Confinados

Septuagésimo primer día de la alarma sanitaria: Ana, una mujer luchadora

Ya nada será lo mismo. Yo seré otra, diferente a la que fui. Mi vida, como la de muchas personas, se había puesto patas arriba; de la noche a la mañana me vi recluida en casa. Con un miedo atroz, no solo por mí, sino por mi familia, mis hijos, mi marido y todas aquellas personas que, de una manera u otra, son parte de mi vida.

Un virus, un pequeñísimo bicho, como vulgarmente le llamaban, estaba desatado en todo el mundo: contagiaba tan velozmente que saturaba el sistema sanitario de todos los países y, lo peor, diezmaba a la población más vulnerable: ancianos y personas con patologías que hacían que su sistema inmunológico fuese más frágil.

Los gobiernos de todos los países del mundo optaron por proclamar un estado de alarma que nos confinaba en casa. Solo aquellas personas que tenían un trabajo esencial podían ir a trabajar. No me gustó esa distinción; me chirriaba. La entendía perfectamente, pero en mi mundo, aquel mundo de la igualdad que tanto pregonaban los políticos y que nos había llevado a ser un Estado democrático, ahora descubría una diferencia en el trabajo. Yo ya sabía que la había a nivel de ingresos y en el modo de poder conseguir llevar dinero a casa —para algunos es más fácil que para otros—, pero para todos es esencial obtener dinero a cambio de trabajo para poder vivir, uno y los suyos.

Proclamaron héroes a aquellos que, hasta entonces, eran vilipendiados con sueldos ínfimos e incluso con trabajos, como el de las limpiadoras, que siempre habían sido ninguneadas. ¿Acaso no éramos héroes todos? Sí, ciertamente ellos estaban en el frente —otro error: los políticos se habían empecinado en decir que estábamos en una guerra—, pero nosotros, en casa, soportamos los daños colaterales y, como es habitual, el desorden general de las cosas siempre lo sufrimos los mismos. ¿Héroes? Qué pena: cuando pase todo esto serán olvidados. Creamos tan rápidamente ídolos que igualmente los desbancamos cuando ya hemos fabricado otros.

Me vi en casa; había perdido todos los derechos de esa tan cacareada Constitución que nos dimos cuando cambiamos de un régimen totalitario que había durado en este país cuarenta años. Caí en la cuenta de que no era libre para salir a pasear con mis hijos, ir a ver a mis padres, a mis amigos, etc. ¿Dónde quedaban todos los derechos? Mi salud se resentía, física y psicológicamente. Me sentía como un barco a la deriva.

Comprendí que la muerte está ahí, acechándonos, y que debemos vivir acostumbrándonos a ello; ser conscientes de que forma parte de la vida. Cierto es que ahora no solo podía morir yo, sino que podría ser vehículo transmisor y ocasionar la muerte de todos aquellos que simplemente pasasen por mi lado. Pero me reconozco una persona responsable, solidaria y, por lo tanto, sé cuidarme de mí misma y procurar no cometer errores que puedan perjudicar a otros. Así que estoy dispuesta a seguir todas las recomendaciones que nos den las autoridades sanitarias —que no las políticas, que ya me han dado muestras para no confiar en ellas—. Pero, obviamente, necesito vivir.

Salir a mi trabajo, que es fundamental para poder seguir con mi vida, salir a pasear y hacer aquello que, en definitiva, es vivir. Tenemos que salir ya, más pronto que tarde.

Ya nada será igual; habré cambiado mi modo de ver las cosas en muchos aspectos. Quizás esté más confundida, pero he cambiado. No sé… me siento cansada. Sé que no debo abandonarme: soy madre, esposa, hija, hermana, amiga. Seré diferente a la que fui, pero, sin duda, seguiré siendo una luchadora frente a las adversidades.

 

Septuagésimo primer día de la alarma sanitaria: David, un viejo solitario

Me siento tan gris. No puedo olvidarme de que tengo ante mí la duda de romper con todo, de rebelarme, de no seguir sometido a los caprichos de un virus que nadie sabe cómo ha venido —¿o sí?— y de un gobierno que, con más errores que aciertos, nos ha llevado hasta aquí.

He envejecido estos setenta y un días, tanto que no me reconozco; he sufrido los cambios físicos, así como psicológicos y sociales, de una manera brutal. No me importa que mi barba ni el poco pelo de mi cabeza sean de un color más blanco. No creo que los cambios psicológicos puedan afectarme más de lo que ya me afectaba mi propio yo, el cual siempre ha estado en conflicto con mi ello. Pero lo que sí me ha herido de muerte son los cambios sociales.

