BREVES FRAGMENTOS DE LA HISTORIA DE CABRA (LIBRO)

Introducción

Cabra, antiquísima, culta y poética, ha sido importante en su pasado histórico, lo sigue siendo en su presente y, ¿por qué no?, también puede serlo en su futuro. Conocer la historia de un lugar no es solo una de las tareas más nobles que puede emprender la cultura, sino también una forma de comprender mejor nuestro presente.

Sé que, por mi parte, puede resultar atrevido escribir sobre historia, pero mi única intención ha sido dar a conocer lo que me ha llegado y que, como egabrense, considero que todos deberíamos conocer y valorar con orgullo.

Por su dilatado y rico pasado, Cabra necesitaría toda una enciclopedia para recoger los acontecimientos que han marcado su evolución desde sus orígenes: el primitivo oppidum de Licabrum, fundado por los turdetanos —considerados descendientes de los tartesios—; su época romana, en la que recibe el nombre de Igabrum; su relevancia visigoda como Egabro, cuando llegó a ser sede episcopal; y su transformación en el Al-Ándalus, donde su nombre evoluciona a Qabra y se convierte en capital del sur de Córdoba, abarcando los actuales términos de Cabra, Lucena, Aguilar, Zuheros, Luque y Baena.

Hoy ostenta con orgullo el título de “Muy Ilustre y Leal Ciudad de Cabra”, concedido por Real Decreto de la reina Isabel II el 16 de marzo de 1849, cuando dejó de ser villa para convertirse oficialmente en ciudad.

Con pasión he querido recoger en este libro —Retazos de la historia de Cabra— una serie de relatos a modo de crónica local que, sin ser pretenciosos, creo que poseen un valor divulgativo e identitario. Relatos que nacen del amor por nuestra historia y que han sido escritos con humildad y con honestidad intelectual.

Hablar de Cabra es hablar de historia viva, de piedras que conservan memoria, de caminos recorridos por la fe y de palabras que resuenan en la literatura y la tradición oral. A menudo, los grandes relatos se construyen desde lo cercano, y es en lo aparentemente pequeño donde se encuentra el pulso verdadero de una comunidad: en sus hombres, en sus puentes olvidados, en sus ermitas ya derruidas, en las veladas poéticas de una sociedad ilustrada que supo hacer de la palabra un arte cotidiano.

Este libro nace con la voluntad de preservar, compartir y dar valor al patrimonio cultural de Cabra. No pretende ser un tratado académico ni una guía exhaustiva, sino una recopilación de estampas históricas que nos invitan a mirar con otros ojos nuestra ciudad y a sentirnos parte de una herencia que es tanto espiritual como intelectual.

Los textos que lo componen recogen fragmentos de un pasado que aún respira en sus calles, en sus nombres y en sus silencios. Cada uno, a su manera, traza un vínculo entre el territorio, la memoria y la identidad.

Con este recorrido deseamos no solo informar, sino despertar la curiosidad. Que este libro sea leído como un acto de reconocimiento, de gratitud y de continuidad. Porque lo que no se cuenta, se pierde; y lo que se recuerda con afecto, permanece.


Historias de nuestro castillo 
Origen del Condado. 


¿Nació Enrique II en el Castillo de Cabra?

Durante mi infancia, solía repetir con orgullo que el rey Boabdil había estado encerrado en el Castillo de Cabra. Hoy puedo asegurar que no fue así. Aunque sí sabemos con certeza que permaneció prisionero en el castillo de Lucena, tras la célebre batalla del mismo nombre, considerada por muchos como el principio del fin del Reino Nazarí.

Este episodio histórico ha sido motivo de discusiones entre lucentinos y egabrenses. No hace mucho, comprendí con claridad que, en este caso, la razón está del lado de los lucentinos. Boabdil fue capturado en la batalla de Lucena por Martín Hurtado, un peón de infantería natural de la ciudad, y trasladado al castillo por Diego Fernández de Córdoba y Arellano, primer marqués de Comares. Sin embargo, sería su tío, Diego Fernández de Córdoba y Carrillo —II conde de Cabra, II vizconde de Iznájar, IV señor de Baena y mariscal de Castilla— quien se haría cargo del prisionero hasta entregarlo a los Reyes Católicos. Podría haberlo llevado al castillo de Cabra, pero la mayoría de las fuentes coinciden en que fue recluido en el castillo de Baena. 

La relevancia histórica del castillo de Cabra, sin embargo, podría residir en un hecho anterior y, de confirmarse, de gran trascendencia: la posibilidad de que allí naciera Enrique II, tercer hijo natural de Alfonso XI y de Leonor de Guzmán. Aunque no poseo pruebas concluyentes ni me siento capacitado para afirmar semejante hecho con rotundidad, he leído bastante sobre la hipótesis. Algunos autores sitúan su nacimiento en Sevilla; otros lo ubican en Cabra. Por mi parte, me inclino a pensar que nuestro viejo castillo pudo haber sido el lugar donde vio la luz este importante personaje de la historia castellana.

Leonor de Guzmán, noble andaluza y madre de Enrique II, fue la mujer de quien Alfonso XI nunca se separó hasta su muerte. Tuvieron diez hijos ilegítimos, y una crónica la retrata con estas palabras: 

“Era dueña muy rica y muy fija dalgo, y era en fermosura la más apuesta muger que avia en el Reyno.”

Crónica de Alfonso XI 

Enrique de Trastámara —así fue conocido— heredó el título de conde de Trastámara de su padrino, Rodrigo Álvarez de las Asturias. Fue apodado "el Fratricida" por haber dado muerte a su hermanastro Pedro I, llamado “el Cruel”, dieciocho años después del asesinato de su madre, perpetrado por orden del propio Pedro I y de su esposa María de Portugal.

También se le conoció como "el de las Mercedes", ya que, al ser proclamado rey en Calahorra (1366), se vio obligado a recompensar generosamente a sus aliados con títulos y riquezas por el apoyo recibido.

El título de conde de Trastámara dio nombre a la dinastía que comenzó con él y que culminaría con Isabel la Católica. Sin embargo, no es este el único vínculo que une a Enrique II con el Castillo de Cabra.

Según crónicas antiguas, un hijo ilegítimo suyo nació en la llamada Torre Juana, ubicada en dicho castillo. Esta torre debe su nombre a Juana de Sousa, una joven noble portuguesa que, con apenas veinticinco años, conoció a Enrique II en 1369. Desde entonces, y durante casi una década —en especial entre 1375 y 1377— el monarca visitó Cabra con frecuencia. Fruto de aquella relación nació Enrique de Castilla. 

Este hijo bastardo, Enrique de Castilla, sí nació en el castillo egabrense. En 1380, Enrique II creó el Condado de Cabra y se lo concedió a él. A lo largo de su corta vida, ostentó también los títulos de conde de Medina Sidonia y señor de Morón, Alcalá de los Gazules, Portillo y Aranda de Duero. Murió a la temprana edad de 27 años, una pérdida que sumió a su madre en tal dolor que, según se dice, perdió la razón. Pero esa es otra historia que les contaré otro día. 

Sé que algunos dirán que el primer conde de Cabra fue Diego Fernández de Córdoba y Montemayor. Y tienen razón. Muchos historiadores así lo citan. La explicación es sencilla: tras la muerte de Enrique de Castilla, el título retornó a la Corona. Medio siglo después, fue Enrique IV quien lo otorgó oficialmente a Diego Fernández de Córdoba y Montemayor.

Aunque la historia se empeñe en otorgar reconocimiento oficial a este último, no debemos olvidar que Enrique II ya había creado el condado en 1380 y lo había concedido a su hijo. Hay incluso quienes, como el historiador Manuel Nieto Cumplido, afirman que el título que otorgó fue el de duque de Cabra —y no conde—, como consta en el Cancionero de Baena y en otros documentos contemporáneos. 


Este detalle plantea una duda razonable que yo, humildemente, no estoy en condiciones de resolver. Solo puedo compartir con ustedes los frutos de mis lecturas y dejar que cada cual, según el interés que le despierte el asunto, forme su propio criterio. Al fin y al cabo, la historia, como la memora, también se construye con pasión y con preguntas.


Vista del Castillo de Cabra



Doña Juana Alfonso de Sousa
y el fantasma de doña Juana

En el artículo anterior hablábamos de Juana de Sousa. Hoy, deseo acercarles —aunque sea brevemente— la figura de esta noble dama y la leyenda que, con los años, ha quedado grabada en la memoria popular.

Doña Juana Alfonso de Sousa fue hija de don Vasco Alfonso de Sousa, miembro de la rama bastarda de la casa real portuguesa. Su linaje no fue obstáculo para escalar posiciones: fue vasallo de Alfonso X, y más tarde, por gracia de Alfonso XI, nombrado señor de Castil de Anzur y de Almenara. Se estableció en Córdoba y contrajo matrimonio con doña Gómez Carrillo, hija del señor de Santofimia y de doña Juana Fernández de Córdoba, descendiente de los señores de Cañete.

Este ilustre matrimonio, de elevada posición social, solicitó al Cabildo cordobés el privilegio de establecer su lugar de descanso eterno en la Mezquita-Catedral. En 1365, el obispo de Córdoba, el deán y el Cabildo les concedieron la capilla de San Clemente, junto al muro sur de la ampliación de Almanzor. A petición suya, pasó a denominarse Capilla de la Encarnación.

Juana fue la segunda de los cuatro hijos del matrimonio: Diego Alfonso, Juana, Juan Alfonso y Leonor.
En 1369, Juana conoció a Enrique de Trastámara, aún no coronado como Enrique II. Ella tenía 21 años. Lo que comenzó como un encuentro cortesano se transformó pronto en un amor profundo y prolongado que se extendió hasta 1378.

De esa unión nació un hijo, Enrique de Castilla y Sousa, en 1378. Fue reconocido por su padre y colmado de honores: en 1380 se le otorgó el título de duque de Medina Sidonia, además de ser conde de Cabra y señor de Alcafán y Morón.

Enrique nació en la llamada “Torre Juana” del castillo de Cabra, una de las dos torres que aún hoy se conservan. Ubicada al noroeste del recinto, se alza maciza, de base cuadrada y con una sala abovedada, como si desde el inicio hubiera querido guardar silencio y secretos.

Sin embargo, el amor del rey no fue eterno. Enrique II, conocido por sus múltiples amantes, terminó por alejarse de Juana. Intentó recompensarla buscándole pretendientes de renombre, pero ella rechazó todo lazo con otros hombres. Dedicó su vida por completo a su hijo, don Enrique, quien se convirtió en su razón de ser.

Pero la tragedia no tardó en llegar. En 1404, cuando Enrique contaba apenas veintisiete años, la muerte lo arrebató. Juana no soportó la pérdida. Enloquecida de dolor, pidió al Cabildo retirarse del mundo entre los muros sagrados de la catedral, donde yacía el cuerpo de su hijo. Se le concedió un pequeño cuarto conocido entonces como “Cabezas de Rentas” y más tarde como “el cuarto del chocolate”, una estancia con vistas a la Fuente Mayor. Desde su casa le llevaban alimento sus criados, pero ella apenas comía. Solo salía a deshora, envuelta en sombras, para pasar las noches de rodillas frente al sepulcro de su hijo, con la esperanza de que, al morir, pudiera descansar junto a él.

Así termina la historia documentada. Pero comienza la leyenda.

Dicen que, en las noches silenciosas, cuando la Mezquita-Catedral queda vacía y las sombras se alargan entre las columnas, puede oírse el lamento de una mujer. Es el llanto contenido de doña Juana, que sigue deambulando entre mármoles y recuerdos, buscando consuelo en la eternidad.

¿Es leyenda o verdad? Tal vez nunca lo sabremos. Pero lo cierto es que esta historia —real o fabulada— ocurre en un tiempo y un lugar concretos, lo que le confiere una verosimilitud inquietante. A mí me ha conmovido. Por eso, he querido compartirla con ustedes.

Bibliografía: Wikipedia y El Día de Córdoba.

La Torre Juana



El conde de Cabra y su apoyo 
a Juana la Beltraneja en la guerra de Sucesión

Al final de este escrito se presenta un curioso documento en el que don Diego Fernández de Córdoba, I conde de Cabra, se posiciona a favor de Juana la Beltraneja durante la guerra de Sucesión castellana.
El conflicto enfrentó a Isabel —hermana de Enrique IV, que sería conocida como Isabel la Católica— y a Juana, hija de este rey, fruto de su segundo matrimonio con doña Juana de Portugal. Ambas se disputaban el trono de Castilla.

Aunque no existen pruebas médicas que cuestionen la legitimidad de Juana, la mayoría de los cronistas de la época y buena parte de la historiografía posterior afirmaron que su verdadero padre fue Beltrán de la Cueva, favorito del rey. Sin embargo, otros investigadores señalan que esta teoría resulta inverosímil por incongruencias cronológicas.

El 9 de mayo de 1462, pocos meses después de su nacimiento, Juana fue jurada como princesa de Asturias y heredera del reino por las Cortes, en la iglesia de San Pedro el Viejo, de Madrid.

Años después, mediante el Tratado de los Toros de Guisando, Enrique IV desheredó a su hija y reconoció como sucesora a su hermana Isabel, bajo la condición de que esta se casara con el príncipe que él eligiera. Sin embargo, en 1469, Isabel contrajo matrimonio en secreto con el infante Fernando de Aragón, incumpliendo así lo pactado con su hermano.

Como respuesta, Enrique IV revocó el tratado y, junto a su esposa, ratificó públicamente la legitimidad de Juana como su hija y heredera. Este hecho quedó recogido en un documento solemne cuya imagen se reproduce al final de este capítulo.

El documento fue difundido con motivo de la exposición El Gran Capitán, el Alejandro español, celebrada en Cabra del 26 de febrero al 5 de marzo de 2015. La muestra fue organizada por el Ayuntamiento de Cabra, a través de su Área de Cultura y Patrimonio, con la colaboración de la Casa de Maqueda, marqueses de Astorga, de Ayamonte y de la villa de San Román, condes de Monteagudo de Mendoza y de Vallehormoso, barones de Liñola y grandes de España.

Uno de los mayores valores de aquella exposición fue la cesión temporal, por parte de la Casa Condal de Cabra, de una serie de documentos originales a la Biblioteca Pública Municipal “Juan Soca”, todos ellos testimonios con valor histórico y patrimonial indiscutible.

Entre dichos documentos figura la declaración firmada por el rey Enrique IV y la reina doña Juana de Portugal, en la que reconocen como hija legítima y natural a la princesa doña Juana. Entre los firmantes aparece don Diego Fernández de Córdoba, I conde de Cabra, apoyando oficialmente dicha legitimidad.
El documento se firmó en la villa de Lozoya y Santiago, el día 16 de octubre de 1470 (16-X-1470).

