COSAS QUE NO LE PASAN A CASI NADIE. YO LA EXCEPCIÓN (RELATOS)
Al comienzo de toda
actividad, cualquier ayuda que puedas recibir, o porque no también que pueda
alimentar tu ego, viene genial para seguir adelante con tu proyecto, por eso
solemos recurrir a los familiares, amigos o conocidos. El caso que os voy a referir,
yo lo hice a un profesor mío, de mi
época de estudiante.
Habiendo publicado mi
primer libro que lo realicé sin ningún tipo de ayuda, hasta lo pagué con peculio, sabía de sus carencias ortotipográficas,
ya que éste lo había corregido yo mismo. Y como es sabido normalmente muchos
escritores tienen dificultades para corregir sus propios textos. Quizás la
cercanía con el material dificulta la detección de errores o debilidades.
Pero vayamos a lo que
nos ocupa y quiero comentarles, así pues le regalé un ejemplar de mi libro al
citado profesor, con la intención de que cuando lo leyese pudiese comentar con
él la calidad de la obra si para él era apreciable, y demás elementos que
pudiera darme de información para mejorar mi estilo, así como otros fundamentos
que debiera tener en consideración para una segundo trabajo.
Pasaban los meses y aun
cuando le vía por las calles de mi ciudad, ni él me llamaba la atención para
comentarme nada, ni yo en mi prudencia me atrevía a pedirle su valoración.
Hasta que un día abrumado por la necesidad de saber su opinión, ya que tenía
otro libro que quería publicar, al cruzarnos en la calle le pregunté:
-Don Alberto ¿Qué le ha
parecido mi libro?
-Está muy bien su libro
de poemas, me respondió escuetamente.
Yo no me atreví a
decirle nada más, mi libro era un libro de relatos cortos. Así que le di las
gracias y continué mi camino.
Me prometí a mí mismo
con seguir escribiendo, a ver si alcanzo algún día escribir esos buenos poemas
que mi antiguo profesor supuestamente leyó de un libro mío. Ja, ja, ja.
El mendigo gorrón.
Había quedado para una
entrevista de trabajo a las cuatro y media de la tarde, como tenía el coche
bien aparcado y me encontraba relativamente cerca del lugar, decidí ir caminando.
También porque coger el coche para ir al Centro de Málaga es un verdadero
problema para poder aparcar. En mi trayecto un mendigo me pidió que le diera
cincuenta céntimos. Yo pensé por la hora que era que ya habría comido o mal
comido, aunque fuese un bocadillo. Así que especulé que invitarle a un café
sería como un pequeño lujo que se permitiría ese día. Y de dije:
-Lo siento señor, no llevo nada suelto, pero puedo
invitarle a un café ahí enfrente. Dije señalando el lugar. Y es que justo frente de donde estaba este hombre que era la
calle Martínez Maldonado, haciendo esquina con la calle Pelayo había una
cafetería.
-No, un café no, ¿puede
ser una cerveza? Me dijo.
Asentí de mala gana, ya
ni pensaba pedir un café para mí, y acompañarle mientras se la tomara.
-¿Puede ser en otro
sitio y no ahí?
-Sí, dije secamente,
porque la verdad no entendía nada.
-Es ahí un poco más
abajo me indicó.
Caminé en silencio,
junto a este sujeto, la verdad me había quedado sin palabras e incluso cuando a
unos cien metros giró a la derecha para meterse en el pasaje de Mármoles, sentí
cierta sensación de peligro, que rápidamente pasó pues a escasos veinte o
treinta metros había diferentes negocios que no me percaté muy bien de qué, absorto
en mis pensamientos. Vi que había muchas mesas fuera, de un bar que estaba
ubicado en dicho pasaje y en cuando nos aproximamos a una de ellas, una joven
camarera se acercó a preguntar qué íbamos a tomar
El tipo que me
acompañaba pidió una Heineken, yo rehusé tomar algo aludiendo que tenía prisa
que había quedado para una entrevista, aun cuando faltaban más de veinte
minutos para la cita y estaba a menos de tres minutos para llegar. Así que pedí
la cuenta para dejar pagada la cerveza y poder marcharme.
Son tres euros señor.
Me dijo la camarera.
