Siete asesinatos y el alquerque de 9 «Un caso de Inspector Granados»

El Comisario Montes llamó al Inspector Granados para que acudiera a su despacho. Tal era el grado de excitación del Comisario, que parecía que iba a sufrir un ataque de ansiedad.

—Con su permiso, Comisario.

—Pase, pase, Inspector.

—¿Qué ocurre?

—No sé qué pensar. No sé si usted es gafe, o si los malos estaban esperando que viniese a esta comisaría para cometer las peores fechorías que, en toda mi larga carrera, haya visto. Está visto que mis últimos meses antes de la jubilación van a ser muy ajetreados.

—¿Qué ha ocurrido?

—Han hallado un cadáver con tres tiros consecutivos, en horizontal, en el pecho.

—Parece algo dentro de lo normal. ¿Por qué se ha alarmado tanto?

—En la espalda le han grabado a fuego, como se marcan las divisas del ganado, un extraño dibujo: tres cuadrados, un cuadrado grande que contiene a dos más pequeños en su interior. Los cuadrados presentan veinticuatro vértices o intersecciones, al estar unidos por una línea central en horizontal y otra en vertical. No sabemos qué puede significar ese dibujo.

—Ahora nos traerán unas fotos y podremos analizar qué puede simbolizar.

El Inspector Granados sacó su libreta y bosquejó el dibujo de lo que el Comisario Montes le había explicado.

—Es algo así —dijo, alargándole el dibujo.


—Sí, eso mismo es. ¿Qué es?

—Esto representa un tablero de un juego antiquísimo, de más de tres mil años de antigüedad, procedente del antiguo Egipto. Lo trajeron los árabes a la península en el siglo VIII y se hizo popular en el siglo XIV. Se denomina Alquerque de nueve, también se le conoce como “La danza de los nueve hombres”, “juego del molino” o “juego de triple recinto”.

—¿Alquerque? ¿Y eso qué significa?

—El nombre alquerque proviene del árabe al-girkat, aunque, como le he dicho, su origen es egipcio. Hay otras variedades, como el alquerque de tres y el alquerque de doce, el cual dicen que es el antecesor del conocido juego de las damas.

—¿Alquerque de nueve? ¿Y usted cómo sabe eso? —dijo, extrañado, el Comisario Montes.

—Estudié en la Facultad de Derecho de Granada un Grado en Criminología. Allí conocí a una chica cuyos padres eran egipcios. Se vinieron a España en 1956, cuando el Gobierno egipcio se enfrentó militarmente a las tropas conjuntas francesas, inglesas e israelíes, que intentaron derrocar al Gobierno de Gamal Abdel Nasser, en lo que se llamó la crisis de Suez, dado que este presidente había declarado la titularidad pública del canal de Suez. Esta chica me enseñó a jugar a este juego de mesa. Incluso aún lo conservo, ya que en el centro de Granada, en la calle Trinidad —creo recordar—, hay una juguetería que se llama así: “Alquerque de 9”. Allí me lo compró para un regalo de aniversario.

—¡Vaya, Inspector Granados! Tenemos a todo un erudito en nuestra comisaría.

—No haga que me ruborice, Comisario Sánchez. Voy teniendo una edad y la vida enseña a uno muchas cosas. Recuerde aquel viejo refrán: de más sabe el diablo por viejo que por diablo.

—¿Conserva el juego? ¿Y la chica?

—Aún me hace daño recordarla. Quizás algún día pueda hablarle de lo que pasó con ella. Creo que ya le he respondido bastante.

—Lo siento, Inspector Granados, no pretendía apesadumbrarle. Volvamos al caso. ¿Qué opina?

—Ojalá sea solo un cadáver, y el hecho de que tenga ese dibujo grabado en la espalda no tenga relación con el asesinato. Pero tres tiros en el pecho, consecutivos y en horizontal, pintan muy mal.

—¿Por qué lo dice?

—Porque en el juego del alquerque de nueve, gana quien deja a su oponente con dos fichas. Se juega con nueve fichas por jugador, y cuando uno ha capturado siete fichas, se acaba el juego. Para capturar una ficha, el jugador tiene que colocar tres consecutivas, lo que forma un molino, y tiene la obligación de capturar una ficha del contrincante. Esa ficha ya no puede volver al tablero.

—¿Me está diciendo que pueden aparecer seis cadáveres más? ¡Santo Dios, qué barbaridad!

—Podría ser... o no. El juego termina cuando se deja al oponente sin movimientos.