Este posicionamiento del conde de Cabra a favor de la causa de Juana la Beltraneja no solo refleja las divisiones dinásticas de la Castilla del siglo XV, sino también la influencia política de la nobleza andaluza y, en particular, la importancia de la Casa de Cabra en los grandes acontecimientos del reino.




El bachiller Antón de León y Fernández de Córdoba

¿Quién fue el bachiller León? Fue Antón de León y Fernández de Córdoba, hijo del regidor egabrense Pedro Fernández de Córdoba y de María Fernández de Atienza. Biznieto, por línea bastarda, del primer conde de Cabra tras la restauración del título a mediados del siglo XV, su linaje se vincula directamente con la nobleza que marcó el devenir de esta ciudad.

En efecto, nos referimos al condado restablecido por Enrique IV de Castilla el 2 de noviembre de 1445, nombrando como primer conde en este segundo periodo a Diego Fernández de Córdoba y Montemayor, señor de Cabra desde 1439.

Como se menciona en otro capítulo de esta obra, el primer conde de Cabra fue instituido por Enrique II en 1380 y cedido a su hijo bastardo, Enrique de Castilla, nacido en nuestro castillo fruto de su relación con Juana de Sousa. A la muerte de Enrique, en 1404, sin descendencia, el título retornó a la Corona. Décadas más tarde, Enrique IV lo otorgaría de nuevo a Diego Fernández de Córdoba como recompensa por su apoyo en la contienda contra el Reino Nazarí de Granada.

Volviendo al protagonista de esta semblanza: Antón de León y Fernández de Córdoba fue bachiller en Derecho. Contrajo matrimonio con doña Juana de Gálvez, y juntos fundaron el convento de los Dominicos de Cabra en el año 1550. De ese antiguo convento se conserva hoy la iglesia de Santo Domingo, que se levantó sobre una pequeña ermita conocida como la de la Doctrina, ya existente a comienzos del siglo XVI.

El nombre del bachiller León aparece en el padrón de hijosdalgos de Cabra, fechado el 1 de diciembre de 1544, prueba de su posición distinguida en la sociedad de su tiempo.

Como fundadores del convento, Antón de León y su esposa realizaron una generosa donación a la comunidad religiosa: cedieron casas, huertas, viñas y olivares, y entregaron una suma considerable para la construcción del edificio. Doña Juana, con el consentimiento de su esposo, legó también todas sus joyas, prendas personales y objetos de valor doméstico, incluyendo en su testamento diversos bienes a favor del convento. Ambos esposos descansan en la capilla situada al lado del Evangelio.

Traemos a este personaje a nuestras páginas no solo por su importancia histórica, sino porque da nombre a una de las calles más antiguas del callejero egabrense: la calle Bachiller de León, también conocida como Cuesta Bachiller León, registrada con ese nombre desde el año 1577.

Esta calle, perpendicular a la antigua calle Hornillo —hoy Teniente Fernández—, desciende desde la placeta de San Agustín hasta la calle Gonzalo de Silva. Hasta hace unas décadas, se conservaba allí la casa señorial de los Fernández de Córdoba, una noble vivienda con fachada de piedra labrada que, durante la segunda mitad del siglo XX, sirvió como Casa-Cuartel de la Guardia Civil. Hoy solo permanece su fachada, testimonio silencioso del pasado.

Fotos de diferentes años, de la calle Bachiller de León

Extraídas del la Web Cabra en el Recuerdo, y del libro -Las calles de Cabra de Antonio Moreno Hurtado-

Foto facilitada por M. Ruiz Muñoz

                              Foto de los años 60 facilitada por Pepe Ruiz







Portada de la casa de los 
Fernández de Córdoba

                              Patio renacentista de la casa de los Fernández 
                           de Córdoba. (Hoy desaparecido)










La torre truncada de la muralla

“Solo sé que no sé nada”, dijo Sócrates. Y no encuentro mejor frase para comenzar esta reflexión. Me viene como anillo al dedo, ahora que me encuentro inmerso en una etapa de mi vida en la que devoro cuantos libros de historia cae en mis manos. Pero lejos de esclarecer mis ideas, cada lectura no hace más que sembrarme nuevas dudas y cuestionar los escasos conocimientos que creía tener.

Durante años había creído —y así lo contaba, con cierta seguridad y hasta orgullo— que el llamado “terremoto de Lisboa”, acaecido el 1 de noviembre de 1755, había derribado parte de la muralla de Cabra (de ahí la torre truncada que aún hoy se puede ver) y también parte de la torre del campanario de la Iglesia de la Asunción y Ángeles. Así lo había leído, y así lo repetía a amigos y conocidos, sintiéndome por un momento sabedor de nuestra historia local.

Sin embargo, hace poco me encontré con otra fuente que contaba algo diferente. Según ese texto, fue el 9 de octubre de 1673 —día de San Dionisio— cuando un terrible terremoto sacudió Cabra. Aquel se sintió en toda Andalucía y provocó estragos notables: derribó la mayor parte de la antigua población situada en la Villa Vieja, parte del alcázar y sus torres —exceptuando la del Homenaje y la de doña Juana—, así como torreones, cubos, adarves y murallas. El autor añade que aún se conserva en ruina un torreón sobre la carretera de Lucena, vestigio, según él, de aquella catástrofe. Una estructura tan sólida solo podría haber sido rota por la base a causa de un fenómeno sísmico de gran magnitud.

Y para añadir más confusión, ese mismo autor menciona también el terremoto del 1 de noviembre de 1755, acaecido en sábado, Día de Todos los Santos. Fue a las diez en punto de la mañana y, según describe, tan extraordinario que no se recordaba otro semejante. También causó daños y algunas desgracias. Lo que en ese texto apenas se detalla, sin embargo, es lo que sí sabemos por otras fuentes: que aquel terremoto destruyó la capital de Portugal, no solo por el temblor, sino por el tsunami y el pavoroso incendio que le siguieron y que arrasaron la ciudad durante seis días. Se calcula que murieron allí unas noventa mil personas.

Estas contradicciones me devuelven al pensamiento socrático: cuanto más sabes, más te preguntas, y por tanto, menos certeza tienes. Porque hay respuestas que no llegan, o que se contradicen entre sí. Y es más desconcertante aún cuando esas respuestas provienen de fuentes que uno considera fiables. En mi caso, la primera versión provenía de Wikipedia, cuya fiabilidad es, como sabemos, variable. La segunda, del libro Historia de la Ciudad de Cabra, de Nicolás Albornoz y Portocarrero, obra en la que, por cierto, ya he detectado alguna errata en las fechas.

Visto lo cual, y con permiso del lector, me atrevo a afirmar:

La historia, para ser creíble, es necesario que sea auténtica.

Mi única intención ha sido compartir la magnitud de dos terremotos que azotaron Cabra y dejaron huella en su historia y en sus muros. Dos versiones que narran el mismo suceso con fechas distintas, pero con una consecuencia común: nuestra Villa de Cabra sufrió sus efectos y aún conserva cicatrices de aquellos días. Quédese cada cual con la versión que le parezca más verosímil, o con aquella que ya conocían. Al fin y al cabo, la historia también se construye desde la memoria compartida… aunque a veces, incluso esa, se tambalee.






Leyenda relacionada con Aliatar

En el Museo del Aceite “Molino Viejo”, a su entrada, un azulejo nos refiere la historia del
Vado del Moro. ¿Qué nos relata ese azulejo sobre la procedencia del nombre Vado del Moro? En primer lugar, nos describe una historia o leyenda, con lo que pudiera haber de verdad o de inventado.

La brevedad del azulejo me ha llevado a indagar más profundamente en los hechos acaecidos. La fecha de 1480 es la que nos remite a la leyenda que nos ocupa, y más adelante relataré. La de 1483 nos remite a la batalla de Lucena, donde los moros, en su huida por el acoso de las huestes cristianas, se atascan —hombres y caballos— en el cieno del arroyo Martín González al intentar vadearlo. Boabdil perdió el caballo, que quedó atrapado en el río; un cristiano se disponía a darle un bote de lanza, cuando un caballero moro gritó: “¡No lo mates, que es el rey!”, y así fue hecho prisionero.

Otra versión nos cuenta que, adentrándose Boabdil en una espesura de matas por la ribera del arroyo, un peón de Lucena, llamado Martín Hurtado, junto con otros dos peones, lo apresaron. Sea como fuere, en esta batalla muere su suegro Aliatar, quien es el protagonista de la historia del Vado del Moro. Aliatar ha pasado a la historia como un legendario caudillo árabe que luchó incansablemente por la defensa de Granada. Sin embargo, tras esta batalla comienza el declive del reino nazarí.

La leyenda del Vado del Moro comienza un día en que Aliatar, al frente de un pelotón de jinetes, estaba dedicado —según costumbre— a hacer correrías por los campos cristianos. Llegando a una finca que pertenecía a don Pedro Gómez de Aguilar, atemorizó a los criados que allí había, quienes, abandonando la hacienda, marcharon al pueblo a dar cuenta de lo ocurrido. Con resolución temeraria, don Pedro montó a caballo sin más compañía que su extraordinario valor.

El caserío se encontraba en lo que hoy se llama el Navazuelo. Cercado por los moros, don Pedro Gómez fue hecho prisionero. Saqueada su casa, emprendieron dirección a Carcabuey. La torrencial lluvia que caía, acompañada de un fortísimo viento, obligaba a caminar a todos a pie, uno a uno, por los distintos vericuetos para salvar las sierras de Priego. Don Pedro y Aliatar marchaban conversando en lengua cristiana, bastante distanciados del resto de los moros, y en un momento en que quedaron aislados, don Pedro Gómez dio un empujón a Aliatar y juntos cayeron a un barranco por donde corre un pequeño arroyo. Siendo dominado Aliatar por la fuerza del cristiano, este le ató de pies y manos, tapándole la boca para que no pidiera auxilio.

Aunque los moros, al percatarse de la ausencia de ambos, comenzaron a buscarlos, la llegada del conde de Cabra con sus huestes —que habían salido en busca de don Pedro, alertados por sus hijos— fue providencial. Es en el camino que pasaba por Los Lanchares donde las huestes del conde consiguen herir, apresar y dar muerte a algunos de los moros. También muere un hombre y son heridos cuatro de las huestes del conde de Cabra.

Encontrados Gómez de Aguilar y Aliatar por las fuerzas del conde, emprenden juntos el regreso a Cabra con los prisioneros, por el camino que conduce al partido de Gaena. La terrible lluvia que había caído había crecido tanto el río Cabra, que era imposible cruzarlo. En estas circunstancias, Aliatar, dirigiéndose al conde, que no sabía qué decisión tomar, dijo:

—No tenga cuidado, que si me das caballo, por Alá, que pasaré por medio de los torrentes.

Ordenó el conde que se le entregase un caballo y, puesto Aliatar —gran conocedor del terreno— a la cabeza de la columna, dijo:

—Seguidme.

Y así, pasaron todos felizmente, llegando sanos y salvos a Cabra.

El conde, dando prueba de su generosa nobleza, concedió la libertad a Aliatar, quien marchó a Granada, canjeado por otros caudillos cristianos.

Desde esta época se conoce el sitio con el nombre de Vado del Moro.



La Virgen de la Cabeza

Me propusieron escribir sobre la hermandad filial de la Virgen de la Cabeza de Cabra, desconociendo hasta ese momento que existiera en mi ciudad una imagen de la Señora. Fue entonces cuando un amigo me mostró el cartel de los cultos en honor de esta sagrada imagen y me animó a semejante temeridad por mi parte. Esta es mi pequeña aportación, para no contrariar al amigo y, de paso, incrementar mi conocimiento del patrimonio histórico-artístico de mi ciudad. Lo que me llevó rápidamente a acudir a su sede canónica, la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, donde se venera la Señora. Allí me encontré:

Ante una imagen renacentista, en madera policromada, de regia frontalidad, creada en un periodo que abarca el final del siglo XVI y el principio del XVII, y que vendría a imprimir una nueva estética a la advocación, al mostrar a la figura de la Virgen Madre de Dios permaneciendo de pie, con el divino Infante entre sus brazos y con una exquisita muestra de cercanía, al ser Ella quien convoca a su encuentro a los fieles, haciendo sonar, por sí misma, la campanilla que anuncia su Aparición”.

La imagen de la Virgen es una talla de gran belleza. Me cautivó su antigüedad, el halo de misterio que la envuelve y la hace única, así como el rasgo de ternura que se observa en la imagen del Niño, en ademán de acariciar la mejilla de la Madre. En el año 1623, don Miguel Sánchez Villodres y su esposa, doña Beatriz Fajardo, otorgan testamento ante el escribano Rivera Morcillo, disponiendo que se costee una capilla para la Virgen de la Cabeza en el convento de los Padres Dominicos de Cabra. El altar, presidido por la imagen de la Virgen de la Cabeza, ha recibido culto continuado hasta el año 1975.

La historia de la Virgen de la Cabeza, no exenta de leyenda, nos narra que cuando san Eufrasio vino a España, trajo consigo una imagen de la Santísima Virgen a la que rendía culto y devoción. En el siglo VIII, cuando Andújar fue ocupada por los árabes, la sagrada imagen fue escondida entre unas peñas, en uno de los cerros más altos de Sierra Morena, para evitar su profanación.

En el siglo XIII, un pastor de Colomera (Granada), llamado Juan Alonso Rivas, apacentaba su ganado junto a la cumbre del Cabezo. Le llamó la atención la presencia de luminarias y el tañido de una campana que se veían y oían por las noches sobre el monte cercano. Quiso salir de dudas, y en la noche del 11 al 12 de agosto de 1227 resolvió llegar a la cumbre. Allí encontró una imagen pequeña de la Virgen, ante cuya presencia se arrodilló y oró en voz alta, entablando un diálogo con la Señora.

Autores literarios como Lope de Vega y Miguel de Cervantes, a través de sus obras, hicieron referencia a la Virgen de la Cabeza, lo que indica el alto grado de popularidad y devoción que ya se tenía en el Siglo de Oro español (1492–1659) hacia esta advocación mariana. Así pues, no es sorprendente que en torno a 1559 se fundara la hermandad filial de la Virgen de la Cabeza de Cabra, y se redactaran sus ordenanzas o estatutos, que finalmente fueron aprobados el 19 de julio de 1580 por el obispo fray Martín Fernández de Córdoba y Mendoza, dato que cita don José del Carpio y Montilla en su manuscrito Apuntes sobre la historia de Cabra (1893).