No sé si ésta, se
percató de la cara que debí poner, o tan siquiera si el tipo se fijó en mi
gesto, lo que sí sé, es que debió pensar: un pardillo así no lo voy a encontrar
todos los días.
Lo molesto de esta
situación no son los tres euros, que también. A mí me cuesta pedir una cerveza
específica en un bar salvo en contadas ocasiones, normalmente suelo pedir un
tubo o una caña, no sobrepasando como mucho, un coste de, uno con ochenta
céntimos. Lo realmente lamentable tampoco fue que ese reprobable sujeto se
aprovechara de mi candidez. Lo verdaderamente patético desde mi punto de vista
es que yo había especulado que un café le sabría a gloria, a alguien que sin
duda en la calle posiblemente le cueste hasta comer caliente, y por supuesto
las cuatro de la tarde, muy pero que muy hora de cerveza no es, un lunes
cualquiera. Lo cierto es que yo no contaba con lo listo que era este gorrón,
porque tengo claro que mendigo no era.
¿Quién es?
Me encontraba hablando
con un amigo y paisano mío, que vende lotería de la ONCE en una localidad
cercana a la nuestra. Vi aproximarse hacia nosotros un señor con un pequeño
perrito. Cuando llegó a nuestra altura al mismo tiempo que me saluda por mi
nombre extendía su mano, para hacer el saludo más cercano. Por lo cual debía
conocerme perfectamente tanto por el hecho del contacto, como por dirigirse a
mí con mi nombre. A continuación saludó
al lotero de una manera más liviana, lo que me dejaba claro que yo fui alguien
muy cercano a él, pero no recordaba para nada el lugar de trabajo, o en que
otras circunstancias, nos habríamos conocido.
Mientras repasaba
mentalmente mis lugares de trabajo y aunque me pareció ubicarle en uno de ellos
no lo tenía claro, así que los tres, mantuvimos una comunicación trivial, por
la edad, achaques, dolencias, el tiempo o mejor dicho el mal tiempo que hacía,
etc.
Cuando pasados unos
minutos, se dispuso a marcharse y lo hizo despidiéndose de mí con la
familiaridad que lo hace quien te conoce de un tiempo atrás y por supuesto de
habernos tratado cordialmente en la relación, que hubiésemos mantenido, bien
fuera en nuestra época de estudiantes, o laboral, o de vecindad. Lo cierto es
que yo no lograba ni logré ubicarle en mis recuerdos.
Así pues, en cuanto se
hubo alejado lo suficiente para que no oyese nuestra conversación, le pregunté
a mi amigo lotero, al objeto de ver si con el nombre podría identificar a nuestro
contertulio.
-¿Cómo se llama este
hombre, puedes creer que no consigo recordar de qué le conozco?
Y mi amigo lotero, va y
me suelta
No sé cómo se llama él,
pero su perro de llama Troylo
Me quedé mirando a mi
amigo y no pude evitar troncharme de la risa por tan disparatado hecho.
Podríamos decir que habíamos hablado con un desconocido y mi amigo había de
ignorado a quien al menos conocía por su nombre, el perro. Ja, ja, ja.
No somos mancas
Por pura cortesía,
urbanidad, educación, consideración y ¿por qué no?, por caballerosidad, porque
así me lo ensañaron mis mayores, hice lo que hice y lo volveré a hacer siempre
que se dé la ocasión, aunque ahora aquellas reglas de urbanidad que aprendimos
de niños parecen que han quedado obsoletas, solo hay que mirar a nuestro
alrededor y comprobar los actos vandálicos, el gamberrismo y la incivilidad que
parecen predominar en nuestra sociedad.
Pero vayamos a lo que
quiero contarles. ¿Qué fue lo hice? Verán, salía yo de una tienda cuya puerta
estaba cerrada, ya que la calle estaba en obras, y así el polvo que se
originaba en el exterior al cortar adoquines y losas se evitaba en buena medida
que entrase en el local, al mismo tiempo accedían tres chicas jóvenes, y una de
ellas al menos, suficientemente mal educada, pues abrir la puerta, y la mantuve
abierta para que ellas entrasen. Aunque yo saludé genéricamente con un “hola”,
ninguna contestó pero a estas alturas de mi vida he comprobado que el saludo es
otra de la normas de urbanidad que han desaparecido del manual de buenas costumbres.
