Un grafiti mi escenario más preciado

Todas mis pertenencias materiales se resumen en un sitar eléctrico, un altavoz, un carrito de la compra y una silla plegable. Con ellos me gano la vida. La ropa que tengo es la que llevo puesta, más unas pocas mudas guardadas en el carrito. Siempre me encontrarás junto a una pared urbana, donde un grafiti enorme sirve de telón de fondo para mi música. Ese es mi escenario más preciado. Y ahí comienza, cada día, mi forma de vivir.

¿Por qué la calle? ¿Por qué un grafiti como fondo?
Las calles están llenas de ellos. Nos hablan, nos gritan, nos susurran… pero casi nadie los ve, o no quiere verlos. Yo he decidido reivindicarlos. ¿Acaso no se remontan al Imperio romano, cuando ya se usaban para expresar críticas o sátiras? Hoy siguen siendo, en muchos casos, voces de protesta o de reflexión. Están los de mensaje, los de lema, los artísticos, los simbólicos.
Te animo a que empieces a mirar. A observar. A preguntarte qué te quiere decir ese grafiti que ves cada día sin ver. Te vas a sorprender.

¿Y mi música?
No escucharás en mí los grandes éxitos de ayer ni de hoy. No sigo listas ni géneros. Improviso. Me dejo llevar por lo que me inspira el grafiti que tengo a mis espaldas. Lo hago para ganar lo justo para comer, no para hacerme rico. Toco lo que me sugieren las personas que pasan: unas me ignoran, otras se detienen, algunas me miran con desprecio. Lo tengo tan asumido…

A lo largo del día me atraviesan tantas sensaciones que mi creatividad, que a veces creo ilimitada, no puede evitar volcarse en forma de melodía. Sentimientos que van desde una tristeza que encoge el alma hasta una euforia que me hace sentir pleno. La felicidad no está en lo material. Está en los momentos. Y sobre todo, en hacer aquello que uno ama.
Mi música me da eso: alegría, calma, color, magia, miedo, paz, rabia, sueños, tristeza, vida.
Sí, la música me hace sentir vivo.

Cada mañana, cuando empiezo a tocar, solo sé que pararé cuando se ponga el sol. En ese lapso habré vivido todos esos estados. Incluso la tristeza, a veces, es un lugar al que quiero volver. Necesitamos estar tristes para comprender la dicha. La rabia es coraje. Los sueños son metas. La magia es armonía. El miedo son barreras que, lo sé ahora, muchas veces no existen fuera de mí.
Y la calma… la calma es color, y el color es vida.

Paso el día abrazado a mi sitar. No me creerás, pero perteneció a George Harrison. Una noche actuamos en el mismo evento. Bueno, la banda en la que yo tocaba era telonera de los Beatles. Al terminar, Harrison se acercó a felicitarnos. Yo estaba fascinado por ese extraño instrumento que él había usado en una canción de rock, por primera vez.
Pasamos la noche charlando, y él me enseñó a tocarlo. Al despedirse, me lo alargó y me dijo: “Seguro que tú le serás más fiel que yo. Es tuyo”.


Siempre pensé que fue el más especial de los cuatro Beatles. Un visionario, un músico genuino y honesto.

Volviendo a mi realidad. La gente nunca deja de sorprenderme. Como aquella chica que pasó rápido junto a mí, rebuscó en su bolso, sacó su cartera y, mirándome a los ojos, me dejó dos euros. “Lo siento, no tengo más”, me dijo. Más tarde supe que no desayunó ese día. Su presupuesto no le daba para más. Ella me inspiró:
"Aquella chica que se quedó sin desayunar, echando sus últimos euros a alguien que apenas tiene para almorzar… esa chica es genial."

O aquel joven con aire chulesco, hablando por el móvil, que casi tropezó con la funda de mi guitarra. Le dio un puntapié, y algunas monedas rodaron por el suelo. Me inspiró:
"Te estorbaba en tu camino y con un puntapié lo resolviste. Seguiste tu destino… sin saber que eres un cretino."

Y tantos otros que pasan sin mirar, sin verme, como si no existiera. ¿Estoy ensayando para ser hombre invisible? Quizás. Y no se me da nada mal…

Una pareja joven, tal vez en los inicios de su historia, se detuvo al escuchar una canción romántica. Se miraron, buscaron monedas en sus bolsillos, y las dejaron junto a las que ya tenía. Detalles así me alimentan el alma.

Algunos me dicen que canto genial. Que firme un contrato, que me lleven a escenarios de verdad, a ganar dinero. ¿Para qué? Para cantar lo que otros escriban, con una orquesta de fondo. Para perder mi libertad. No, gracias. Sé que ahí no encontraría la felicidad.

Soy feliz aquí, en la calle, donde vivo. Donde quiero estar.
No le des más vueltas. Busca tu felicidad. No la que te impongan los demás.

 FIN

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