Como curiosidad, cabe decir que según la nómina de cofradías filiales de la Virgen de la Cabeza, aparece en el puesto dieciocho en el año 1583 y en el puesto diecisiete en 1677. En los siglos XVI y XVII, la romería de la Virgen de la Cabeza partía cerca del antiguo puente de San Marcos (que nada tiene que ver con el que hoy conocemos, construido por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces a finales del siglo XIX). El antiguo puente de San Marcos estaba próximo a la fuente de la Teja, de la cual se decía que su agua era milagrosa y servía para refrescar a los romeros.

Desaparecida con el paso del tiempo, como ocurrió con muchas otras filiales, en el año 2010 la cofradía fue reorganizada, recuperando el esplendor de siglos y manteniendo el culto a la antigua imagen, que recientemente ha sido restaurada. Nuevamente, vuelve a asistir a la romería en Sierra Morena, formando parte de la nómina de cofradías filiales. El 15 de agosto de 2018, la Virgen de la Cabeza de Cabra procesionó por primera vez en su historia.
 
Apuntes biográficos:
Wikipedia y web de la Virgen de la Cabeza.



El Viejo Puente de San Marcos

Si hablamos del puente San Marcos, todos tenemos claro que es el puente que, al trazar la línea de ferrocarril a final
es del siglo XIX, se hizo a su paso sobre el camino viejo de Priego. Estamos hablando de unas instalaciones que fueron construidas por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces y puestas en servicio en 1891. Sin embargo, este puente toma el nombre como recuerdo de una ermita y en homenaje al desaparecido templo de la Virgen de la Cabeza y San Marcos.

Teniendo en cuenta que la devoción de Cabra a la Virgen de la Cabeza cuenta con más de cuatro siglos y medio de historia, nos encontramos con que, por las crónicas de esta cofradía, hay quienes afirman que existía un puente San Marcos que nada tiene que ver con este que hoy conocemos.

Cuentan que, allá por los siglos XVI y XVII, la romería de la Virgen de la Cabeza se hacía cerca de dicho puente, que estaba próximo a la fuente de la Teja, de la cual se decía que su agua era milagrosa y servía para refrescar a los romeros.

La ermita de San Marcos se encontraba situada en el llano de San Marcos y Fuente del Río, distante a una cuarta de legua, lindando por oriente con el arroyo del camino de Priego y la fuente de la Teja. Se trata, por tanto, del terreno existente entre el camino viejo de Priego y la actual carretera de la Fuente del Río. Su fundación debió de ser muy antigua.

En el año 1740 se inicia la edificación de una ermita nueva; sin embargo, en 1839, la ermita está casi en ruinas, y en los primeros días del año 1844 acaba por destruirse definitivamente. Sus imágenes titulares, como la de San Marcos, se trasladan a la ermita de la Soledad, y no tenemos noticias del destino final de la imagen primitiva de la Virgen de la Cabeza.

¿Existió, pues, un puente San Marcos?

Las imágenes que os pongo dicen que son los restos que quedan de dicho puente. Los escasos vestigios que se aprecian apenas son visibles por las zarzas y arbustos.

Por mi parte, mi pretensión solo ha sido contarles una historia que a mí me ha llamado la atención y que creo que era digna de ser conocida. Yo solo les narro aquello que he conocido. Verdad o mentira, quédese cada cual con lo que considere, en su caso.








Nota: Han de perdonarme la calidad paupérrima de las fotos en lo referente a cómo están tomadas, pero he de significarles que, cuando fui a hallar estos restos, acababa de salir del hospital y no tenía ni la ropa adecuada ni bastones de senderismo, que me hubiesen ayudado a adentrarme más en la zona para poder acercarme y obtener mejor visualización.


















Ermitas de Cabra

Viejas crónicas nos dicen que hubo en Cabra seis ermitas: dos dentro de la villa y las otras cuatro cerca de ella y en su término, que son: San Sebastián, San Cristóbal, Santa Ana, Nuestra Señora de Belén, Nuestra Señora de la Sierra, y Nuestra Señora de la Esperanza y San Marcos.

El historiador cordobés Luis María Ramírez y las Casas-Deza decía, a mediados del siglo XIX, refiriéndose a las ermitas del término municipal de Cabra:

“Fuera de la villa están: Nuestra Señora de Belén, San Marcos y San Cristóbal, de cuyas fundaciones no se sabe más, sino que estaban fundadas en 1550”.

La ermita de San Sebastián estaba detrás del cementerio viejo, en una pequeña altura que hay a la derecha de la carretera de Lucena. Hoy está totalmente desaparecida.

La ermita de San Cristóbal se localizaba en un cerro de 477 metros de altitud, próxima a los caminos de Lucena y Rute. Antiguamente se decía misa en determinados días del año. Hoy es un cortijo privado. Si descendemos este cerro, nos encontraremos en la laguna de San Cristóbal, la cual recibe su nombre de la ermita; así como el propio cerro es conocido también por este nombre.

La ermita de Santa Ana. Sobre los restos de esta ermita del siglo XVI se construyó un pequeño templo, que no es otro que la actual Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios.

La ermita de Nuestra Señora de Belén. A finales del siglo XIX, y quizás principios del siglo XX, aún existía dicha ermita, que se hallaba junto al puente llamado de Belén. Fue construida en el año 1621, según consta en actas del Cabildo del mes de junio de ese año. Hoy está totalmente desaparecida.

La ermita de Nuestra Señora de la Sierra es el Santuario de la Virgen de la Sierra (patrona de nuestra ciudad), enclavado en la Sierra de Cabra, en pleno Parque Natural de las Sierras Subbéticas. Su construcción comenzó en el año 1260, sufriendo una gran remodelación en 1591, conservando prácticamente su estado actual.

De la antigua ermita de Nuestra Señora de la Esperanza y San Marcos no quedan vestigios. Incluso la nueva ermita de San Marcos, construida en 1740, quedó totalmente destruida en 1844.

Por completar este escrito, habría que destacar también la ermita del Calvario y la más alejada de Cabra, como es la ermita de la Esperanza.

La ermita del Calvario está en lo alto de un cerro, entre las carreteras de Baena y Nueva Carteya. Es de sólida construcción, y en el camino que conduce a ella hay varias cruces de piedra.

Actualmente se ha restaurado. En la Cuaresma se realiza un vía crucis donde el Cristo del Calvario es llevado hasta la Parroquia de la Soledad, desde donde hará su desfile procesional en Semana Santa junto con la imagen de Nuestra Señora del Rosario.

La ermita de la Esperanza se halla a unos catorce kilómetros de Cabra. Se erigió en parroquia en 1735. Fue construida modestamente. A la espalda de esta ermita había un pequeño cementerio. Hoy está destruida.

 Como final, una curiosidad que me comentaron cuando publiqué este artículo en Facebook:

Me dicen:

—¿Sabías que una antigua puerta de la ermita del Calvario miraba hacia la puerta de la ermita de San Cristóbal?

¡Sorprendente, ¿verdad?!

Pero ahí no acaba la cosa. Igualmente, me manifestaron que, en realidad, todas las ermitas de Cabra tenían una conexión de esta manera.

¿Vosotros qué pensáis?

Ermita de la Virgen de la Sierra



El exconvento de San Francisco

No sé muy bien por qué, de los diferentes conventos que ha habido en Cabra, desde siempre me ha llamado la atención el desaparecido convento de San Francisco de Paula, llamado también convento de Mínimos, y del cual quisiera contarles lo que me ha sido posible conocer. Quizás pudiera ser por una curiosidad que, sin duda, maximicé en mi imaginario infantil cuando me la contaron, entendiendo quizás de otra forma lo que simple y realmente fue. Y es que, en una ocasión en que se hizo una nivelación para la descripción de la ciudad de Cabra y sus calles, resultó que se señalaba con cotas iguales el vértice o cúspide del campanario de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción y Ángeles con la grada de la puerta de este convento. Una curiosidad añadida a la atracción que, desde niño, he sentido por los conventos, con su claustro, sus celdas, el atrio, las capillas y los huertos, y que me ha hecho muchas veces fabular con la vida de castidad y pobreza que rige en estos recintos.

El convento de San Francisco de Paula se estableció en Cabra. Se denomina convento de Mínimos por pertenecer a esta orden religiosa católica, fundada por el ermitaño San Francisco de Paula en el siglo XV. El nombre de “mínimos” hace referencia a la humildad de estos religiosos. En el colmo de la humildad, sus miembros se autoproclamaban los más insignificantes del clero. Se otorgó la licencia el día 19 de enero de 1589 por la duquesa de Baena y condesa de Cabra, doña Francisca Fernández de Córdoba. No hay constancia de que la condesa hiciera donación alguna; se limitó a autorizar la edificación.

Conocemos los nombres de los padres franciscanos que componían la comunidad de San Francisco de Paula por el padrón general redactado en 1590 y revisado en 1595, lo que nos hace suponer que serían los mismos que habían fundado el convento en 1589. El vicario o corrector del convento fue fray Cristóbal Torrodado, al que acompañaban fray Bartolomé Martínez, fray Luis de Espinosa, fray Jerónimo de Contreras y fray Pedro de Carmona, así como un hermano llamado fray Francisco. En total, seis personas.

Cuando el convento estaba en su primera fase de obras, los frailes se alojaban en una casa de la calle Doña Leonor, que hace esquina con la calle Álamos.

No es hasta el 29 de enero de 1612 cuando se reconoce como fundadores del convento a don Luis de Soto Valdivieso y a su mujer, doña Isabel Francisca. Los fundadores ofrecen un donativo de 1000 ducados y se obligan a hacer capilla en la iglesia nueva. El libro de Nicolás Albornoz y Portocarrero atribuye la fundación del convento, el 29 de enero de 1589, a los Excelentísimos señores don Antonio Fernández de Córdoba y doña Francisca Fernández de Córdoba, condes de Cabra. (He creído necesario incluir los dos apuntes que he obtenido por mis lecturas, dada la discrepancia de estos datos referentes a la fundación del convento).

Cuentan que fue el convento depósito de curiosidades artísticas de mucho mérito, pero hoy se ignora dónde están. Entre estas curiosidades citaré una urna de cristal que contenía muchos huesos de santos.

No hay una fecha exacta que nos señale la desaparición del convento de Mínimos de Cabra, pero en el desenlace fatal podemos indicar tres causas: la Ilustración, la quiebra económica y la desamortización de bienes eclesiásticos. Así pues, acabó convirtiéndose en una finca de recreo, tras el derribo de todas sus instalaciones.

¿Dónde estuvo situado ese convento? En un acta del Cabildo, fechada el 22 de enero de 1589, se acordó conceder tierras en el llano de San Marcos para construir el convento. A nuestros días no han llegado restos del mismo. Dicen los cronistas que estuvo situado a la falda de la sierra, en el llano que aún se llama de San Francisco, como a ochocientos metros de la población, en la parte derecha del camino que hoy conduce a la estación del ferrocarril.

Por una escritura de arrendamiento otorgada el día 3 de mayo de 1721, ante el escribano Pedro Fernández de Cara, sabemos que la finca arrendada lindaba con una huerta del convento de San Francisco de Paula. ¿La huerta de los hermanos Cárdenas podría ser la que fue del convento? En la zona de almendros que había en esa huerta se podían ver, cuando yo era un crío, restos de majanos.

Bibliografía:
Obtenida del libro Historia de la Ciudad de Cabra, de Nicolás Albornoz Portocarrero, y de una conferencia de Antonio Moreno Hurtado.

Nota: Dos días después de publicar por primera vez este escrito en mi página de Facebook, un concejal del Ayuntamiento de Cabra me confirma que, cuando se realizó el Parque Europa, aparecieron restos de este convento.



Cabra, culta y poética
El Lekanaklub

Hubo en Cabra una sociedad única en su clase, que se fundó allá por el año 1889, demostradora de las ficiones cultas de sus habitantes, nunca desmentidas.

El nombre, un tanto original: “El Lekanaklub”, algo así como Centro de las Bellas Artes. Imitando a la Academia Española, cada socio tenía su sillón y su letra, y quien deseaba ingresar lo solicitaba por escrito y en verso, tanto los de la localidad como los forasteros.

La sociedad fue fundada, junto a don Miguel Gutiérrez Jiménez, por el director de su instituto y poeta sevillano don Luis Herrera Robles. Fue el propio don Juan Valera quien apoyó a su amigo don Miguel Gutiérrez en la fundación de esta sociedad cultural, siendo Valera, junto con Menéndez Pelayo, un fuerte entusiasta de la misma, en la que participaban todos los elementos de la cultura e ilustración existentes en Cabra. Hubo solicitudes de ingreso notabilísimas, como la del señor don Trinidad de Rojas, de Antequera.

El día del santo del dueño de la casa donde se reunía la sociedad —que era la vivienda del ilustre traductor de la Eneida, doctor don Luis Herrera y Robles, en la calle Priego— se celebraba una seiscena; es decir, durante seis noches se ofrecía una cena a escote (dividiendo la cuenta a partes iguales).

Estas cenas se celebraban en el jardín de la casa y presidía la mesa un busto de Cervantes, colocado artísticamente. En todas las veladas se brindaba por todos los comensales en décimas con el mismo pie forzado (improvisar con pie forzado es componer una estrofa de diez versos —en general, octosílabos— en la que el poeta debe terminar con un verso ajeno). Aquello resultaba curiosísimo e ingenioso, pues algunas composiciones eran verdaderamente notables.

El reglamento de la sociedad tenía un solo artículo, que decía:

Artículo primero. No hay reglamento.

Y solo se permitía hablar de literatura, historia y otras ciencias, prohibiéndose expresamente la charla política y la censura personal.

Poco más puedo añadir de esta sociedad ya que no tengo idea de que ocurre con El Lekanakub. Si se dar por finiquitada a la muerte de los fundadores, si continúa con algunos de los partícipes en ella. Lo cierto es que no he hallado más referencias a ella.

Bibliografía:
Obtenida del libro Historia de la Ciudad de Cabra, de Nicolás Albornoz Portocarrero.

Nota:
En el libro de Nicolás Albornoz, la fecha de fundación de la sociedad aparece como 1789, lo cual debe de ser un error de imprenta o del autor, dado que el fundador de la sociedad nació en 1847 y se graduó en Filosofía y Letras en 1868. Obviamente, la fecha más razonable para la fundación es la que he puesto.

 

Boceto de los fundadores de la Sociedad Lekanaklub

omo he indicado, los fundadores de la sociedad denominada: -El Lekanaklub- fueron don Luis Herrera y Robles y don Miguel Gutiérrez Jiménez, que boceto brevemente para que conozcan someramente a estos ilustres señores. 