Pasaron una tras otra, y la primera que lo hizo sin volverse siquiera a mirarme
ni agradecer el gesto, muy al contrario de lo que yo esperaba, le dijo con voz
suficientemente alta para que yo lo oyese, a la que le precedía: “Este tipo se
ha pensado que somos mancas”. Y todas rieron con ganas la ocurrencia de su
amiga.
Efectivamente las miré y
comprobé que no, no eran mancas, así pues le sobraban manos para haber abierto
la puerta, pero les faltaba educación a todas, primero por no contestar al
saludo, segundo por decir la imbecilidad que dijo la primera chica y tercero, a
la dos restantes por reírle la gracia.
Estuve en un tris de
reprenderles su comportamiento, pero sin duda habría salido mal parado del
lance. Seguramente a los ojos de estas jóvenes yo habría cometido un acto
machista.
Salí, cerré la puerta y
me marché entristecido, descorazonado, nostálgico, por un tiempo pasado, donde los
valores que nos enseñaban eran del y por, para el respeto hacia los mayores, y
en general para todos. Caí en la cuenta de que ahora abrir la puerta a una
mujer, cederle el paso, o el asiento en un autobús puede ser considerado según
la nueva Ley de Libertad Sexual acoso. Medida que a todas luces es exagerada.
Tres semanas más tarde
reconocí en una cafetería a aquellas jóvenes de la tienda, una de ellas llevaba
un brazo en cabestrillo. Juro por lo más sagrado que yo no le eché el mal de
ojo, igual el karma si tenga algo que ver. Ja, ja, ja.
Agredido en las redes sociales
Las redes sociales, nos conectan con todo el mundo, son herramientas de comunicación, divulgación de información muy útil, versátil y extendida. Pero hay quienes las utilizamos con el fin de relacionarnos, de entretenernos o dar a conocer nuestro trabajo.
Yo participo en las redes sociales, bien a través de mis escritos (relatos, poemas, artículos de opinión, etc.). Con los artículos de opinión es donde he tenido la desagradable experiencia de conocer una de las desventajas de las redes sociales quizás la menos comentada.
No solo son desventajas de las redes sociales, el riesgo de adicción o desequilibrio emocional, la inseguridad y ciberdelincuencia, o los problemas que generan muchas de las publicaciones en redes que son falsas y que en apariencia parecen reales produciendo un fenómeno de desinformación que empieza a ser verdaderamente grave.
También hay una desventaja que la sufrimos aquellos que pensamos y escribimos libremente nuestras opiniones sin que estén al dictado de un partido político, de una moda o de alguien que se ha erigido en un líder de masas como ocurre con algunos influencers. Obviamente hay que decir que no todos los influencers manipulan masas. Y esta es cuando cobardes que escudados en el anonimato te insultan, descalifican o como en mi caso hasta te agreden verbalmente. Suelen hacerlo aquellos que se esconden con fotos de elementos para no ser identificados. Ciertamente no estoy diciendo que hay que estar obligado a poner como yo lo hago una foto de mi cara lo que si digo es que no se deben escudar en el anonimato para cometer esa cobardía.
En cierta ocasión escribí un artículo de opinión política, que no pareció gustar, y me parece bien que no les gustase, a mí tampoco me gustaba lo acontecido y por eso opiné sobre ello en mi crónica, pero yo desglosaba los motivos que me llevaban a opinar de esa forma, lo cual no quiere decir que yo tuviera razón, eso es otro cantar. Lo cierto es que a mí no se me rebatía el artículo sino que simplemente se me calificaba de “fascista” y acompañado de insultos de distinto tipo de grosor, y aquí lo voy a dejar porque no creo que sea necesario reproducir ninguno. Pero el colmo de tal desmadre vino cuando un sujeto, desconozco quien porque se escudaba en una foto de una víbora, escribe en mi post tras la lectura de mi artículo su opinión y esta no es otra que decir que yo no tengo dos tortas.
Cuando lees eso sin saber quién te lo dice, la sensación que tienes es de miedo, pero ¿de quién te previenes? Inmediatamente te das cuenta que hay ser muy cobarde para que te amenace y no de la cara, por eso solo debes causarle cuando menos la misma sensación a él, y ahí vino una acertada respuesta que le dije: Posiblemente no las tenga, pero menos mal que en nuestro país se abolieron los duelos, si no yo quisiera ver a este valiente recoger el guante.