He envejecido; quizás no he madurado, solo me siento un corazón solitario, con una carga de penas, que se pregunta a dónde va.

 

Septuagésimo primer día de la alarma sanitaria: Palacio de la Moncloa

—Todo lo que hago es para salvar la vida de los españoles y las españolas —gritaba Pedro Sánchez—.

Su mujer lo había sacado de sus casillas y ella estaba dispuesta a no dejarle en paz hasta que obtuviera su palabra de que cesaría a Pablo Iglesias.

María Begoña era muy de izquierdas, pero no entendía cómo su marido no veía que Pablo le estaba “comiendo la tortilla”. Este aparecía en televisión siempre anunciando buenas noticias y parecía que todo lo que se estaba haciendo procedía de su postura frente a los miembros del Gobierno del PSOE, que sucumbían a sus proposiciones.

—¿Tú te estás oyendo? Eso no se lo cree nadie. ¿No te das cuenta de que te está ninguneando a ti y a todos tus ministros?

—María Begoña… —dijo Pedro con retintín—. No me estarás vacilando.

—Creo que lo estás defendiendo en demasía… ni que te acostaras con él —sugirió su esposa.

Pedro miró a su mujer con desprecio.

Ella sostuvo su mirada y espetó:

—Es que no es normal, no te entiendo. Mejor dicho, no te entiende nadie. No comprendo ni cómo el partido no ve a dónde lo llevas con tu postura radical. Pablo parece el presidente y tú, la marioneta que él mueve. La pandemia no será quien ponga fin a tu mandato: será el hambre, los desórdenes sociales por lo molesta y enfadada que está la gente por la burda gestión de tu gobierno. Las barahúndas en las calles terminarán asaltando el Congreso y hasta el mismo Palacio de la Moncloa. Volveremos a las andadas, ¿quieres enfrentarnos a todos? Maldita sea, ¡despierta ya! —gritó, rompiendo en un llanto ahogado—.

Salió de la habitación dando un fuerte portazo y, por vez primera, se dio cuenta de que Pedro no solo había engañado a todos, sino a ella misma. Sí, ahora lo veo: es un ególatra y todo lo que hace, lo hace con postureo.

Pedro meditó unos segundos antes de marcar en su móvil el número de Pablo; tras tres toques de llamada escuchó la voz de su interlocutor:

—¡Dime, Pedro! ¡Pedro! ¡Pedro! ¿Estás ahí? Dime…

Su cobardía le había superado y colgó el móvil.

 

Septuagésimo primer día de la alarma sanitaria: Pedro, parado de larga duración

En muchos hogares de España, tras setenta y un días de confinamiento sin entrar un euro en casa, hoy toca hacer recuento en la despensa para racionalizar provisiones. Porque lo malo de las casas modernas es que no hay ni ratas para llevarse a la boca.


Septuagésimo primer día de la alarma sanitaria: Tristeza de amor

Septuagésimo primero día de la alarma sanitaria, me siento tan gris. No puedo olvidarme que tengo ante mí la duda de romper con todo, de revelarme de no seguir sometido a los caprichos de un virus que nadie sabe cómo ha venido ¿o sí?, y de un gobierno que con más errores que aciertos nos ha llevado hasta aquí.

He envejecido estos setenta un días, tanto que no me reconozco, he sufrido los cambios físicos así como psicológicos y sociales de una manera brutal. No me importa que mi barba ni el poco pelo de mi cabeza sea un color más blanco. No creo que los cambios psicológicos puedan afectarme más de lo que ya me afectaba mi propio, yo, el cual siempre ha estado en conflicto con mi ello. Pero lo que sí me ha herido de muerte son los cambios sociales, nada hubiese ocurrido si no tuviese Facebook pero es muy simplista acabar arrojando la culpa a una red social, que al fin al cabo nos pone en contacto con las personas, por lo que una vez más somos las personas las que acabamos echando todo a perder.

Me ha dolido desprenderme de “amigos” y de familiares, en esta red social, pero a la vez ha sido un alivio. Vaya por delante que doy por hecho que estoy equivocado, que la política obnubila mi pensamiento, pero tengo en mi haber el respeto a quien difiere de mis pensamientos.

Mi yugular ha sido durante estos días objeto de deseo de cuantos mis reflexiones o pensamientos no han sido de su agrado, asimismo he sido, humillado, vilipendiado e insultado. “Amigos”, “parientes” y “allegados”, en Facebook el atrevimiento al enfrentamiento, es más fácil, el cara a cara amilana a estos valientes de escritura virtual.