D. Luis Herrera y Robles, nació en Sevilla el 21 de mayo de 1838. Llegaría a Cabra como catedrático por oposición de Retorica y Poética en 1868. Durante 25 años está vinculado como docente al Instituto de Cabra, siendo director educativo y rector del su Colegio en tres ocasiones: de 1875 a 1883, de 1884 a 1886 y de 1891 a 1892. La gestión de D. Luis Herrera elevó al Instituto-Colegio a uno de los períodos más importantes de su historia.

Como curiosidad un alumno destacado entre 1887 y 1891 que cursó sus estudios con un expediente brillantes se encuentra Niceto Alcalá Zamora.

De la figura de D. Luis Herrera y Robles puede deducirse que atendió más a su vocación lírica que a la llamada del ministerio religioso. En la producción literaria de Herrera Robles destaca su traducción en verso castellano de La Eneida de Publio Virgilio Marón, la epopeya latina escrita en el siglo I aC. por encargo del emperador Augusto con el fin de glorificar el Imperio, atribuyéndole un origen mítico. Virgilio elaboró una reescritura, más que una continuación, de los poemas homéricos tomando como punto de partida la guerra de Troya y la destrucción de esa ciudad, y presentando la fundación de Roma a la manera de los mitos griegos. La traducción cuenta con un prólogo de don Juan Valera en el que alaba el trabajo del presbítero. Está editada en Sevilla en 1898.

Muere en Sevilla en 1907.


Miguel Gutiérrez Jiménez nació en Los Gualchos en 1847. Estudió bachillerato en el Sacromonte y en 1868 se graduó y doctoró en Filosofía y Letras.

Ganó  las oposiciones de catedrático de Gramática Latina y Castellana, que luego permutó por Retórica y Preceptiva, y ejerció en Teruel, Segovia, Cabra, Jaén, Córdoba y Granada.

Precedido de su fama literaria, intervenía activamente en la vida cultural de las ciudades donde vivió, y dejó huella con innumerables colaboraciones en la prensa local.

En Cabra, donde encontró el inestimable apoyo de su amigo Juan Valera, fundó una academia cultural muy activa, El Lekanaklub.
En 1897 obtuvo plaza en el Instituto Provincial de Granada. Al cambiar el plan de estudios, y emprenderse el estudio de Lengua e Historia de la Literatura escribió sendos manuales de  estas asignaturas. En “El Defensor de Granada” y en “La Alhambra” dejó una erudita historia de la literatura de Granada. También fundó y dirigió la revista literaria “Idearium”. También colaboró activamente en El Liceo y en el centro de educación de adultos El Fomento de las artes pronunciando numerosas conferencias.

Entre los alumnos de la última promoción a la que dio clase se encontraba García Lorca, alumno suyo en los cursos 1911-12 y 1912-1913


En busca de El Lekanaklub

Me he obsesionado con encontrar la casa de don Luis Herrera Robles, aquella en la que se reunían los miembros de la Sociedad Lekanaklub. La labor de investigación resulta prolija y compleja: cuando ya crees que tienes una pista, surgen dudas y aparecen nuevas líneas que plantean más interrogantes.

Lo cierto es que, recorriendo la calle Priego y llamando a todas y cada una de las casas decimonónicas que hay, en ninguna encontré evidencia de que fuera la que buscaba. No sé por qué, pero a mí me dio el pálpito de que pudiera ser la casa del Centro Filarmónico Egabrense, y aunque hice algunas preguntas, no obtuve respuestas.

Leyendo un libro del callejero de Cabra, este hace mención al Centro Filarmónico Egabrense con el siguiente texto:

“El día 17 de febrero de 1782, ante el escribano Juan de Alcalá y Pérez, se arriendan la huerta y fuente de San Juan a José García, vecino de Cabra. La huerta se conocía ahora con el nombre de huerta de Murillo y era de regadío, con árboles. El arrendador responderá con unas casas que tiene en la calle Priego, esquina a las de Santa Lucía y Mesqua. Lindan por la calle de Priego con casas de don Jerónimo Enríquez de Herrera. Otorga la escritura Coello de Portugal, administrador del duque.
La casa de los Herrera que se cita es la actual sede del Centro Filarmónico Egabrense”.

Cierto es que Jerónimo Enríquez de Herrera es propietario de la casa cien años antes de que se fundara Lekanaklub; así pues, solo el parentesco que pudiera existir entre este señor Jerónimo y don Luis Herrera nos dará la respuesta y nos sacará de dudas.

Como casi todo lo que ocurre en la vida, la casualidad me llevó hasta una casa en el número 24 de la calle Teniente Fernández (esta calle se llamaba, en el tiempo que nos ocupa, calle Hornillo), esquina con la calle Bachiller de León. En ella vi con asombro un enorme perchero de madera color caoba, con dieciséis colgadores para abrigos y sombreros, y una medida de algo más de 3,60 metros.

¿Quiénes colgaban ahí sus abrigos y sombreros?


En esa casa, a mediados del siglo pasado, había un estanco atendido por Luisa y un bar regentado por su esposo Isidoro. Tras una cortina en la barra del bar, una modesta sala, quizás algo estrecha pero muy limpia, acogía las reuniones de los miembros de una hermandad que se hacían llamar los Agustinos. No debe confundirse este bar con el Bar Sánchez, que estaba enfrente, haciendo esquina con la calle La Fuente.

Inmediatamente me invadió la curiosidad por saber más sobre esta peña de hombres que allí se congregaban y qué fines les unían, ya que pertenecían a distintos ámbitos profesionales: médicos, abogados, jueces, tenderos, etc. En común, todos eran hombres de nombre y prestigio, de los más notables de la sociedad de aquellos arduos años de mediados del siglo pasado. Todos caballeros; de ahí que haya quienes los recuerdan por el nombre de Sociedad de los Caballeros Agustinos.

Tras una breve conversación con la actual propietaria de la referida casa, me comentó que en una de las paredes —ya pintada por encima— había una placa, sin precisar el material, con una sentencia en latín de Horacio.

Recordando que Luis Herrera fue traductor de la Eneida, ¿podría ser posible que pusiese un breve poema del gran poeta romano Virgilio? ¿Estaríamos entonces en la casa donde participaban todos los elementos de la cultura e ilustración existentes en Cabra, pasando por don Pedro Iglesias Caballero, don Vicente Toscano y Quesada, etc.?

No hemos podido sacar nada en claro, dado que la familia es propietaria de la casa aproximadamente desde los años treinta del siglo XX, y para nada les sonaba el nombre de la sociedad Lekanaklub.

Pero hete aquí que se abre otra vía de investigación sobre lo que bien pudiera ser la misma sociedad con un nuevo nombre, o bien otra sociedad totalmente distinta, creada ya a mediados del siglo pasado.

La abuela de la señora que tuvo la amabilidad de atenderme servía las bebidas que consumían los señores que se reunían en la casa. La sociedad que parece haber existido entonces era la Sociedad de los Caballeros Agustinos.

Como campo de trabajo para conocer a sus miembros, me remite a un escrito de Lucas Zamarriego, en su obra Agustinos y Olé. En ella se hace una semblanza de las personas que acudían a este club.

Como hemos mencionado, tenemos una casa donde había una inscripción en latín de Homero, lo que, teniendo en cuenta que Luis Herrera fue el traductor de la Eneida, nos lleva a suponer que pudiera ser esa la casa. ¡Seguiremos investigando!


Lucas Zamarriego

¿Quién fue Lucas Zamarriego? Lo poco que he encontrado hasta este momento es que fue un médico pediatra-poeta avecindado en Cabra y muy ligado a todas sus actividades artísticas.

Lucas Zamarriego García —desconocido para mí y seguramente para muchos de ustedes— fue también autor de una obra titulada Te prometo ser cautiva (1950), una zambra que narra un crimen pasional y a la que el maestro Rodríguez López puso música.

Llegados a este punto, he de significar que Luisa, la que atendía el bar, es tía del maestro Rodríguez. Junto a su marido Isidoro, servía las tapas y copas que los Agustinos reclamaban.

Mi curiosidad me plantea una irresoluble pregunta: ¿por qué el maestro Rodríguez puso música a la Zambra de Zamarriego? Cierto es que carece de mayor importancia, bien porque fuera por su tía —quien pudo haberle hecho llegar la Zambra— o bien porque Zamarriego fue secretario del Centro Filarmónico Egabrense. Como ya hemos dicho, fue un hombre muy ligado a todas las actividades artísticas de nuestra ciudad. Así pues, conociéndose por esta causa el maestro Rodríguez y él, sin duda sería motivo suficiente para que este se sintiera atraído por ponerle música.

De lo poco que puedo añadir de Lucas Zamarriego es que también escribió, en 1945, junto a Óscar Mirasoti y Jacinto Capella, otra obra titulada ¡Qué suerte tienes, Venancio!.



La Sociedad de los Caballeros Agustinos

Por mis investigaciones he conocido el nombre de algunos de los partícipes de la Sociedad de los Caballeros Agustinos. Gracias a la nieta de uno de sus miembros, María José Leña Carrillo, conseguí el libro escrito en 1948 por Lucas Zamarriego: Estampas de la Placeta. Los Agustinos ¡y olé!, un pequeño volumen de doce páginas. En él se esbozan perfiles de los miembros de la peña. La semblanza que hace de cada uno no aclara cuál era el fin de sus reuniones, más allá de juntarse a tomar unos vinos y sus correspondientes tapas. Es de suponer que, sin duda, al caer la tarde, habiendo acabado sus quehaceres cotidianos, no solo se dieran a libar algunas copas de fino, sino que las tertulias también girarían en torno a la política, el trabajo o aquellos problemas que les causaban algún que otro dolor de cabeza. Esto se intuye en el relato que hace Lucas Zamarriego de algunos de sus miembros. Y, conociendo ahora sus inquietudes artísticas, también estas tendrían cabida en la hermandad.


Cuando publiqué este artículo en la revista Cabra, culta y poética, me hicieron llegar una foto en la que vemos a algunos de los miembros de los Agustinos: Modesto Pérez Aranda, Rafael Gutiérrez y su hermano, Luis Cabello, Antonio de la Iglesia y el propio Lucas Zamarriego. Podemos intuir, como ya apuntábamos, que no solo se reunían a tomar unos vinos. Estos caballeros, como se aprecia, estaban muy ligados a los acontecimientos culturales, religiosos y manifestaciones populares de nuestro pueblo, y participaban en ellas activamente.

Quizás yo esperaba encontrar una connotación más literaria en sus reuniones, teniendo en cuenta que venía buscando la casa donde se reunían los miembros de Lekanaklub.

Lo cierto es que no hay mal que por bien no venga: he conocido a esta hermandad. Poco más me resta por decir de los Agustinos; creo que ya he explicado lo que fue esta hermandad, que llegó a ser algo más que una simple peña de amigos.

Adéntrense en su templo leyendo la reproducción de libro: Estampas de la Placeta. Los Agustinos ¡Y olé!, que nos acerca a todos y cada uno de ellos.

 