—¿Puede ocurrir eso?

—Sí. Solo si eres un buen conocedor del juego.

—¿Cuánto es la duración de una partida en el juego, Inspector Granados?

—Depende. Una partida puede durar 15 minutos, una hora… aunque por lo general es un juego rápido. 

—¡Decírselo al Comisario Montes! ¡Al Comisario Montes! —Las voces procedían de fuera del despacho, de alguno de los policías de la comisaría.

Tanto el Comisario como el Inspector salieron.

—¿Qué diablos ocurre ahora? —dijo el Comisario Montes.

—Comisario, nos han avisado de que han encontrado un segundo cadáver. Presenta tres impactos consecutivos de bala en el pecho, en horizontal, y tiene el mismo dibujo que el cadáver de hace unas horas. Y, curiosamente, vestía igual, con un traje blanco.

—Joder, joder... ¿Dónde lo han hallado?

—En otra nave del Polígono Atalaya, próxima a donde hallamos el primer cadáver.

—Lo que sea que esté sucediendo, o a lo que estén jugando —o lo que leches sea esto—, está sucediendo ahora en ese polígono. Que vayan todas las patrullas disponibles y bloqueen las salidas y las entradas. Nadie, absolutamente nadie, podrá entrar o salir. Inspeccionaremos cada una de las naves.

Ordenó el Comisario Montes:

—Vamos allí ahora mismo, Inspector Granados.

Cuando llegaron, informaron al Comisario Montes y al Inspector Granados que habían hallado cinco cadáveres más con las mismas características.

—Es horrible, pero al menos ha acabado el juego —dijo el Comisario Montes.

—Seguramente no hallaremos más cadáveres, pero recuerde que le dije que se jugaba con nueve fichas. Faltan dos que no han sido “comidas” —apostilló el Inspector Granados—. Si es un juego, dos están en el “tablero”, junto con las fichas del oponente.

—¿Cómo sabremos si estos siete cadáveres no son de distintos jugadores?

—Tenemos que saber si todos visten igual, de blanco. Si es así, la partida se habrá decantado a favor de las fichas negras.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde el asesinato del primer cadáver al último hallado? —preguntó el Inspector Granados al forense.

—Aún no podría decirle, pero no más de una o dos horas entre una y otra muerte. Aunque las muertes se produjeron el domingo por la mañana y hoy es lunes. Los cadáveres han aparecido en diferentes naves, todas dentro de una manzana de calles. Es curioso: todos visten con un traje blanco.

—Quiero un mapa del polígono y que delimiten esa manzana donde han aparecido los cuerpos, ¡rápido! —dijo el Comisario Montes. 

Cinco minutos más tarde, el Inspector Granados dibujaba en el mapa el tablero del alquerque. De los veinticuatro vértices del tablero, siete coincidían con el lugar donde habían sido hallados los cuerpos.

—¿Podríamos hallar dónde se encuentran los restantes jugadores?

—Tenemos ubicados los veinticuatro vértices. Hay que mirar en todas las naves que coincidan, descartando donde hemos hallado los cadáveres, ya que no hemos encontrado nada más. Pero me temo que el juego se ha acabado, y aquí no hay nadie. Todo ocurrió ayer domingo, día en que nadie iba a venir al polígono.

—Tenemos siete cadáveres y no tenemos ni una pista del asesino o asesinos. Esto va a acabar conmigo. Jamás viví una situación tan caótica —dijo el Comisario Granados.

Mientras tanto, dos tipos vestidos con trajes blancos —incluso los zapatos también eran blancos— subían a un avión privado que los llevaría lejos, muy lejos… no solo de la ciudad, sino del país. Con identidades falsas, vivirían una vida totalmente distinta a la de ahora, con dinero más que suficiente para lo que les quedara de vida. 

Así olvidarían el amargo trago que habían vivido la mañana del domingo, cuando sus vidas estuvieron expuestas al peligro de poder haber sido cercenadas solo por participar en un original juego que desconocían que existiera. 

Unos caprichosos hombres de negro los habían convencido, poniéndoles encima de un curioso tablero una cantidad ingente de dinero que nunca tendrían en su vida y que sería suyo solo por participar en el mismo y resultar indemnes.

Ellos iban felices, porque pensaban que los que habían fallecido, a fin de cuentas, solo habían puesto precio a su vida, como lo habían hecho ellos. Pero, a la postre, aunque habían perdido el juego, solo dos podían resultar ilesos.

FIN


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