La perla de las groserías recibidas como respuesta a mis comentarios en Facebook se la lleva este breve poema, que recibo de quien no quisiera, antes debió limpiar sus mocos que dirigirse así a tu tío.

Dale limosna, muchacha
que no hay en la vida
nada como la idiotez de ser
pobre, obrero y facha.

No le va a la saga el ingenio de su hermana que de igual manera fue igual de grosera.

Sabéis lo que es un “gilipollas esférico” Es aquel que lo mires por donde mires es gilipollas.

Aquí en Facebook están todos los comentarios realizados por mí. Estoy convencido que en ningún momento que he traspasado lo que es una opinión personal política ¿errónea o no?, a estos comentarios que son puñales que han atravesado un corazón herido de muerte y que hasta ahora mismo siente afecto  por estos familiares. 

He envejecido, quizás no he madurado, solo me siento un corazón solitario, con una carga de penas, que se pregunta a dónde va.



REFLEXIONES, COMENTARIOS Y OPINIONES QUE HICE SOBRE EL COVID DURANTE EL CONFINAMIENTO.

Me preguntaron ¿qué piensas del Covid?, respondí: "Las personas hacen el mal a sabiendas por un acto libre de voluntad o quizás están habilitadas por una fuerza externa".

Sí, estoy convencido de la intencionalidad de la creación y propagación de este virus.

Ahora pretenden asustarnos, los brotes serán culpa nuestra, en el desorden general las consecuencias siempre las sufrimos los mismos.

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Es tan guay estar confinado que en el quincuagésimo cuarto día que hace hoy, estoy con unos nervios deseando que el Congreso apruebe la nueva prórroga del estado de alarma ya puestos me parece que para que hacer el paripé de pedirla cada quince días, porque no ya hasta el final de la legislatura. A ese embaucador le vendría de lujo.

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La ciudad y los niños

El silencio ensordecedor de calles desoladas y vacías, se vio ayer roto por obra y gracia de La Regla de los cuatro unos, que iniciaba el desconfinamiento de la población más joven. Los casi siete millones y medio de niños que habitan en nuestro país podían salir a pasear aunque solo fuera una hora al día.

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QUIERO NO TENR MIEDO A VIVIR SIN MIEDO

Vaya por delante que llevamos dos años con una pandemia, por causa de un virus, la Covid-19, que nos ha cambiado el modo de interrelacionarnos, ha hundido la economía de muchas personas, y principalmente ha causado muchas, muchas muertes en todo el mundo. En España no sabemos cuántas, el gobierno nos oculta esta cifra, pero eso es otro cantar, no quería hablar de eso ahora. 

Lo que sí quiero señalar es que siendo incontestable lo antes expuesto, ahora estamos en una situación en la que por fin han conseguido no sé si lo que pretendían o no, pero ya nos tienen con el miedo en el cuerpo. En mi caso cualquier achaque, cualquier molestia que sienta ya me parece que es Covid. Quiero decir que dado el historial médico que he ido acumulando a lo largo de mi vida, ahora la Covid, una pandemia mundial que en nuestro país nos ha llevado hasta una sexta ola, y otras tantas mutaciones, sí o sí ¿acabará por alcanzarme, independientemente de todas las medidas de protección, seguridad que adopte? 

Lo que comenzó siendo una terrible alimaña que se cobraba muchas vida humanas, ahora parece un manso animal, asusta más (contamina más rápidamente), pero por fortuna ha caído abruptamente el número de fallecidos. Lo curioso es que  ahora estamos más aterrorizados que antes. Llegados a este punto me pregunto ¿A dónde nos llevan? ¿Qué modelo de sociedad pretenden, puesto que estamos cambiando? Yo lo tengo claro juegan con nosotros y solo hay que ver que su juego consiste en: “divide y vencerás”. “O si no puedes convencerlos confúndelos”. En mi ignorancia deseo que nos cuenten toda la verdad, porque no entiendo, algo se me escapa a mi comprensión.