Estampas de la Placeta
Los Agustinos ¡Y olé!
Obra de Lucas Zamarriego

Alguien le habrá hablado de “Los Agustinos”
y “usté” habrá creído que son religiosos
frailes recoletos, buenos y hacendados,
en vida entregados a ritos divinos.
Alguien le habrá dicho que allí hay hermandad
y “usté” habrá pensado, sin duda, un momento
en esos hermanos y en ese convento
que orgullo y envidia son de la ciudad.
Pues bien, yo le invito a entrar en clausura,
como convidado; verá que derroche
de lo que en la vida se llama unión pura….
Véngase conmigo, que se hace de noche.
Una plaza, una taberna,
un mostrador; Isidoro;
José María que alterna y un canario que es un coro.
Un estanco, y allí Luisa,
Luisa es en la casa el ama,
es sencilla y es sumisa,
menos cuando le entra prisa
porque el marido le llama
para apuntar con la “tiza”
lo que pidió Antonio Lama.
Pase “usté” conmigo; aquí a la derecha,
tras una cortina, la modesta sala,
quizá un poco corta, también algo estrecha,
pero que a lo limpio y a lo honesto avala.
Siéntese conmigo y escúcheme atento.
Clávelo muy fijo para su memoria:
estamos, amigo, dentro del convento.
¡qué digo el convento!: dentro de la gloria.
-¿Esto es un convento?,
me pregunta serio
mi amigo el turista.
-Es un Monasterio.
Mire el Reglamento
que tiene a la vista.
Léalo y compruebe
si hay comunidad.
-Pero aquí se bebe…..
-Eso es santidad.
-Luego es una peña?
-Más bien un “Peñasco”.
Isidoro, el frasco de Elías y Leña.
Y ahora los dos juntos, pues soy perro viejo,
y aquí su presencia pudiera alterar
lo que ya, por norma, casi es un festejo,
con una botella detrás del espejo,
los dos muy atentos vamos a observar….
Se descorre la cortina levemente,
movida por muy leve y frágil mano
y aparece la figura de Vicente,
que en esta noche es el primer hermano.
Vicente es un buen hombre que en la esquina,
Inunda la Placeta con chacina.
Se sienta en la silla,
hace su cigarro,
prende una cerilla,
se sacude el barro,
pregunta a Isidoro
si vino Manjón
y en este momento
entran por el foro,
uno con bufanda
y otro con calor.
Aquel que quema es Aranda,
el otro, el de la bufanda,
Pepe el Administrador.
Ya hay puestas tres copas
llenas, en la mesa;
se habla sobre ropas,
se anuncia “Torresa”
y en seria y sencilla manera de hablar,
los tres agustinos se dan a libar.
Con un “Buenas noches”, que es educación
Y en él un poema, entra saludando,
El cuarto agustino; se llama Fernando,
Fernando de nombre, de rama Manjón.
Aranda “interrumpe su conversación”
y Fernando, fino,
le dice al vecino
que tiene lentejas y que es la ocasión.
Entonces Acosta, que está hecho un negocio,
olvida a Torresa y a Lucas su socio
y a Fernando llora con el corazón;
pues es lo que él piensa, de aquí yo algo saco,
pero le interrumpe una muy nutrida
reunión de personas que soltando un “taco”
(porque terminaron la dura partida)
llegan al convento de la gran reunión.
El mal humor es dos es manifiesto,
la alegría sin par hay en aquél,
la pena está en Garrido y en Modesto,
la alegría tan solo, en Rafael.
Después los tres saldrán haciendo eses,
sin acordarse del cruel partido,
ni quien en esta noche lo ha perdido.
Solo Gutiérrez sabe que Meneses
fue el compañero del jugar medido.
Saludos y frases de puro ritual,
Pepe se lamenta, “estuve muy mal”,
lo que hoy me ha ocurrido no pasa otra vez,
Modesto repite: “¡fatal y fatal!”,
“yo, desde mañana, juego al ajedrez”.
Los “catas” correspondientes,
y las caras se tornan sonrientes.
Y en este milagro que produce el jarro,
que a los vencedores y al vencido aúna,
tras la cortina una tos perruna
demuestra que llega alguien con catarro.
Los ojos fulgurantes de locura,
Las facies aquineática y rosada,
el prototipo de la cara dura
con un aire de enfermo hace su entrada.
No saluda a ninguno, cosa fea;
se va hacia su rincón, y muy callado,
lleno de tos, de vino de disnea,
espera ser tan solo preguntado.
Pepe Garrido, que ahora está a su lado,
habla de Pepe Luis, y él, amoscado,
aunque por pocas cosas se mosquea,
dice, entre esputos, sangre y exudado,
¡dejadme en paz, que hoy tengo cefalea!
Pero aunque el corazón en él galopa
y tiene veinte mil patologías,
a Isidora reclama que su copa
venga colmada de Solera Elías;
Después al Quinisal,
al Edifeno,
al Bellargal,
y a los Alcalisales,
Andrés se llama el cazador de males.
Más acaba de entrar Pedro Moreno,
aire de rectitud y de bondad,
que trae con su presencia a la hermandad,
lo que no tiene Andrés y que es lo bueno.
Con él la mezcla de la seriedad,
en la magna virtud de ser ameno,
y con él otra copa de solera
-¡Oro!... No pide “Oro”, pide de primera.
Oro es que llama el bueno de Isidoro,
como Pepe, tan solo hace una seña,
para pedir el vino, y no de Leña,
aunque el vino de Leña, será “Oro”.
Oro de calidad, oro en el jarro,
oro de paladar, oro brillante…
En la cortina, Navarro
y el agustino volante.
En él la ciencia distraída,
que le cura a Urbano de sus males;
en Luis Cabello la amargada vida,
que le producen los Municipales.
Navarro huele a Sulfamida,
Cabello a los sociales
Seguros
que los duros
nos cuestan a todos los mortales.
Se sienta Navarro,
se sienta el volante,
dos “catas que aumentan,
y otro viandante,
que llega sediento
ocupa su asiento
cerca de Manjón.
Este nuevo hermano,
trae tabaco habano
y tiene su abrigo
un cuarto botón.
Se llama este amigo
Psvhii… Psvhii
Manolo Rascón.
Empieza la discusión
sobre el precio de la oliva
y aún engrosa la reunión
pues que en el acto aquí arriba
el más non plus presidente
el que se por nada se arredra
es en el fútbol valiente
nuestro Presidente Piedra.
-“Muy buenas noches, señores”.
Ea ya está; buen ambiente,
el domingo el Crevillente
visita nuestros colores.
Otro copazo
y Antonio Iglesias que llega,
con él viene Paco Casas
que tras molturar sus pasas,
por fin su estómago riega,
con el líquido sedante,
“Oro” les pone delante
cantando por seguidillas
los dos catas, y las sillas
en el sitio que hay vacante.
Ya la algazara es completa,
cuando como un Serafín,
y tirando de receta,
penetra Paco Marín
que en la medicina pita.
Se sienta; y a “Oro” le llama,
pide sólo una copita,
pues espera la visita
que lo saque de la cama.
Con sombrero Calanés,
y la sonrisa en la cara,
en una mano la vara
y botines en los pies
entre bromas y cuplés,
con aire de seguidilla,
se nos presenta “Tintilla”,
que es pariente de tío Andrés.
El no tiene vicio;
mire, ni se sienta,
se bebe sesenta,
sin salir del quicio.
Eso es muy humano,
mas… entra su hermano.
No, no se moleste;
me iré muy temprano.
Tengo un mano a mano
con el Arcipreste.
 
Unas copas llenas,
otras ya vacías,
se quitan las penas
vienen alegrías.
Isidoro dice ¿en dónde derramo?
y aquí pongo “Leña”, y aquí pongo “Elías”.
Entran por la puerta Don Manuel Megias
Con voz muy potente, con voz de su amo.
Si el uno es conocido el otro es popular,
si Don José es la llave, Megias ejemplar.
Dos copas, Isidoro, que tiene que llenar.
-¿Quiénes aquel muchacho callado
que no le he visto entrar y se ha sentado;
pero por todos él se ha levantado
para su silla ofrecer, con gran firmeza,
no me lo ha presentado?
-¡Qué torpeza
se lo debí de presentar,
es lego y se da al libar.
Por beber y por ser fino;
es aspirante a Agustino
y se apellida Jodar.
-Luego hay legos?...
-Los precisos
en toda sana ordenación;
pero contemple la reunión
es el momento de escuchar.
Fíjese V. en Pepe Garrido,
Ahora a Isidoro va a llamar.
“Oro” estoy desecho,
Me encuentro sediento, mocho, mocho, mocho,
y mientras furioso, se desgarra el pecho,
se toma diez tapas todas con su ocho.
Manolete, Pepe Luis;
Carbón, le  pone una multa,
que si el Fondón le sepulta
que si es el mejor anís;
que si en Coria se ganaron
que si Luz en “Vista hermosa”
que si la segunda fase
que qué mujer más hermosa.
Alguien habla de una herencia;
que debe dejar Urbano,
una frase, una sentencia
del “muo”, que es mal hermano;
y entre bromas y veras y verás?
y entre Navarro sujetar sus gafas,
van consumidas ya sus dos garrafas
cuando llega alegrete, el buen Tomás.
“He dicho que no y basta”, grita Pepe,
no consiento que me hagas este feo
de eso se más que puede saber Lepe
eres, Andrés Urbano, un gran Pigmeo.
Cabello se aparte; se ríe Modesto;
Isidoro suda, y Luisa echa el resto
apuntando tapas y apuntando copas.
Se retorna a López, a hablar de sus ropas,
y entre veinte voces distintas se escucha,
con aire de payo que es aire andaluz,
anda hoy desembucha
durmiendo te gano, más claro la luz.
-¡Qué sana alegría!
se lo dije a usted
-¿Y esta algarabía….?
-durará aún un rto;
sólo son las diez.
-Y ¿esto es a diario?...
-Sólo siete días en cada semana,
que es lo necesario.
La reunión se afana
en que no haya envidias en el calendario,
-más mire un momento:
entra el Secretario
ahí fuera se escucha ya su clara voz
serio en apariencia
en leyes es ciencia
Moreno La Hoz.
Pero viene tarde; quizá de pleito,
pues la abogacía tiene sus reveses;
si viene a estas horas, de seguro creo
que ha “estao” de pleito, pero con Meneses….
Que si el Secretario llega aquí a las diez
y hace que esta noche el vino lo cate
es porque ha sufrido del duro ajedrez
la enorme caída de su rey por mate.
-¿Ya están todos?
-No señor;
faltan dos que nunca vienen;
¡y sin vino se sostienen!:
uno de ellos el Prior,
el Prior es Don Francisco
Aranda, una gran persona,
Según él está hecho un cisco,
Y el vino le desentona.
-¿Está enfermo?
-No lo crea;
tiene miedo y eso es todo
de que aquí no se le vea
reír y empinar el codo.
El otro es Juanito Ruiz
también hombre muy formal,
que sin tener ningún mal
no viene aquí a ser feliz.
Son hermanos sin clausura,
de lo que es la blanca hora.
Mas para nuestra ventura
viene Don Buenaventura
del brazo de Manuel Mora.
Son legos de una constancia
del convento y el beber
que se les debe de hacer
Agustinos, sin instancia.
El primero es Director
de un banco de mil resortes:
Manolo, procurador
de las Españolas Cortes.
Y los dos, como verá,
Procuran esparcimiento:
-Amigo, qué bien se está
en este raro convento!
Pregúntele a Don Miguel
Rodilla, que muy pausado,
poco a poco, se ha adentrado
en este alegre tropel.
A él que no le gusta el vino,
viene a olvidar los dementes
por estar entre estas gentes
que le hacen perder el tino
y tómase un cata que otro.
Igual que el señor Merino,
Don Vicente, que constante
viene de muy buen talante
muy educado y muy fino,
y que se bebe su cata
como Agustino honorario;
y como ellos a diario,
ante Luisa se retrata.
-Y usted ¿qué hace aquí?
-Yo, nada
lo  mismo que los demás,
es decir, hago algo más:
Si alguno pide una tapa,
que la buena Luisa trae,
perdido si se distrae
ésta pues se escapa.
Solicito que de Baco
traiga Isidoro la esencia
y aguanto con gran paciencia
que alguno saque tabaco,
digo alguna tontería
Le doy consejos a Urbano;
charlo con José María;
y en pagar poco me afano.
Me gusta ver a Garrido,
enfadado por los toros,
espachurrarse el oído
y con Modesto hago coros.
Cerillas y siempre pido,
y así, amigo paso el rato,
salgo comido y bebido
y me sale barato.
-Mas, fijese; se levantan;
cada uno se gradúa,
si no existe pulso y púa.
Mire cómo se adelantan
y mire cómo allí sola
Luisa se quita la cola
que va dejando el dinero,
sin tanto de camarero
y compases de gramola.
Después la sala vacía:
silencio; la soledad;
y a esperar el nuevo día que traiga algarabía
de la perfecta amistad.
-Conque ¿qué me dice “usté”?
-Permita que le bendiga
por el rato que pasé,
y permita que le diga
¡Los Agustinos! ¡y olé!
 
FIN

 



Prensa egabrense en la segunda mitad del siglo XIX 
y primera mitad del siglo XX

La importancia de los medios de comunicación en Cabra durante la segunda mitad del siglo XIX es notoria, a tenor de la prensa local que se editaba en nuestra localidad. Muestra de lo que decimos son los siguientes periódicos que se publicaban:

El Egabrense, El Semanario de Cabra, La Voz del Pueblo, El Pueblo, La Opinión de Cabra y El Popular.

El Egabrense nace el 6 de junio de 1882, fundado por una sociedad compuesta por jóvenes sin más recursos literarios y pecuniarios que un gran entusiasmo, según nos dice Nicolás Albornoz en su libro Historia de la ciudad de Cabra.

Su primer director pudo ser el oficial de Infantería don Rafael Hernández y Mohedano, aunque otras fuentes afirman que fue don José Cabello Roig, catedrático de Física y Química del instituto Aguilar y Eslava. Se publicó con ocho páginas, a dos columnas. Su periodicidad era semanal: salía los domingos en principio, para hacerlo después quincenalmente. La redacción y administración se ubicaba en la calle Priego, número 42. Entre sus colaboradores destacamos a don Manuel Reina Cortés (poeta), don Luis Herrera y Robles (traductor de La Eneida de Publio Virgilio Marón, la epopeya latina escrita en el siglo I a. C.) y otros notables hombres de ciencia y letras.

El Egabrense, aunque ya en edición digital, ha llegado hasta nuestros días.

El Semanario de Cabra comenzó a publicarse el 7 de agosto de 1892, aunque hay una contradicción con el libro de don Nicolás Albornoz, que sitúa la fecha en 1894. Consta de dos hojas y sus páginas se distribuyen en tres columnas. La redacción y administración se situaban en la calle Alonso Vélez, número 4. Curiosamente, El Egabrense también pasaría a tener su redacción y administración en esta calle y en ese mismo número, aunque también la tendría en el número 10. Según Nicolás Albornoz, fue dirigido por el malogrado poeta egabrense don Vicente Toscano y Quesada (Victosque). Cuando Vicente Toscano marcha a Barcelona a formar parte de la redacción de La Defensa Industrial y Mercantil, el periódico es dirigido por don Ángel Hernández Mohedano. En 1897, el director del semanario es don Alfredo Hurtado y Rodríguez.

Nicolás Albornoz nos dice que este periódico solo tuvo una vida de unos siete u ocho años. Lo cierto es que se mantuvo hasta 1906, aunque sufrió algunas interrupciones.

La Voz del Pueblo nace el 13 de octubre de 1894. El formato es prácticamente el mismo que el del Semanario de Cabra: tres grandes columnas por página, dejando normalmente la última para anuncios. Se publicaba los sábados.

Su dirección, en un principio, parece estar a cargo de un consejo de dirección. Sin embargo, desde el número 10, correspondiente al 10 de diciembre de 1894, figura como director del semanario don Casimiro Reyes y Ortiz.

En el número 42 figurará en la cabecera como administrador don José R. Toscano y Quesada, hermano del admirado poeta (Victosque), que tantas colaboraciones brindaba al Semanario de Cabra.

La redacción y administración de este semanario, en un principio, se situaba en la calle Santa Rosalía, nº 11. En diciembre de 1894 se cambia de establecimiento tipográfico, imprimiéndose y pasando a ser propiedad de don Manuel Cordón y Muriel.

En el último número de julio de 1895 se publica el siguiente anuncio para los suscriptores:

“A partir del 1 de agosto, se publicará este periódico por lo menos una vez cada semana, sin determinar la fecha de salida”.

El Pueblo es un semanario político que nace el 13 de abril de 1903, siendo su director don José de Silva Jiménez.

Durante su ausencia, ocupa la dirección del periódico el distinguido abogado don Ramón Escofet y Molinello y, en sustitución de este, don José Redondo de Trueba, redactor y accionista del mismo.

A comienzos de 1906 hay un relevo en la dirección y administración del periódico. Su periodicidad es semanal, publicándose los domingos, pero de acuerdo con la flamante Ley de Descanso Dominical pasa a publicarse los sábados.

En el número 14 se abre una sección titulada Tribuna Libre, en la que se insertarán artículos e informaciones ajenas a la redacción, cuyos trabajos irán firmados por los autores.

En la tarde del 3 de agosto de 1905 se baten en duelo don José Redondo de Trueba y don Manuel Fernández Lasso de la Vega, dos personas vinculadas a este semanario, resultando el segundo herido en la mano derecha y en la parte interior del muslo izquierdo. El Pueblo se despide temporalmente, anunciando en ese mismo número la reaparición de La Voz del Pueblo, de cuya dirección se hará cargo el mismo director del periódico que anuncia su retirada.

La Voz del Pueblo (1909) se subtitula en esta época Periódico semanal independiente. Consta de dos hojas a cuatro columnas. La última hoja se dedica completamente a anuncios.

El director es don Eladio Reyes Cruz.

Desde el 6 de marzo de 1909 se incorpora al periódico una nueva columna: Resumen Semanal, en la que se recoge lo sucedido en la población a lo largo de la semana, intentando reflejar lo acaecido en el ayuntamiento o en cualquier otra institución egabrense.