Mi respuesta debió de haberle producido ese efecto,
pues ya nunca más ese perfil ha entrado a contradecirme en ningún post. No sé
si le he convencido en mis planteamientos políticos o verdaderamente no está
por la labor de recoger el guante. ¿Habrá pensado que le ganaría en un duelo? Ja, ja, ja.
Parecido razonable
Días atrás habían sido
las elecciones municipales, y la persona
que resultó ganadora para la alcaldía de mi localidad al parecer yo
tengo un parecido razonable con ella. Así pues caminaba por una calle en
dirección a mi casa cuando un anciano me llamó la atención y me felicitó por
haber obtenido los votos suficientes para volver a ser el alcalde, dado que
éste ya lo había sido en la legislatura anterior.
En principio pensé que
se trataba de una broma, pero cuando comprendí su error, ya que en alguna
ocasión me habían comentado del parecido, intenté convencer a esta persona de
que yo no era quien pensaba que era, y dado que conocía personalmente a nuestro
alcalde que lo había sido y ahora volvería a repetir, le dije que le
transmitiría sus congratulaciones, aunque estoy seguro que no quedó muy
convencido de que yo no fuese quien él había pensado que era.
Pasado un tiempo volví
coincidir con este viejito por una calle de nuestra ciudad, y me preguntó si
podría pasar con su nieta que estaba en paro para hablar conmigo en el
Ayuntamiento, con objeto de poder informarse del programa de trabajo que había
para jóvenes en paro. Volví a reiterarle que yo no era quien él pensaba que era
y se molestó muchísimo, hasta el punto que me dijo: que porque él no votase a
mi partido, yo debería tener en cuenta que soy el alcalde de todos.
Intenté ser lo más
prudente posible en primer lugar para salvaguardar el entuerto al que se veía
enredado el alcalde que quedaba señalado y en segundo lugar poder demostrarle
que yo no era ni mucho menos la persona con la que me había confundido.
Solo cuando tuvo mi
documento nacional de identidad en la mano, se rascó la cabeza diciendo,
hubiera apostado mi olivar afirmando que era usted. Se deshizo en disculpas que
yo obviamente le quitaba importancia.
-No tiene que
disculparse señor, esto le suele pasar a cualquiera. Hay muchas personas que
tienen parecidos razonables con otras.
-Tiene razón, pero yo
pensaba que usted era un desconsiderado, bueno usted no, ya sabe a quién me
refiero.
-Sí, sí, pero ni mucho
menos él es así, yo le conozco personalmente y puedo asegurarle que todo lo
contrario. Si va y pide cita con él comprobará lo que le digo. Y lo que esté en
su mano para mejorar la situación de habitantes más vulnerables de nuestra
ciudad, lo hará independientemente de que le hayan votado o no, por eso puedo
apostar yo lo que me pidan.
-Quería invitarle a una
copa por haber sido tan rudo con usted, ¿le apetece? Me sugirió.
Para no parecer
descortés acepté su invitación en el Hogar del Pensionista al que él solía acudir
a comer. Nos acercamos a la barra y pidió dos copas de vino Montilla Moriles. Pasado
un tiempo prudencial llamé al camarero para pagar las copas y marcharme.
-Joven ¿qué le debo?
-Nada, aquel señor de
la mesa cuatro las ha pagado. “Yo pago las copas de vino del señor Alcalde y de
mi amigo Ramón”, me ha dicho.
Miré a Ramón y le dije,
le dejo pagadas una copa a usted y otra para su amigo, pero por favor desenrede
usted este entuerto, por hoy ya he tenido bastante.
Ramón me guiñó y me
dijo, pues no sé qué haré igual me conviene que sepan que me codeó con la
autoridad. Ja, ja, ja.
Confusiones garrafales
En un centro comercial, vi salir de una tienda de
puericultura a un conocido mío, junto a una mujer. Él llevaba un colchón de
cuna y la señora una bolsa que supuse contendría diferentes productos típicos
de este tipo de tiendas.
