino que podría ser
vehículo transmisor y ocasionar la muerte de todos aquellos que simplemente
pasen por mi lado. Pero me reconozco una persona responsable, solidaria y por
lo tanto se cuidarme de mi misma y procurar no cometer errores que puedan
perjudicar a otros. Así que sigo todas
las recomendaciones que nos dan las autoridades sanitarias, que no las
políticas que ya nos han dado muestras para no confiar en ellas. Pero
obviamente, necesito vivir, quiero no vivir asustado, quiero no tener miedo a
vivir sin miedo. Salir a mi trabajo, que es fundamental para poder seguir con
mi vida, salir a pasear y hacer todo aquello que en definitiva es vivir.
Tenemos que pensar que igual es mejor morir antes que vivir muertos.
ATRAPADOS EN EL MIEDO
Algún día le contaré a mi nieto estos días de encierro que ahora mismo son inciertos, empezaré diciendo: “Se trata de hechos no de especulaciones, lo vivimos tu abuela y yo. Solos, con nuestros miedos que no nos atrevíamos a contarnos para no asustarnos más de lo que ya lo estábamos. Me levantaba del sofá dejaba en la mesa mi ordenador que tenía sobre mi regazo y me excusaba diciendo que iba a beber agua o al servicio, en realidad iba a tomar aire, me ahogaba, en mi desesperación pensaba antes muerto que sometido, no entendía nada, interiormente gritaba ¡basta ya de más mentiras!. Me gustaría saber cómo hemos llegado a esto. Dónde estamos, lo peor es que no sabemos dónde vamos. En mi angustia pensaba contarán mi historia por su mal final.
Hacía días que había extraviado el sueño. Tomaba a diario aparte de mi excesiva medicación por mi cardiología, ansiolíticos, eso sí procuraba que fueran productos naturales, pero en tan solo una semana había pasado de uno al día a tres diarios.
En la era de la información el bombardeo era constante de datos, de cifras que crecían a un ritmo exponencial de muertos, infectados y a un menor ritmo de aquellos que se curaban. Yo estaba incluido en el grupo de riesgo, pero empezaron a contarnos que morían jóvenes, muy jóvenes, gente sana y físicamente bien preparada como guardias Civiles, ¡con 38 años increíble!.
Cada día dejaba al descubierto la mentira que nos habían contado el día anterior. ¡No saben qué es esto! No saben a qué se enfrentan o mienten, nos mienten descaradamente.
CONTINUARÁ……..
DELATORES, CHIVATOS. VIGILANTES DE LOS DEMÁS
En el supermercado, en las redes sociales, en los balcones, en la
distancia de los pequeños corros que se forman en la calle para saludarse la
frase más comentada es: “si nos portamos bien nos dejarán salir”. Luego de continuar hablando de irresponsables
y egoístas: mira ahora si hay gente, mucha nunca han salido a hacer deporte y
ahora salen. Tal o cual calles estaba poblada de público que no guardaba la
distancia. Qué falta de entendederas de aquellos adolescentes que no viven
juntos y van de la mano y luego cada uno a su casa a contaminar a los suyos. Qué
si hace falta más mano dura para aquellos ciclistas, o deportistas que han
formado un grupeto.
¡Cómo nos gusta a los españoles ser cainitas, vigilantes de los
demás, ser delatores y chivatos!
Sí, yo he salido a pasear en el horario de la franja horaria que nos
permite el estado de alarma, he ido comprar que está permitido, también he ido
a tirar la basura y por último hasta me he desplazado a otra ciudad para acudir
al dentista, que me está colocando unos implantes desde el noviembre del año
pasado. (A por cierto, la dentista, se deshizo en pruebas para asegurarme que
no estaba contaminada. Eso sí, no le han hecho ningún test. Cierto es que a mí
no me hacía falta yo confiaba en ella y en todas las medidas higiénico
sanitarias que había implantado en su clínica. Pero una vez más sentí que sin
test podemos estar confinados toda la vida). Y tengo que decir que no he visto
tanto desmanes como los que se están comentado. Pero me siento como un niño
pequeño, desde que hemos comenzado la desescalada. Un niño pequeño que se
confiesa ante su profesor o ante sus padres cuando le han reprendido por algo
que ha hecho o no ha hecho pero le hacen sentirse culpable. Una dentista sin
test realizado y una persona de riesgo sin test. Una haciendo su trabajo, otro
necesitando sus servicios. Pero si ahí se produjera un contagio la culpa es
nuestra). Al final si no pasamos de fase, si nos vuelven a confinar la culpa es
nuestra a pesar de mucha gente cumplimos.
Nos estamos comportando como lobos hambrientos y terminaremos comiéndonos los unos a los otros.