La Opinión de Cabra es un periódico independiente y plural. Su primer número fue publicado el domingo 17 de marzo de 1912. Fue fundado por un grupo de egabrenses entre los que se encontraban don Manuel Mora, don Julián Aguilar, don Alfredo Hurtado, don Joaquín Cañero, don Manuel Roldán, don Luis Flores, don Juan Soca y don Manuel Cordón.

Durante su primera etapa —a la cual pertenece el número que aquí reproducimos— fue el órgano de la vida cultural egabrense, y ahí podemos ver colaboraciones de Pedro Garfias o Tomás Luque, a los que se pueden añadir otros como Pedro Iglesias Caballero, Juan Soca, José Ruiz Moreno (Thales) o Juan Carandell.

Durante muchos años fue conocida como Decenario de la Virgen de la Sierra, referencia que sigue intentando mantener en la actualidad. En el año 1987, con motivo del 75.º aniversario, le fue concedida la Medalla de Plata de la Ciudad de Cabra por el Ayuntamiento, como reconocimiento a su labor periodística en el siglo XX.

El último número en papel apareció el 17 de agosto de 1989.

Desde el mes de febrero de 2002, esta histórica cabecera de la prensa local egabrense fue cedida a la Fundación Aguilar y Eslava, quien viene publicando desde entonces con periodicidad mensual, aunque ya solo en formato digital. Se ha convertido en el informativo digital de referencia para nuestra ciudad. 

El Popular. El 18 de septiembre de 1918 nacía en Cabra El Popular, con el subtítulo Semanario independiente. En 1922 se hizo cargo del mismo Manuel Mejías Rueda, centrándose en asuntos locales (fiestas, ecos de sociedad, etc.), a la vez que daba cabida a colaboraciones de un grupo de jóvenes con inquietudes literarias: Tomás Luque, M. Fernández Lasso de la Vega, Pedro Iglesias, Pedro Garfias. En 1929 pasa del tamaño tabloide al de folio, aunque se aumentaron las páginas de dos a cuatro.

Desde finales de 1968 se dejó de publicar algunas semanas, interrumpiéndose en mayo del año siguiente. En esta etapa fueron redactores del semanario Luis Cabello Vannerou, Antonio Moreno Hurtado y José A. Sáenz-López.

En diciembre de 1969 volvió a la cita con los suscriptores, intentando revitalizar los contenidos, dándose preferencia a las noticias y actividades de la entonces prestigiosa Radio Atalaya, y entrando como redactores Francisco Carmona Roldán, Adolfo Molina Guardón y Juan Moreno Rosa. Se mejoró el papel y la impresión, se ampliaron las páginas, se prodigaron las fotos y se iniciaron nuevas secciones de reportajes, deportes y música pop. En septiembre de 1972 se publicó el número 2.622, que ya sería el último.

Para cerrar este artículo no debemos dejar atrás otros periódicos, que con un componente político y satírico tuvieron como denominador común una corta andadura:

La Ortiga nació el 20 de agosto de 1903. Semanario satírico, literario y festivo. En marzo de 1904 se cambió el subtítulo por Órgano del Partido Republicano del Distrito. El periódico siempre mantuvo su aire anticlerical y republicano.

Apolo. El 10 de junio de 1907 nacía en Cabra el semanario de mayor circulación de Andalucía. Se definía como un periódico satírico, literario y festivo, alejado de la política. El 29 de junio de 1908 fue el último día que acudió a la cita con sus lectores.

Egabro, periódico republicano que comienza su andadura a comienzos de 1933. Según don José María Garrido Ortega, el número 20, del 20 de diciembre de 1933, sería posiblemente el último. Constaba de cuatro páginas, con secciones fijas: editorial de contenido político, información y comentarios sobre teatro, deporte y toros de la localidad, además de artículos de opinión y temas culturales.

El Egabrense, El Semanario de Cabra, La Voz del Pueblo, El Pueblo, La Opinión de Cabra, El Popular, La Ortiga y Apolo tienen un denominador común: sus páginas están repletas de poesía. Poetas egabrenses que, como hemos citado, bien fundaron o colaboraron en estos periódicos. Por ello, para acabar, señalaremos que nos llena de satisfacción poder decir que Cabra es culta y poética, lo que nos hace sentir orgullosos de haber nacido en esta tierra.

Bibliografía:

  • Historia de la ciudad de Cabra, de don Nicolás Albornoz y Portocarrero.
  • Cabra en su prensa 1880–1910, de don José Camero Ramos.
  • La Opinión de Cabra.
  • La prensa de Cabra, por José María Garrido Ortega.

 

Cabeceras de los principales periódicos egabrenses. Segunda mitad del siglo XIX:




Cabeceras de los principales periódicos egabrenses. Primera mitad del siglo XX














Cabeceras digitales de: El Egabrense y la Opinión de Cabra








El bombardeo de Cabra «La barbarie olvidada de un bombardeo inútil

El 7 de noviembre es una fecha luctuosa, grabada en el corazón de los egabrenses. Cada año conmemoramos el aniversario del bombardeo de Cabra.

Cabra, una ciudad alejada del frente activo —pues este se encontraba a más de 1000 km—, sin medios de defensa y cuando estaba a punto de acabar la guerra, fue bombardeada sin piedad por tres aviones republicanos. Sin embargo, curiosamente, la masacre sufrida por este bombardeo es el hecho más desconocido de todos cuantos se produjeron en nuestra última guerra civil española. Sus cifras —109 muertos y más de 200 heridos— son comparables con las del bombardeo de Guernica. La repercusión mediática del bombardeo egabrense es tan escasa que incluso parece querer ocultarse. Duelen las distintas varas de medir, según quiénes sean los protagonistas de unos u otros hechos.

Esta es mi pequeña aportación para no olvidar un hecho tan luctuoso y, de paso, recordar a protagonistas reales que, como veremos en este relato, sufrieron sus consecuencias. Eran familiares de mi mujer o míos.

Viviremos con los protagonistas las tres peores consecuencias del bombardeo: la de la muerte —cruel para todos los que la sufrieron como consecuencia del mismo—, la de los heridos, que de una manera u otra trastocaron su vida, poniendo en peligro no solo su salud, sino su hacienda o su modo de vida. Y, por último, aquellos que tuvieron la fortuna de no sufrir en sus carnes ni el horror de la muerte ni mayor herida que lamentar, más que la de contemplar desde la distancia el salvajismo de un bombardeo contra la población civil.


El horror de la muerte

El niño Jesús Ruiz Cuevas (tío de mi mujer) había acudido a comprar batatas, acompañando a su padre a la plaza del mercado. De saber que serían sus últimos momentos de vida, seguramente habría renunciado a ir a por tan delicioso manjar, que le encantaba.

Solo escuchó un ensordecedor ruido. Eran las 7:31 de la mañana del 8 de noviembre de 1938; aún no había cumplido los nueve años de edad. El ruido provenía de tres aviones republicanos modelo soviético Tupolev SB-2, más conocidos como Katiuskas, unos aparatos fabricados desde 1936 y conocidos por su ligereza y rapidez. Su tripulación era totalmente española. En escasos cinco minutos dejaron caer una veintena de bombas, que provocaron no solo su muerte, sino la de 109 personas más, así como 200 heridos. Arrasaron el centro de su pueblo, Cabra (Córdoba), en pleno corazón de lo que hoy conocemos como la Subbética. Las bombas cayeron sobre la plaza del mercado, y en especial sobre el barrio obrero de la Villa. Casi 2000 kilos de bombas de diverso tamaño —15, 70, 100, 250 y 500 kilos— dejaron caer, lo que provocó la magnitud de la masacre. La bomba de mayor tamaño cayó en el mercado, la que acabaría con su vida y con las de 35 personas más en el acto, y otras 14 posteriormente a consecuencia de las heridas causadas. Mujeres, niños, hombres... En el mercado de abastos egabrense, en ese momento, se hallaban numerosos campesinos, no solo de la población, sino de toda la comarca: era día de mercado semanal.

El resto de los muertos y heridos se encontraba en el destrozo ocasionado por otra bomba similar que detonó en la esquina de las calles Platerías y Juan de Silva, así como en las que cayeron sobre el barrio de la Villa.

Su cadáver, como el de muchos otros, fue trasladado en carrillos y con capachos a los hospitales, donde eran amontonados. Su hermana Angelita, que colaboraba como voluntaria con la Cruz Roja, descubrió con horror, cuando levantaba las mantas que cubrían los cadáveres, su pequeño cuerpo yacente.


La desventura de los heridos

Mi bisabuela Vicenta Chacón Pérez tenía un puesto de frutas y hortalizas en el mercado. Había madrugado más que otros días, ya que era día de mercado semanal y acudiría más gente de otras poblaciones. Mi madre, Emilia Álvarez Muñoz, que contaba con tres años de edad, y su hermana Vicenta (conocida por todos como Pepa, contaba con nueve), estaban en el puesto con su abuela. Mi abuelo, Antonio Álvarez Escalera, acababa de llevar un saco de calabazas al puesto de su suegra; había venido desde las huertas de Alcantarilla con él al hombro. Cogió en brazos a la más pequeña, fueron a comprar churros y salieron del mercado para desayunar en casa. Esta se encontraba en el número 16 de la calle Norte.

En la esquina de la calle Córdoba con la calle Norte oyeron el ensordecedor ruido, y rápidamente corrieron para refugiarse en la casa. En ese preciso instante, el puesto de mi bisabuela era destruido, y ella resultó herida por metralla en el glúteo.

En otro lugar del mercado, el abuelo de mi mujer, Rafael Ruiz López, con un brazo destrozado por la metralla, no pudo abrazar a su hijo Jesús, de ocho años, que yacía en el suelo. Pero su desgracia fue aún más dramática cuando los facultativos que le atendieron pretendieron cortarle el brazo. Un obrero con trece hijos, cuyo medio de subsistencia para toda su familia eran sus manos.


Crueldad y bestialidad contra una ciudad alejada del frente activo

Los protagonistas reales del siguiente relato tuvieron la suerte de poder contarlo. Esta otra historia real, créanme, me la contó mi suegra María Isabel Lardín Herrera. Su padre sentenció con dos palabras el salvajismo del bombardeo.

En el cortijo Rivero, propiedad de don Domingo Montes, su mujer Dolores estaba desayunando. El estruendo de los aviones republicanos Tupolev SB-2, que acababan de pasar, la hizo levantarse de la mesa, y con la taza de café con leche en la mano, corría nerviosa de un lado a otro de la casa, sin saber muy bien lo que hacía. Todo le hacía presagiar lo que, unos minutos más tarde, sucedió.

Rápidamente, el humo que se veía proveniente de Cabra tras los bombardeos —a pesar de que dicho cortijo se encontraba a más de tres kilómetros de distancia— preocupó enormemente a don Juan José Lardín Romero, que trabajaba en el cortijo y, dejando sus aperos de labranza, corría hacia la casa diciendo: “Adiós, Cabra. Adiós, Cabra”.

Poco después, mucha gente que despavorida abandonó la ciudad se refugió en ese cortijo. La masacre ya se había consumado. La barbarie olvidada de un bombardeo inútil que, el 7 de noviembre de 1938, a las 7:31 horas de la mañana, dejó 109 muertos y más de 200 heridos. Un bombardeo que no tuvo un Picasso, que ha sido desconocido para gran parte de la opinión pública.







Curiosidad

¿Sabías que la bisabuela materna de Pablo Ruiz Picasso,
nació en Cabra en el año 1878?

Pocos conocen que la línea materna del genio malagueño Pablo Ruiz Picasso tiene raíces en la localidad cordobesa de Cabra. Su bisabuela, María Guardeño, nació allí en 1798, y esa conexión genealógica despierta no pocas curiosidades históricas.

La rama familiar de los Picasso procede de Sori, una pequeña localidad de la región de Génova. Allí nació Tommaso Picasso (1728–1813), quien tuvo varios hijos, entre ellos Giovanni Battista, casado con Isabella Musante. De esta unión nacieron, entre otros, Tommaso Picasso (Sori, 1787–Málaga, 1851), marino de profesión que se estableció en Málaga hacia 1807 junto con su hermano Giovanni.

En Málaga, Tommaso contrajo matrimonio en 1810 con María Guardeño, nacida en Cabra. Juntos tuvieron seis hijos. El quinto fue Francisco Picasso Guardeño, quien más tarde se casaría con Inés López Robles. Esta pareja sería la abuela y el abuelo maternos del pintor. Su hija, María Picasso López, se casó con José Ruiz Blasco, y fruto de esa unión nació, el 25 de octubre de 1881, el universal artista Pablo Ruiz Picasso.

De María Guardeño poco más se sabe, salvo lo que ha recogido la Fundación Picasso (Museo Casa Natal – Ayuntamiento de Málaga). Y, sin embargo, el simple hecho de que una de las mujeres que forman parte del árbol genealógico del artista naciera en Cabra ya es motivo de asombro y reflexión.

¿No resulta curioso que, siendo su bisabuela egabrense, Picasso no pintara un "Guernica" andaluz? Quizá no lo hizo porque no se lo pidieron… o no le pagaron como sí lo hicieron por el Guernica original: unos 50.000 francos iniciales y otros 150.000 después. Nueve veces más de lo que se había abonado hasta entonces por cualquiera de sus obras.

Como dato final, conviene recordar que dos años antes de pintar el Guernica, Picasso había realizado un aguafuerte titulado Minotauromaquia, en el que ya estaban presentes muchos de los elementos icónicos de su obra más conocida: el caballo herido, la mujer con el candil, las figuras femeninas en la ventana… ¿Fue entonces el bombardeo de Guernica el verdadero detonante de la obra o solo un marco conveniente para una composición ya en marcha?

Pero esa, como suele decirse, es otra historia. Y otro misterio del universo Picasso.



Poetas egabrenses nacidos en el sigo XIX

Don Vicente Toscano y Quesada

De este escritor, nacido en Cabra, puede decirse que compartió el infortunio de tantos hombres entregados al cultivo de la literatura. Contaba con poco más de treinta años cuando elevó su alma a Dios, el 18 de diciembre de 1906.

No he logrado averiguar con certeza su fecha de nacimiento, pero sí me ha sido posible conocer lo que motivó a D. Vicente Toscano y Quesada a abrazar la poesía. Fue, al parecer, gracias a las lecciones del maestro D. Luis Herrera, quien despertó en él el amor por los clásicos, y a la lectura de las obras de su paisano, D. Juan Valera, que depuraron su gusto literario. Sus versos llamaron la atención desde el inicio por su galanura, su atildamiento y una corrección irreprochable.