Me situé a su lado y estuvimos conversando de
nuestros trabajos literarios, ya que él también escribe, y otras trivialidades
que no vienen al caso. Al llegar al parking nos despedimos y mi error fue
preguntarle a él, si ella era su hija, la verdad es que yo no me había fijado
en la dama y no conozco personalmente ni
a su esposa ni a su hija, aunque ésta cuando
era pequeñita, hoy será una joven que no
tendrá más de treinta y cuatro años, coincidió en diferentes cursos del
Bachillerato con mi hijo. Pero es imposible reconocer una pequeña que ya es
adulta.
Cuando mi amigo me respondió, que era su esposa,
solo me quedaba salir del trance diciendo: no, no es que te haya visto tan viejo, es que era un
cumplido para tu mujer, ya que se conserva muy joven, y ciertamente lo parecía.
Pero la metedura de pata había sido brutal.
Esto me viene a recordar otro sucedido, esta vez fue
por una cliente, en realidad era la segunda vez que iba a su casa a servirle mi
producto en la primera ocasión tuve la oportunidad de que me atendiese ella y
conocerla, en la segunda ocasión cuando me abrieron la puerta tras tocar al
timbre quien lo hizo fue un hombre. En que estaría pensando o como había
transformado la imagen de la señora en mi mente que le pregunté: Está María, tu
madre. Y él va y me dice no ella es mi mujer.
Deseé que me hubiese tragado la tierra, por suerte,
este señor, tomó mi producto, me pagó y no me dijo nada más, yo tampoco supe
más que decir y creo que ni me disculpé siquiera porque ustedes ¿que habrían
dicho en este caso?
Me marché totalmente sonrojado. Cuando llegué a casa
una hora más tarde aún tenía la cara y las orejas rojas como un tomate, nunca
he pasado más turbación en mi vida. Ja, ja, ja.
Una cliente arrogante
Cuando era joven trabajaba de vendedor en una tienda de muebles de mi localidad. Por aquella época aún existían los cines de verano, y justo en frente de donde estaba la tienda había uno. Así pues, cuando había una película del interés tanto mis compañeros de trabajo como mío, nos pasábamos a verla.
El horario solía ser a partir de la diez de la noche, como nosotros cerrábamos la tienda a las nueve, nos quedábamos en ella haciendo hora. La tienda, no era un local como hoy los conocemos, ésta era una nave de tres plantas construida en el segundo patio de una casa decimonónica, utilizando las habitaciones de la misma de almacenaje, por la cual cerrar la tienda era cerrar la puerta principal de la casa. Nosotros, nos quedábamos en el primer patio que justo enfrente teníamos la puerta de la casa, así podíamos ver quien entraba e incluso atender algún cliente rezagado.
Ocurrió que un día deberían ser ya las 21,30 horas, entró un matrimonio de mediana edad, rápidamente fui a atenderles, y con la excusa de que querían ver la tienda, les acompañé hasta la misma, encendiendo las luces que ya habíamos apagado desde la hora del cierre.
Pasados unos diez minutos, observé que
la señora miraba por mirar pero era evidente que no estaba interesada por nada.
El señor parecía inquieto, quizás por habernos visto en el patio, relajados
tomando una cerveza intuyó que estábamos ahí aprovechando que el lugar era más
fresquito que estar en la calle. Llamó la atención de su señora diciéndole:
Pepa, vámonos que esta familia, tendrá que cerrar ya. Y la señora dijo muy
ufana: Carlos hasta las diez que no es el cine donde vamos a ir.
Yo como queriendo no darle mayor importancia dije, no se preocupen, vean tranquilamente la tienda si necesitan algo llámenme, y les dejé solos para continuar mi cerveza con los compañeros.
Ah, menos mal que cuando cerramos caímos
en la cuenta de que no los habíamos visto salir, y pudimos avisarles. Ja, ja, ja.
Desdichada viuda desvalijada
A mediados de los años
ochenta trabajé en Córdoba capital en una Compañía de seguros, yo era el
responsable del Departamento de Siniestros de la referida compañía.
Hubo un caso que fue
muy comentado porque vivimos junto a la esposa de nuestro cliente un
desagradable hecho.