He llegado a entender que la muerte, está ahí acechándonos y que debemos vivir acostumbrándonos a ello, ser conscientes de que forma parte de la vida, cierto es que con la Covid no solo puedo morir yo, sino que podría ser vehículo transmisor y ocasionar la muerte de todos aquellos que simplemente pasen por mi lado. Pero me reconozco una persona responsable, solidaria y por lo tanto se cuidarme de mi misma y procurar no cometer errores que puedan perjudicar a otros.  Así que sigo todas las recomendaciones que nos dan las autoridades sanitarias, que no las políticas que ya nos han dado muestras para no confiar en ellas. Pero obviamente, necesito vivir, quiero no vivir asustado, quiero no tener miedo a vivir sin miedo. Salir a mi trabajo, que es fundamental para poder seguir con mi vida, salir a pasear y hacer todo aquello que en definitiva es vivir. Tenemos que pensar que igual es mejor morir antes que vivir muertos. 



ATRAPADOS EN EL MIEDO 

Algún día le contaré a mi nieto estos días de encierro que ahora mismo son inciertos, empezaré diciendo: “Se trata de hechos no de especulaciones, lo vivimos tu abuela y yo. Solos, con nuestros miedos que no nos atrevíamos a contarnos para no asustarnos más de lo que ya lo estábamos. Me levantaba del sofá dejaba en la mesa mi ordenador que tenía sobre mi regazo y me excusaba diciendo que iba a beber agua o al servicio, en realidad iba a tomar aire, me ahogaba, en mi desesperación pensaba antes muerto que sometido, no entendía nada, interiormente gritaba ¡basta ya de más mentiras!. Me gustaría saber cómo hemos llegado a esto. Dónde estamos, lo peor es que no sabemos dónde vamos. En mi angustia pensaba contarán mi historia por su mal final. 

Hacía días que había extraviado el sueño. Tomaba a diario aparte de mi excesiva medicación por mi cardiología, ansiolíticos, eso sí procuraba que fueran productos naturales, pero en tan solo una semana había pasado de uno al día a tres diarios.

En la era de la información el bombardeo era constante de datos, de cifras que crecían a un ritmo exponencial de muertos, infectados y a un menor ritmo de aquellos que se curaban. Yo estaba incluido en el grupo de riesgo, pero empezaron a contarnos que morían jóvenes, muy jóvenes, gente sana y físicamente bien preparada como guardias Civiles, ¡con 38 años increíble!.

Cada día dejaba al descubierto la mentira que nos habían contado el día anterior. ¡No saben qué es esto! No saben a qué se enfrentan o mienten, nos mienten descaradamente.

CONTINUARÁ……..



DELATORES, CHIVATOS. VIGILANTES DE LOS DEMÁS

En el supermercado, en las redes sociales, en los balcones, en la distancia de los pequeños corros que se forman en la calle para saludarse la frase más comentada es: “si nos portamos bien nos dejarán salir”.  Luego de continuar hablando de irresponsables y egoístas: mira ahora si hay gente, mucha nunca han salido a hacer deporte y ahora salen. Tal o cual calles estaba poblada de público que no guardaba la distancia. Qué falta de entendederas de aquellos adolescentes que no viven juntos y van de la mano y luego cada uno a su casa a contaminar a los suyos. Qué si hace falta más mano dura para aquellos ciclistas, o deportistas que han formado un grupeto.

¡Cómo nos gusta a los españoles ser cainitas, vigilantes de los demás, ser delatores y chivatos!

Sí, yo he salido a pasear en el horario de la franja horaria que nos permite el estado de alarma, he ido comprar que está permitido, también he ido a tirar la basura y por último hasta me he desplazado a otra ciudad para acudir al dentista, que me está colocando unos implantes desde el noviembre del año pasado. (A por cierto, la dentista, se deshizo en pruebas para asegurarme que no estaba contaminada. Eso sí, no le han hecho ningún test. Cierto es que a mí no me hacía falta yo confiaba en ella y en todas las medidas higiénico sanitarias que había implantado en su clínica. Pero una vez más sentí que sin test podemos estar confinados toda la vida). Y tengo que decir que no he visto tanto desmanes como los que se están comentado. Pero me siento como un niño pequeño, desde que hemos comenzado la desescalada. Un niño pequeño que se confiesa ante su profesor o ante sus padres cuando le han reprendido por algo que ha hecho o no ha hecho pero le hacen sentirse culpable. Una dentista sin test realizado y una persona de riesgo sin test. Una haciendo su trabajo, otro necesitando sus servicios. Pero si ahí se produjera un contagio la culpa es nuestra). Al final si no pasamos de fase, si nos vuelven a confinar la culpa es nuestra a pesar de mucha gente cumplimos.

Nos estamos comportando como lobos hambrientos y terminaremos comiéndonos los unos a los otros.