No me cabe la menor duda de que héroes son todos aquellos que están
en el frente y en primera línea de esta guerra, combatiendo esta pandemia,
ademas sin los EPI correspondientes ya no sólo que por la ley de riesgos
laborales que son obligatorios, sino por las particulares de esta causa.
Sanitarios, policías, ejército, repartidores, y tantos y tantos más que todos
aplaudimos a las 8. Pero no debemos olvidar que esta guerra es de todos y si de
ella salimos es porque en el general también somos héroes aquellos que no nos
queda más remedio que estar encerrados, porque a nosotros además nos ha privado
hasta la libertad de ir a trabajar.
En_errado. ¿Tú que pones?
Si no pongo la “C”
es porque estoy cabreado.
Cabreado con estos políticos
al ver la que nos han liado.
Y con nosotros mismos
que no estamos educados.
Con respeto, con responsabilidad
y con seguridad
no nos veríamos abocados
a vernos como estamos.
Casi año desperdiciado,
un año,
con lo corta que es la vida
hemos tirado,
alejados de aquellos
que amamos
que por encontrarse fuera
no podemos verlos ni abrazarlos.
Déjame que ponga la “T”
en el atardecer de mi vida
siento que estoy muerto y agotado.
EL PASADO YA FUE, EL FUTURO YA VENDRÁ Y PRESENTE ES AHORA
Año 2060 mis conversaciones con Juan Roberto.
El avezado periodismo logró colocar en el despacho del Presidente del Gobierno, un micrófono oculto. Días después de haber publicado la conversación en su periódico de tirada nacional le fue retirada su credencial para acceder al Congreso de los Diputados como corresponsal del mismo. Cayó en desgracia, y abandonó su carrera periodismo para dedicarse en un pequeño pueblo lejos de la capital de España, a la abogacía, su otra carrera.
Hoy cuarenta años más tarde y solo transcribiendo lo que recuerda, me cuenta estos bocetos de aquella conversación.
Está jugando con una vieja estilográfica y antes de comenzar a narrarme la grabación me hace esta observación. “Nada es definitivo. Todo es reversible, menos la muerte e incluso ésta nos depara sorpresas. A veces llega cuando no la esperamos o a veces la esperamos durante tanto tiempo que estamos deseando que llegue”. Yo siento la sensación de que la vida ya nada tiene que ofrecerle y solo anhela el zarpazo de la muerte.
Se rehace y con un tono de voz más enérgico me dice toma nota:
Presidente del Gobierno: Jugamos con una baza a nuestro favor.
Ministro de Sanidad: ¿El miedo?
Presidente del Gobierno: Sí. El miedo es una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.
Ministro de Sanidad: Entonces estás seguro que acatarán todo lo que les impongas.
Presidente del Gobierno: Obviamente. Vienen haciéndolo desde marzo.
Ministro de Sanidad: Pero el peligro es real han muerto muchas personas.
Presidente del Gobierno: Sí, sin duda. Es una nueva enfermedad, si comparas con la gripe común porcentualmente no es mucho más alarmante dado que desconocemos todo de ella.
Ministro de Sanidad:
El peligro está en los contagios, desbordan el sistema sanitario.
Y no hemos tomado medidas para evitarlo.
Presidente: Realmente hemos tomado muy pocas. No nos conviene.
Ministro de
Sanidad: ¿Por qué no se ha sacado de los hospitales el COVID-19? Se podía haber
buscado centros específicos para tal fin.
Presidente del Gobierno: Entonces no tendríamos a cuarenta y siete millones de españoles manejándolos a nuestro antojo. Sé que empiezan a estar cansados pero son moldeables.
Ministro de Sanidad: Pero esto no puede durar indefinidamente.
Presidente del Gobierno: Este experimento nos lleva a controlar cómo reacciona la gente ante una catástrofe y de paso ver su acción ante la limitación de sus derechos.
Ministro de Sanidad: Están aborregados.
Presidente del Gobierno: Para cuando quieran darse cuenta solo intentarán pasar desapercibidos, su comportamiento pacífico nos dará la razón cuando tengamos que utilizar la fuerza con aquellos que disientan con las medidas que se dicten.
Ministro de Sanidad: Tosiendo: Cof, cof, cof...
Presidente del Gobierno: Ponte la mascarilla y sal ahí. Tenemos que conseguir que se apruebe el estado de alarma hasta el 9 de mayo.”.
Enmudeció durante un largo minuto.
¿No recuerda nada más?
El resto es insignificante. Y tal como han sucedido los acontecimientos desde aquella época en las que gozábamos de libertades a donde estamos ahora estarás conmigo que la excusa del COVID-19 se erigió el principio del fin de la Constitución de 1978.