Nuestro cliente había
fallecido, ahora no recuerdo en qué circunstancias ni tiene importancia para lo
que le voy a referir. Su esposa, vino a la Compañía para tramitar el cobro del
Seguro de Vida que su marido había tenido contratado con nosotros.
La ingrata sorpresa es
que el nuestro cliente había puesto como beneficiaria de la póliza a otra
señora. Que resultó ser su amante, ya que cuando le dije a la esposa el nombre
de la beneficiaria montó un pollo enorme. Lloraba y gritaba: lo sabía, lo
sabía, sabía que me engañaba con la zorra de mi amiga, y yo desayunando con
ella todos los días, hasta hoy mismo antes de venir aquí hemos tomado un café
juntas. ¡Qué engañada me tenía!, decía entre sollozos.
Cuando la señora pudo
reponerse, continuamos con la tramitación del siniestro, resultando que el
expediente ya estaba cerrado en la Sede Central de la Compañía. La beneficiaria
había cobrado el importe de la suma asegurada.
-¿Y qué puedo hacer me
preguntó la esposa del fallecido?
-Lamentablemente poca
cosa, como la beneficiaria es ella, usted no puede reclamar el importe de la
suma asegurada, solo y poniendo una denuncia en el Juzgado podrá obtener la
mitad del importe de las primas pagadas y siempre que el régimen económico de
su matrimonio sea en gananciales, sino ni eso. Le comenté.
Los improperios, que de
esta señora salieron de su boca contra su esposo fallecido y su amiga, son
irreproducibles en este escrito, y la verdad tampoco eran propios de alguien
como ella, que parecía una señora educada y de buenas costumbres, aunque estoy
seguro que cualquiera en su lugar hubiera actuado de igual forma.
Supongo que al día
siguiente no acudiría la amiga y amante de su esposo a tomar café con ella si
le dijo que venía a la Compañía de Seguros a tramitar el cobro de la póliza de
seguros de su marido, si no se lo dijo y quedan para tomar café, al menos de
ahora en adelante lo pagará la amiga para resarcir el perjuicio económico
ocasionado a la viuda. Ja, ja, ja.
Un error que me hizo sentir más viejo
Cuando se es pequeño se
desea ser mayor, pero cuando se es mayor a muchos les molesta que les traten
como tal, hay quienes te piden que no utilices con ellos el usteo, yo
particularmente que ya estoy en una edad en la que pinto canas, y a la cual no
tenía ninguna prisa por llegar, pero el tiempo es implacable y ya que he
llegado aquí, me gusta disfrutar de esta etapa con todos sus pros y su contras,
que de todo tiene este periodo como cualquier otro.
Contrariamente a mí no
me gusta que me tuteen, en particular, aquellos jóvenes que no te conocen de
nada pero que realmente la culpa no es de ellos, sino de la educación que se
les ha dado, donde parece que lo guay es tratar a los padres, a los profesores y
las personas mayores como si fueran colegas. Visto lo cual no nos queda margen
para reprobar este comportamiento a los jóvenes ya que lo ha permitido la
evolución de la sociedad moderna. Así que si mi tutean o me ustean nada cambia
mi estado biológico, mi edad es la que es y ojalá siga sumando hasta alcanzar
las tres cifras. Jajaja, una ilusión que está aún muy lejana.
Ciertamente hay
personas que podemos aparentar más o menos edad por nuestro aspecto físico,
aunque yo intento cuidarme desde un punto de vista estético, e incluso rechazo
para mí el uso de gorras, mascotas, sombreros, sean de aspecto juvenil o sean
más clásicos, y eso que realmente en la actualidad el diseño de estos elementos
para cubrir la cabeza son muy bellos, pero los considero un accesorio propio
para el uso de personas más mayores.
Pero vayamos a lo
anecdótico. Este verano fui con mi hermano que es menor que yo a visitar un
castillo a una localidad próxima de nuestra ciudad. Cuando entramos teníamos
que pasar por taquilla para poder acceder al recinto, mi sorpresa fue que tras
saludar a la joven que atendía la recepción, sin que hiciésemos ningún
comentario más, ésta da por hecho que éramos mayores de sesenta y cinco años,
que no es caso, lo que nos permitía entrar gratis a la visita del castillo, así
que tras el saludo, nos indicó que por nuestra edad, podíamos pasar sin
necesidad de adquirir entrada.