No me cabe la menor duda de que héroes son todos aquellos que están en el frente y en primera línea de esta guerra, combatiendo esta pandemia, ademas sin los EPI correspondientes ya no sólo que por la ley de riesgos laborales que son obligatorios, sino por las particulares de esta causa. Sanitarios, policías, ejército, repartidores, y tantos y tantos más que todos aplaudimos a las 8. Pero no debemos olvidar que esta guerra es de todos y si de ella salimos es porque en el general también somos héroes aquellos que no nos queda más remedio que estar encerrados, porque a nosotros además nos ha privado hasta la libertad de ir a trabajar. 


En_errado.  ¿Tú que pones?


Si no pongo la “C”
es porque estoy cabreado.

Cabreado con estos políticos
al ver la que nos han liado.

Y con nosotros mismos
que no estamos educados.

Con respeto, con responsabilidad
y con seguridad
no nos veríamos abocados
a vernos como estamos.

Casi año desperdiciado,
un año,
con lo corta que es la vida
hemos tirado,
alejados de aquellos
que amamos
que por encontrarse fuera
no podemos verlos ni abrazarlos.


Déjame que ponga la “T”
en el atardecer de mi vida
siento que estoy muerto y agotado.



EL PASADO YA FUE, EL FUTURO YA VENDRÁ Y PRESENTE ES AHORA 

Año 2060 mis conversaciones con Juan Roberto.

El avezado periodismo logró colocar en el despacho del Presidente del Gobierno, un micrófono oculto. Días después de haber publicado la conversación en su periódico de tirada nacional le fue retirada su credencial para acceder al Congreso de los Diputados como corresponsal del mismo. Cayó en desgracia, y abandonó su carrera periodismo para dedicarse en un pequeño pueblo lejos de la capital de España, a la abogacía, su otra carrera.

Hoy cuarenta años más tarde y solo transcribiendo lo que recuerda, me cuenta estos bocetos de aquella conversación.

Está jugando con una vieja estilográfica y antes de comenzar a narrarme la grabación me hace esta observación. “Nada es definitivo. Todo es reversible, menos la muerte e incluso ésta nos depara sorpresas. A veces llega cuando no la esperamos o a veces la esperamos durante tanto tiempo que estamos deseando que llegue”. Yo siento la sensación de que la vida ya nada tiene que ofrecerle y solo anhela el zarpazo de la muerte.

Se rehace y con un tono de voz más enérgico me dice toma nota:

Presidente del Gobierno: Jugamos con una baza a nuestro favor. 

Ministro de Sanidad: ¿El miedo?

Presidente del Gobierno: Sí. El miedo es una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.

Ministro de Sanidad: Entonces estás seguro que acatarán todo lo que les impongas. 

Presidente del Gobierno: Obviamente. Vienen haciéndolo desde marzo.

Ministro de Sanidad: Pero el peligro es real han muerto muchas personas.

Presidente del Gobierno: Sí, sin duda. Es una nueva enfermedad, si comparas con la gripe común porcentualmente no es mucho más alarmante dado que desconocemos todo de ella.

Ministro de Sanidad: El peligro está en los contagios, desbordan el sistema sanitario.

Y no hemos tomado medidas para evitarlo.

Presidente: Realmente hemos tomado muy pocas. No nos conviene.

Ministro de Sanidad: ¿Por qué no se ha sacado de los hospitales el COVID-19? Se podía haber buscado centros específicos para tal fin.

Presidente del Gobierno: Entonces no tendríamos a cuarenta y siete millones de españoles manejándolos a nuestro antojo. Sé que empiezan a estar cansados pero son moldeables.

Ministro de Sanidad: Pero esto no puede durar indefinidamente.

Presidente del Gobierno: Este experimento nos lleva a controlar cómo reacciona la gente ante una catástrofe y de paso ver su acción ante la limitación de sus derechos.

Ministro de Sanidad: Están aborregados.

Presidente del Gobierno: Para cuando quieran darse cuenta solo intentarán pasar desapercibidos, su comportamiento pacífico nos dará la razón cuando tengamos que utilizar la fuerza con aquellos que disientan con las medidas que se dicten.

Ministro de Sanidad: Tosiendo: Cof, cof, cof...

Presidente del Gobierno: Ponte la mascarilla y sal ahí. Tenemos que conseguir que se apruebe el estado de alarma hasta el 9 de mayo.”. 

Enmudeció durante un largo minuto.

¿No recuerda nada más?

El resto es insignificante. Y tal como han sucedido los acontecimientos desde aquella época en las que gozábamos de libertades a donde estamos ahora estarás conmigo que la excusa del COVID-19 se erigió el principio del fin de la Constitución de 1978.

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