El periódico El Semanario de Cabra publicó sus primeras inspiraciones, y en las reuniones de la singular sociedad egabrense LeKanaklub, leyó composiciones poéticas que fueron calurosamente elogiadas por los ilustres literatos allí reunidos. Entre ellos, destacan dos nombres de altura: el insigne D. Juan Valera y el sabio Marcelino Menéndez Pelayo.

Pese a ser para mí un autor hasta hace poco desconocido, los escasos datos que he podido recabar no solo me revelan que saboreó tempranamente las mieles del triunfo —al obtener el premio de honor en los primeros Juegos Florales celebrados en Córdoba—, sino que fue varias veces laureado en certámenes y concursos poéticos de la época.

Incursionó también en la literatura dramática con la comedia en verso Los pergaminos de marras, una obra escrita con extraordinaria corrección, de versos sonoros y accesibles, que fue representada con buen éxito en el Gran Teatro de Córdoba por la compañía del Sr. Espejo.

Cuando las exigencias de la vida lo empujaron al periodismo, su pluma giró hacia un tono más festivo y satírico. Aunque siempre ingenioso, no brilló tanto en estos registros como en su poesía elevada y seria.

En las redacciones de los periódicos en que colaboraba, buscaba un rincón solitario donde escribir sin ser molestado. Allí pasaba horas enfrascado en sus versos. En una ocasión, tardó cinco o seis días en terminar una composición. Durante ese tiempo, evitó que nadie leyera las cuartillas, cuando lo habitual era que mostrara cada estrofa apenas la concluía. Al final, mostró con orgullo una primorosa poesía cuya disposición métrica dibujaba con ingeniosa simetría la forma de una copa.

Consciente de que la literatura no le ofrecería sustento, y falto de recursos en Córdoba, regresó a su pueblo natal en busca del amparo de su familia. En Cabra, los dolores morales y físicos terminaron por vencerlo tras una larga y desesperada lucha con el infortunio. Murió joven, demasiado joven. Tal vez con aquella amarga reflexión en los labios, que muchos atribuyen a su ingenio:

“En este mundo, el hombre que rebuzna tiene más suerte que el que habla”.

 

Don Manuel Roldán Cortés

Nació en Cabra, aunque las fuentes consultadas difieren en cuanto a la fecha: unas la sitúan en 1884 y otras en 1908. Sin embargo, la más probable es la de 1884, pues en 1918 ya había ganado por oposición la plaza de médico forense en Sevilla.

Como médico, alcanzó notable popularidad. Nunca olvidó sus humildes orígenes, y era reconocido por su generosidad y buen humor. En sus últimos días, acompañó y reconfortó al también egabrense Vicente Toscano y Quesada. De Roldán se decía que “el enfermo, al ver su corazón, su alegría y su optimismo, salía curado de su consulta”.

Desde joven, cultivó la poesía. Formó parte del colectivo de escritores que dieron vida a la publicación satírica La Ortiga, junto con Lasso de la Vega y el dibujante José Ruiz Moreno (Thales). Más adelante, fue cofundador de la revista poético-satírica Apolo, junto con Juan Soca, Joaquín Cañero y Manuel F. Lasso. También participó en La Opinión, donde a veces firmaba bajo el seudónimo de “Silvio”.

Colaboró activamente en la segunda etapa del Semanario de Cabra y fue una figura clave en el grupo dinamizador literario integrado por González Meneses, Pedro Garfias, Iglesias Caballero y Luque. Con sus amigos de tertulia poética organizó el homenaje a Juan Valera en el Teatro Principal, con el fin de recaudar fondos para sufragar la lápida conmemorativa en la casa natal del ilustre escritor.

Su producción literaria abarcó ensayos, sainetes y poemas. En este último género, bebió de las fuentes del Movimiento Modernista, dejando constancia de un estilo cuidado, irónico y sensible.


Poetas egabrenses del ultraísmo 


¿Qué fue el Ultraísmo?

El Ultraísmo fue un movimiento lierario vanguardista, originado en la España de 1918 como oposición al modernismo tradicional que imperaba en las letras españolas desde finales del siglo XIX.

El ultraísmo surge obedeciendo a la necesidad de superar el modernismo imperante desde 1880, caracterizado por un refinamiento casi narcisista y aristocrático, un imaginario cosmopolita y cierto empeño renovador de la métrica.

Los poetas ultraístas, fueron grandes defensores de la libertad de expresión y de la exploración artística, superando a menudo las fronteras entre los géneros expresivos y echando mano a nuevos métodos, imaginarios y filosofías.

Los ultraístas rechazaban la rima en la poesía rehuyendo lo sentimental, lo trágico y el intimismo. Por el contrario proponían la utilización de la metáfora, los neologismos, tecnicismos y las palabras esdrújulas, en sus composiciones.

 

Pedro Iglesias Caballero

Nace en Cabra en 1893, en el seno de una familia humilde. Huérfano de padre desde los siete años, su infancia transcurre en un ambiente cercano, de alguna forma, al mundo de las letras. Trabajó como aprendiz en el seminario literario Apolo y como cajista en los talleres de otro seminario egabrense: La Voz del Pueblo.

De su amistad con Pedro Garfias y Tomás Luque Moyano, con quienes coincide en el IES Aguilar y Eslava, surgen sus inquietudes literarias.

En 1913 publica, junto a Juan Soca Cordón y bajo el seudónimo de “Picón”, el libro Siluetas de mujeres egabrenses. Asimismo, en colaboración con Pedro Garfias, publica la comedia Los hijos de la luna, un homenaje al escritor Juan Valera.

En 1916 publica en Málaga su poema El amor que muere.

En 1917 estrena la pieza teatral La caída de la tarde, de tema andaluz y picaresco.

En 1918 resulta ganador del primer premio de los Juegos Florales de Baena con su obra Carmen.

Compuso la letra para una oración, con música del maestro Moral, para la Hermandad de Jesús Preso de Cabra.

Una suscripción popular permitió que Iglesias Caballero marchara a Madrid “en busca de la gloria literaria”. En la capital, frecuenta los ambientes literarios, como las tertulias organizadas por González-Blanco, Gómez de la Serna y, en especial, la que Cansinos Assens organizaba en el Café Colonial, donde participa en la elaboración y firma del manifiesto ultraísta en 1918, a pesar de haber militado inicialmente en las filas modernistas.

Es considerado Iglesias Caballero uno de los precursores del movimiento conocido como “ultraísmo”, si bien, enseguida, este poeta rechaza las tesis ultraicas y arremete contra ellas.

En 1929 publica su obra Las angulas, con la que ganó el premio del semanario Blanco y Negro del periódico ABC.

En 1935 gana la Flor Natural de los Juegos Florales de Soria con la poesía La puerta de los tres huertos.

Colaboró en periódicos y revistas como La Esfera, El Imparcial, y como colaborador fijo en ABC y Blanco y Negro.

Murió en Madrid en 1937, a los 43 años de edad. Como escribía el bibliotecario José Pérez Muñoz en sus notas para una biografía en el libro Antología de Pedro Iglesias Caballero, la prematura muerte de este poeta, cuando se encontraba en el inicio de su madurez literaria, hizo que su producción no fuera muy extensa y nos privó, con toda seguridad, de la mejor parte de su obra.

Por iniciativa de Manuel Megías, en 1947 se publica una amplia colección de sus poesías. Se conserva esta recopilación, ya que, con el estallido de la Guerra Civil, se perdieron el manuscrito original y los cuadernos que estaba preparando para la edición de sus poesías.

 

 

Tomás Luque Moyano

Nace en Cabra, el día 1 de julio de 1897. Rubricó el “Manifiesto Ultra” en Madrid y, junto a Pedro Garfias, fue considerado por la crítica como el bastión de Ultraísmo español incluso en tierras sudamericanas.

A partir del 5 de abril de 1919, publica asiduamente en “El Popular”, a veces, bajo el seudónimo de TOQUELU.

Colabora en las revistas de vanguardia de la época: “Grecia”, “Ultra”, “Cervantes”, “Horizonte”, “Alfar” …

En 1931 aparece su obra poética recopilada bajo el nombre genérico de “Poemas inconexos”, de la que Rafael Cansinos-Assens realiza una crítica magistral en la revista “La Libertad” de Madrid, en noviembre de 1931.

En Madrid, Tomás Luque conoce al poeta y periodista inglés Leslie Bannister Walton, que había venido para elaborar un estudio sobre el Ultraísmo español, y sintoniza con él en las tesis más progresistas del momento poético de 1920.

Los poemas de Tomás Luque fueron traducidos al inglés por Walton, y al polaco por los pintores ultraístas Wadyslaw Jahl y M. Paskiewic.

Sus principales obras son:

Artículos periodísticos: “Trovador de amores” (1917), “Los Paladines” (1919), “Querido amigo Juan Soca” (1919), “Los fracasados” (1919), “Supervanidad” (1919), “No hacer” (1919), “El prójimo” (1919).

 Crítica literaria: “Los Ultra” (1919), “La nueva poesía” (1920), “Pedro Garfias” (1920).

Poesía: “Poemas inconexos” (1931).

Murió en 1968.

 

Pedro Garfias Zurita

No es egabrense de cuna, ya que nació en Salamanca en 1901, aunque a los nueve años ya estaba en Cabra. Queda constancia de sus estudios en el Instituto Aguilar y Eslava. Es aquí, en nuestra ciudad, donde creció, se educó y nació al mundo de la poesía.

Colaborador de la prensa local del momento, La Opinión y El Popular, encontraremos la mayoría de los poemas de su juventud desperdigados en las páginas de la misma.

En 1918 se instaló en Madrid e inició la carrera de Derecho. Sus inquietudes vanguardistas le llevaron a enrolarse en la tertulia del Café Colonial, que organizaba Rafael Cansinos Assens, llegando a participar en la redacción del primer manifiesto ultraísta, publicado en 1918 y firmado por Xavier Bóveda, César A. Comet, Guillermo de Torre, Fernando Iglesias, Pedro Iglesias Caballero, José Rivas Panedas y J. de Aroca.

Desde Madrid, en el año 1919, envía sus crónicas ultraístas a El Popular.

Participó en la fundación de revistas de la órbita ultraísta, como Horizonte (donde colaboraron Alberti y Lorca). Publicó su primer libro en 1926, titulado El ala del sur.

En 1931, con la llegada de la Segunda República española, se politiza e ingresa en el Partido Comunista, en el que militó hasta su muerte. Con la llegada de la guerra civil española, permanece afecto al bando republicano; actúa como comisario del batallón Villafranca y del batallón Bautista Garcet. También estuvo en el frente de Córdoba como comisario político en Pozoblanco y en Valencia con el cargo de Comisario General de Guerra. Colaboró en el periódico Frente Rojo y en las revistas Hora de España y El Mono Azul.

En 1938 se le concede, junto a Emilio Prados, el Premio Nacional de Literatura.

Acabada la guerra en 1939, se exilió a Francia. Fue hecho prisionero y estuvo en un campo de concentración; luego pasó a Inglaterra. Allí escribiría su libro Primavera en Eaton Hasting. El 13 de junio de 1939 llega exiliado a México. Murió en Monterrey en 1967.

Sus obras literarias abarcan no solo la poesía, sino también el teatro. Como curiosidad, su obra de teatro Los hijos de la luna, escrita con Pedro Iglesias Caballero, fue estrenada en Cabra a fin de obtener fondos para la lápida de la casa natal de Juan Valera.

Aquí lo voy a dejar. Mañana hablaré de Pedro Iglesias Caballero. Pero antes les dejaré un breve apunte de lo que fue el ultraísmo, que, como he indicado, tanto Pedro Garfias como Pedro Iglesias Caballero, entre otros, firmaron en el primer manifiesto ultraísta.

El ultraísmo es un movimiento artístico-literario que nació en España en 1918, como un modo de rebeldía ante el modernismo, el cual era el estilo dominante en la poesía en lengua española desde finales del siglo XIX.

El ultraísmo estuvo caracterizado por proponer complicadas innovaciones, como el verso libre, imágenes atrevidas y simbolismo, como desafío a los esquemas tradicionales.

El nombre ultraísmo se origina de la palabra ultra, que significa “máximo”. En el manifiesto literario del ultraísmo, publicado por primera vez en el año 1919, se formula la esperanza de que el movimiento renovase la literatura y lograse el impulso para que esta llegase a su “ultra”.

Este es un movimiento bastante interesante, pero poco conocido y, como muchos movimientos vanguardistas que surgieron en la época como oposición a las corrientes principales, fue disuelto en el año 1922 en España.

 


La Semana Santa Egabrense

BREVE RESUMEN DE LOS PASOS EN SU RECORRIDO POR 
LAS CALLES DE CABRA
 

En mi pueblo. la Semana Santa es sin duda una de las más importantes que se celebran en Andalucía, declarada de Interés Turístico Nacional en 1989. Sus Hermandades, el magnífico patrimonio histórico-artístico de las mismas, la calidad de las Imágenes que se procesionan contribuyen a ello.

De Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección. Ocho días intensos, en los que veintisiete hermandades salen a la calle con sus elementos tradicionales, con sus símbolos, con sus Imágenes Titulares.

DOMINGO DE RAMOS

Van a dar las doce, se abren las puertas de la Iglesia Conventual de las RRMM Agustinas, comienzan a salir nazarenos cuyo colorido de sus vestimentas, amarillo y marfil, es magnífico para acompañar el paso de Nuestro Padre Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén, popularmente conocido como "La Pollinita". Mucha chiquillería acompaña a este paso portando palmas y ramas de olivo.

La Plaza de San Agustín, la calle de la Fuente y el resto de las calles por donde transcurre su estación de penitencia se llenan de gente. 

En la tarde, los pasos de Nuestra Señora de la Misericordia, El Lavatorio y Nuestro Padre Jesús de la Oración en el Huerto abrirían las puertas de la Parroquia de la Soledad y de la Asunción y Ángeles para hacer su estación de penitencia por las calles de mi pueblo, llenas de gentío, para contemplar la belleza de estas imágenes realizadas, entre otros escultores, por Manuel Escamilla y Manuel Miñarro. 

El colorido de las túnicas de los "capuchones" nazarenos, de cada una de las tres hermandades: blanco y malva (Misericordia), marrón (Lavatorio), rojo y blanco (el Huerto).

Los sones de la música de las diferentes agrupaciones que acompañan los pasos de Jesús y María.

Las largas filas de alumbrantes y devotos, olor a incienso y aroma a azahar, cera y flores.

LUNES SANTO

La Plaza Aguilar Eslava, frente a la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, está a rebosar. El sol de la radiante primavera y que ya se haya adelantado el horario al de verano hacen que los presentes pugnen por una leve sombra, esperando la salida de la Real Hermandad del Santísimo Cristo del Calvario, María Santísima de la Concepción, San Juan Evangelista y Nuestra Señora del Rosario. En un vistoso trono con palio. 