Si a alguien le resulta
molesto que lo usteen porque le hace sentir mayor, que te digan que pases sin
pagar porque eres mayor sin serlo pues la verdad es que nos dejó descolocados,
sin saber que decir. No deshicimos el entuerto, no por no pagar el importe ridículo que suponía la entrada,
sino por habernos hecho sentir como dos ancianos jubilados. Papel al cual nos
adaptamos perfectamente incluso utilizando el ascensor como lo haría cualquier
mayor al que le cuesta subir escaleras.
Al menos recibimos la
satisfacción de un grupo de visitantes con los que entablamos conversación y
les contamos lo sucedido, cuando nos despedíamos de ellos nos comentaron, “no
preocuparos no se os ve tan mayores”, pero
como habéis comprobado alguna ventaja tiene serlo. Ja, ja, ja.
No se debiera mezclar cultura con política
La literatura es un
arte que utiliza las palabras y el lenguaje (oral y escrito) como recurso. Si
bien no todo texto es literario. Este arte que se divide en tres grandes grupos
llamados géneros literarios, el narrativo, el poético y el teatral. Sirva esta
introducción para situarles y contarles un sucedido.
Había yo establecido
relación con un grupo de personas amantes de la literatura y había tenido
ocasión participar en algún acto literario. Pero hete aquí que cada individuo,
tenemos la capacidad de pensar, libremente y decantarnos por una u otra opción
política según una ideología u otra haya calado más o menos en nuestra manera
de entender las responsabilidades, las creencias o valores con los que
priorizamos hacia donde debe dirigirse una sociedad. Esto hace que haya una
diferencia ideológica política que se divide en dos grupos: Izquierdas y
derechas.
En nuestro país, desde
1978 vienen alternándose los gobiernos de un signo y de otro, dado que
actualmente las diferencias para distribuir los recursos disponibles y
organizar el funcionamiento de nuestra sociedad no es tan dispar como en
tiempos pasados. Aquí voy a dejar esta reflexión de la política porque no viene
al caso, solo a efectos de situar al lector en lo que quiero contarles.
Tenemos claro pues, y
entendemos que un conjunto de personas que se reúnen por ejemplo en torno a la
cultura literaria, sean escritores o actores, no tienen por qué coincidir en su
pensamiento ideológico político. Pudiendo haber escritores y actores de
izquierdas o derechas, y serán dentro del campo cultural en el que se muevan,
buenos, regulares o malos escritores o actores. Y aquí es donde únicamente debiera
haber una discriminación si es que hay que hacer una valoración de trabajo,
pero nunca bajo ningún concepto debiera haberla porque un actor o un escritor
se decanten por una opción política que no sea la que el grupo mayoritariamente
gire.
Pero la política, ésta,
está en todo y permea todo y por ello a menudo escuchamos decir que la política
es “sucia”. Sinceramente creo que nunca, nunca he ofendido a nadie en mis
planteamientos políticos, cuando ha surgido alguna controversia en torno a un
acontecimiento político en discordia. Sí, he defendido apasionadamente posturas
que necesariamente no tiene por qué ser las correctas pero si mi manera de
entender desde mi razonamiento político determinados postulados políticos que
hayamos mantenido en discordia. Querer llevar la razón eliminando al sujeto
discordante me lleva a pensar que cuando la ideología abandona el razonamiento,
es posible que se esté entrando en algún tipo de fanatismo.
Por eso, cuando te
sientes marginado por un grupo cultural en el cual parece que lo eres no por tu
trabajo que obviamente sería entendible, si no por tus ideas políticas es
evidente que desde ninguna óptica parece razonable, siempre pensé que en los
círculos culturales la política quedaba marginada y nunca supondría esto una división.
La cultura pensaba estaba por encima de las diferencias de cualquier índole, ya
que la cultura nos permite contribuir, dialogar y enriquecernos mutuamente.
Ha pasado tiempo
prudentemente razonable de esto que acabo de narraros. Ya para mí no tiene
mayor importancia, solo me queda la duda de saber, si hubiera ido políticamente
en la corriente del grupo, ¿si disfrutaría o no, de un mayor reconocimiento en
este proceloso mundo de la literatura? Ja, ja, ja.