La vestimenta de los nazarenos es negro y rojo.

Respeto, luto y recogimiento. Comienza la cuenta atrás en La Pasión y Muerte de Nuestro Señor.

Caída ya la tarde, la noche ha hecho su presencia; algo de fresco invita a abrigarnos si queremos acompañar en su estación de penitencia a la Hermandad del Santísimo Cristo de la Sangre y Tambores Enlutados. A las 22 horas hace su salida de la Parroquia de la Asunción y Ángeles. En su recorrido por las estrechas calles del barrio de Cerro, el Cristo Crucificado, portado sin trono, pareciera que los brazos de la cruz casi rozan las fachadas de las casas.

El monótono sonido del tambor, cuyo eco es ronco, dado que los tambores están enfundados en una tela negra, queda roto por el rezo de vía crucis. La vestimenta de los nazarenos burdeos y negros, la belleza del Cristo en la cruz, obra de Agustín de Vera. El olor a incienso que embriaga los sentidos.

MARTES SANTO

En la barriada Virgen de la Sierra. Un humilde barrio de esta bonita ciudad, la Parroquia de San Francisco y San Rodrigo abrirá a las 19:20 horas las puertas de su templo.

La Hermandad del Santísimo Cristo de la Sentencia en sus Burlas y Coronación de Espinas y Nuestra Señora Santísima Virgen de la Paz comenzará su estación de penitencia. Sus nazarenos de blanco y rojo comienzan a bajar la escalinata que hay a la entrada de la iglesia.

Portan al Cristo mujeres muy jóvenes y valientes, costaleras que a golpe de costal bajan lentamente y emocionan al público asistente.

Los costaleros hombres, también muy jóvenes, llevan a la Virgen en su trono con palio, meciendo por bambalinas. Grita el capataz: ¡Así, bien mecío!”.

El público suspira calmado cuando los pasos de Jesús y María por fin han bajado las escaleras. Y aplauden a los costaleros, hombres y mujeres, que tan arduo esfuerzo han realizado bajando esos peldaños.

Aunque esta Hermandad hace un largo recogido para, desde este templo, alcanzar la Carrera Oficial, la mayor dificultad está en la salida de su iglesia.

La carrera oficial llena de gente; sentadas en sus sillas, esperan pacientes. 

MIÉRCOLES SANTO

Las siete son pasadas, y treinta y cinco minutos para ser exactos, se han abierto las puertas de la Capilla de Capuchinos del Convento de RRMM Escolapias. La Hermandad Escolapia de Nuestro Padre Jesús Caído y María Santísima del Buen Fin, procesiona en un paso con palio a la "Virgen de los estudiantes" o, más exactamente, La Virgen del Buen Fin, que es obra de José María Oriol.

Nazarenos de negro y rojo. A golpe de costal hace su recorrido.

Veinte minutos antes, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de las Necesidades de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán ha salido para hacer la estación de penitencia, con nazarenos de túnicas burdeos y blancas; aunque no parezca tan larga la fila de "capuchones", la de alumbrantes y devotos es inmensa y acompañan a esta imagen de Jesús con la Cruz. Este Cristo de enorme belleza es una obra anónima del siglo XVIII.

Embriaga el aroma a incienso en las calles durante las estaciones de penitencia, y a la entrada y salida de los templos.

JUEVES SANTO     

Es uno de esos tres días que, como cuenta un dicho popular, reluce más que el sol y, en la Semana Santa de mi pueblo, es uno de los días grandes de la Semana de Pasión.

No hay un momento de descanso y comienzan a desfilar de madrugada un inmenso número de nazarenos que visten túnica negra, capirote, abotonadura y cíngulo de color rojo. Con su salida de la capilla de la Fundación Termens, inicia su estación de penitencia la Hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración. Se procesiona el Cristo sobre los hombros de sus hermanos entre antorchas.

Respeto, luto y recogimiento. Se reza el Santo Vía Crucis.

Tampoco hay un momento que sea menos atractivo; si los pasos de madrugada nos erizan los vellos y nos encogen el alma, los de las mañanas o tardes con la masiva participación popular en el transcurrir de los pasos por plazas, calles y rincones de especial belleza invitan a visitar nuestra Semana Santa.

Esta mañana en muchas casas, en la cocina se terminan de preparar los pestiños, ensaladillas y hasta albóndigas de bacalao, o el "rosoli", licor de café con anís.

Aunque son las dos de la tarde ya pasadas, en la Carrera Oficial la Virgen de la Piedad parada está; ha salido de la Parroquia de la Asunción y Ángeles y está haciendo su estación de penitencia. Me pregunto: ¿qué pasará? No oigo los sones de la banda de música, pero a medida que voy al encuentro de la imagen, oigo el canto de una saeta que brota como flor de primavera en la mañana, porque la saeta de mi pueblo tiene un estilo peculiar y muchos nombres propios que desde antaño la han cantado. Hasta mujeres a comienzos del siglo pasado, y aprovecho para homenajear a la abuela de mi mujer, Sierrita Cuevas Luque, sin olvidar ya más recientes, entre muchos otros saeteros, a José Córdoba, José Cobo, el Paleto, Manuel García Lama, Pedro Barranco García y otros muchos más.

La tarde del jueves santo las puertas de la Asunción y Ángeles han abierto de par en par. Son varias las hermandades que sus estaciones de penitencia con la salida desde esta iglesia iniciarán. En primer lugar, con un paso. La Pontificia Apostólica muy Antigua y Venerable, Ilustre y Real Archicofradía de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Prisión (El Preso) (1664)

Los "abejorros", añafiles, trompetas de origen árabe, con su particular sonido nos anuncian que se acerca el paso. Los costaleros que portan sobre sus hombros a Jesús el Preso, obra de Nicolás Salzillo del siglo XVIII, llevan el traje de judío típico de esta ciudad. Los nazarenos visten túnica de blanco y morado.

En segundo lugar, con dos pasos: La Hermandad de Nuestro Padre Jesús amarrado a la Columna y Azotes, Nuestra Señora María Santísima de la Caridad y San Juan Evangelista. (1,660). En un primer paso en un trono, admiraremos las impresionantes tallas de Nicolás y Francisco Salzillo de Nuestro Padre Jesús amarrado a la columna que nos desgarrará el corazón. Y los "sallones", que igualmente son de este autor.

En un segundo paso, bajo palio a la Virgen de la Caridad y San Juan Evangelista.

La larga fila de nazarenos cuya vestimenta es blanco y color cardenal. Granate y blanco. Acompañan los pasos de Jesús y María.

La Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza a las 20:30 horas de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán hará su salida con su titular, la Virgen de la Esperanza, una talla anónima, en un trono con palio y con sus nazarenos de túnica verde.

Cierra este jueves santo la Sacramental muy antigua, siempre Ilustre, Venerable, Real, Fervorosa, Humilde y Seráfica Archicofradía de la Santa Vera-Cruz, María Santísima de los Remedios, Ilustre Cristo de la Sangre y Jesús de las Penas. (1522). Con la salida procesional desde la más antigua de las iglesias de esta localidad, la Iglesia de San Juan Bautista en el Barrio del Cerro.

La Virgen de los Remedios es una talla anónima del siglo XVII, y le acompañan nazarenos con vestimenta crema y verde agua.

Los cortejos procesionales, con su variado estilo en la forma y en los elementos. Romanos y judíos, tambores y trompetas "abejorros".

¡Ay, si todo fuera diferente! No dormimos en la madrugada, porque nadie quiere la Semana Santa perderse.

VIERNES SANTO

Cera, cruces y cadenas. La larga fila de nazarenos con túnica de cola de color negro y una cruz al hombro. 

Silencio y oración. El característico ruido de las cadenas arrastrando que los nazarenos llevan atadas a unos de sus pies, sobrecoge en el silencio la madruga del Viernes Santo.

La Piadosa Hermandad del Santísimo Cristo del Socorro (El Silencio) (1589) comienza a la una su estación de penitencia. Su titular es el Cristo del Socorro, un Cristo crucificado cuya talla es anónima del siglo XVI, en un paso con trono. Su salida la realiza de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán.

No hay un momento de descanso y a las seis y media de la madrugada, con las sombras de la noche que aún no han dado paso a la mañana, al alba, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de Humidad y Paciencia recorre las calles desde la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, que vuelve a abrir sus puertas.

El Cristo, una talla de Jesús atribuida al genial escultor Martínez Montañez. Es conocida popularmente esta cofradía como la de los panaderos. Procesiona en un trono y los nazarenos llevan vestimenta de color marfil.

La mañana del Viernes Santo es una mañana de calles llenas de gente; el peculiar sonido de los añafiles nos anuncia que el paso de Jesús Nazareno recorre nuestras calles. La belleza de esta talla anónima del siglo XVI de Jesús Nazareno con su cruz de plata al hombro, su paso con trono, sus nazarenos de morado y marfil, cautiva a quien la mira.

Junto a Jesús, la Virgen del Rocío hará también en la mañana del Viernes Santo su desfile procesional. Esta imagen es la titular de la Fervorosa y Humilde Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Pasión, Nuestro Padre Jesús de la Salud, en su Sagrado encuentro en la Calle de la Amargura y San Juan Evangelista. Sus nazarenos de vestimenta azul Francia y marfil.

Romanos y judíos. Tambores y trompetas "abejorros". Nuestra Semana Santa está llena momentos inenarrables que hacen vibrar al pueblo.

TARDE DE VIERNES SANTO

Jesús muere en la cruz. Con voz fuerte dijo: Padre, en tus manos pongo mi espíritu. Y dicho esto. Expiró. La tarde se viste de luto.

La tarde del viernes, dolor y llanto. El paso de la Virgen de los Dolores, una talla anónima del siglo XVIII, con trono bajo palio. Nazarenos de azul royal y blanco. Realiza su estación de penitencia desde la parroquia de la Asunción y Ángeles.

El Descendimiento. El grupo escultórico lo componen: Jesús de las almas, las tres marías, Salomé, San Juan, José de Arimatea, Nicodemo y el soldado romano San Longinos. Los nazarenos llevan túnica negra y fajín de esparto. Su salida procesional parte de la Iglesia de San Juan Bautista.

La Virgen de las Angustias. La Virgen María con Jesús en los brazos, hermosa obra de José de Mora.

Paso de trono a costal, nazarenos negro cardenal. Su salida procesional la realiza desde el Convento de Nuestra Señora de las Angustias.

Respeto, luto y recogimiento en el paso del Santo Entierro. El sepulcro de plata contiene el cuerpo yacente del Cristo, una talla de Cecilio Trujillo de 1773.

Los nazarenos de morado y negro. Tambores y trompetas. Romanos, el Imperio romano de mi pueblo, la genial idea que un día materializaran Antonio Salido y Francisco Castro para encumbrar nuestra Semana Santa.

SÁBADO SANTO

Es un día de luto inmenso, de silencio para los que somos cristianos; es un día de espera vigilante de la Resurrección.

Abarrotada la calle de gentío que espera impaciente a las puertas del Convento de las RRMM Agustinas.

Comienza la madrugada del Sábado Santo, La Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Perdón (1964). Con su titular, el Cristo del Perdón, obra de José Mora (1697), en un majestuoso trono a costal, con nazarenos de túnica blanca. Iniciarán su estación de penitencia. Una decena de romanos de peculiar vestimenta encabezan el desfile.

Recogimiento y silencio solo roto por el rezo del Vía Crucis, al cual hacen su llamada a los nazarenos con el original sonido de unas tablillas.

La mañana del Sábado Santo es otro de los días grandes de la Semana Santa Egabrense la extraordinaria imagen dolorosa de la Virgen de la Soledad atribuida a Pedro Mena, su apenada angustia de belleza exultante. La multitudinaria cantidad de personas que aprovechan cada plaza, cada calle, cada rincón para ver el paso de la Virgen de la Soledad. Desde su salida de la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios. Los nazarenos con túnica de negro y blanco y el paso un trono a costal.

La saeta que brota como flor de primavera en la mañana en cada calle de su recorrido. ¡Oh Virgen de la Soledad!, tu dolor nos conmueve y arrepentidos de nuestros pecados, con estas coplillas populares que componen la saeta, nos atrevemos a cantarte contemplando tu dolor:

Paradla, por Dios, paradla.
¿Por qué no la paráis un momento
y que contempléis su dolor?
Porque su color es triste y dolorosa
pero pura como el sol
Y fragante como una rosa. (Saeta popular)

La tarde del Sábado Santo, la imagen dolorosa de la Virgen del Socorro, titular de la Hermandad de Nuestra Señora del Socorro, una bella imagen de busto tallado en madera estofado y policromado. Impresionante trono con palio, y una larga fila de nazarenos cuya vestimenta es granate y marfil.

Nuestra Semana Mayor se acerca a su fin.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Un gran repique de campanas de todas las Iglesias nos despierta al amanecer este domingo, que anuncia la alegría de la Pascua.

Jesús ha resucitado. Hoy es un día de gloria para nosotros los cristianos. Jesús nos da su última demostración de que él tiene poder sobre la vida y la muerte, por lo que tiene capacidad de darnos la vida eterna. Así pues, hoy celebramos la Resurrección de Jesucristo tras haber sido crucificado.

Junto a Jesús Resucitado, todas las cofradías, con su representación, asisten a la procesión. El desfile contiene una muestra del colorido y la variedad de las formas de los hábitos. Los emblemas de las hermandades, sus símbolos y su Hermanos Mayores, participan en esta procesión gloriosa que cierra nuestra Semana Santa. Realizando su salida desde la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán.

Las calles llenas de gente, y de júbilo el corazón.

Este relato toca a su fin. Seguro que rememorando nuestras tradiciones, aun cuando no podamos hacerlas patentes, también las renovamos.

Es la Semana Santa de mi pueblo podría ser la de cualquier pueblo de España, por ello estoy seguro que en vuestros corazones al igual que en el mío con estas breves notas sobre la Semana Santa hayáis vivido la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, porque si bien las procesiones son la escenificación del drama de la muerte y la pasión, es también el tiempo para dedicarse a la oración y reflexionar sobre nuestras acciones y los cambios que debemos realizar para acercarnos más a Dios, pues Jesús con su infinita misericordia, se hizo hombre siendo muerto y sepultado, para liberarnos del pecado. 


CONTINUARÁ ............

Estos breves fragmentos de historia de Cabra, han sido publicados en la revista Cabra, culta y poética. Son el comienzo de un trabajo más laborioso que pretendo llevar a cabo.

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