BREVES FRAGMENTOS DE LA HISTORIA DE CABRA (LIBRO)
Durante mi infancia, solía repetir con orgullo que el rey Boabdil había estado encerrado en el Castillo de Cabra. Hoy puedo asegurar que no fue así. Aunque sí sabemos con certeza que permaneció prisionero en el castillo de Lucena, tras la célebre batalla del mismo nombre, considerada por muchos como el principio del fin del Reino Nazarí.
Este episodio histórico ha sido motivo de discusiones entre lucentinos y egabrenses. No hace mucho, comprendí con claridad que, en este caso, la razón está del lado de los lucentinos. Boabdil fue capturado en la batalla de Lucena por Martín Hurtado, un peón de infantería natural de la ciudad, y trasladado al castillo por Diego Fernández de Córdoba y Arellano, primer marqués de Comares. Sin embargo, sería su tío, Diego Fernández de Córdoba y Carrillo —II conde de Cabra, II vizconde de Iznájar, IV señor de Baena y mariscal de Castilla— quien se haría cargo del prisionero hasta entregarlo a los Reyes Católicos. Podría haberlo llevado al castillo de Cabra, pero la mayoría de las fuentes coinciden en que fue recluido en el castillo de Baena.
La relevancia histórica del castillo de Cabra, sin embargo, podría residir en un hecho anterior y, de confirmarse, de gran trascendencia: la posibilidad de que allí naciera Enrique II, tercer hijo natural de Alfonso XI y de Leonor de Guzmán. Aunque no poseo pruebas concluyentes ni me siento capacitado para afirmar semejante hecho con rotundidad, he leído bastante sobre la hipótesis. Algunos autores sitúan su nacimiento en Sevilla; otros lo ubican en Cabra. Por mi parte, me inclino a pensar que nuestro viejo castillo pudo haber sido el lugar donde vio la luz este importante personaje de la historia castellana.
Leonor de Guzmán, noble andaluza y madre de Enrique II, fue la mujer de quien Alfonso XI nunca se separó hasta su muerte. Tuvieron diez hijos ilegítimos, y una crónica la retrata con estas palabras:
“Era dueña muy rica y muy fija dalgo, y era en
fermosura la más apuesta muger que avia en el Reyno.”
Crónica de Alfonso XI
Enrique de Trastámara —así fue conocido— heredó el título de conde de Trastámara de su padrino, Rodrigo Álvarez de las Asturias. Fue apodado "el Fratricida" por haber dado muerte a su hermanastro Pedro I, llamado “el Cruel”, dieciocho años después del asesinato de su madre, perpetrado por orden del propio Pedro I y de su esposa María de Portugal.
También se le conoció como "el de las Mercedes", ya que, al ser proclamado rey en Calahorra (1366), se vio obligado a recompensar generosamente a sus aliados con títulos y riquezas por el apoyo recibido.
El título de conde de Trastámara dio nombre a la dinastía que comenzó con él y que culminaría con Isabel la Católica. Sin embargo, no es este el único vínculo que une a Enrique II con el Castillo de Cabra.
Según crónicas antiguas, un hijo ilegítimo suyo nació en la llamada Torre Juana, ubicada en dicho castillo. Esta torre debe su nombre a Juana de Sousa, una joven noble portuguesa que, con apenas veinticinco años, conoció a Enrique II en 1369. Desde entonces, y durante casi una década —en especial entre 1375 y 1377— el monarca visitó Cabra con frecuencia. Fruto de aquella relación nació Enrique de Castilla.
Este hijo bastardo, Enrique de Castilla, sí nació en el castillo egabrense. En 1380, Enrique II creó el Condado de Cabra y se lo concedió a él. A lo largo de su corta vida, ostentó también los títulos de conde de Medina Sidonia y señor de Morón, Alcalá de los Gazules, Portillo y Aranda de Duero. Murió a la temprana edad de 27 años, una pérdida que sumió a su madre en tal dolor que, según se dice, perdió la razón. Pero esa es otra historia que les contaré otro día.
Sé que algunos dirán que el primer conde de Cabra fue Diego Fernández de Córdoba y Montemayor. Y tienen razón. Muchos historiadores así lo citan. La explicación es sencilla: tras la muerte de Enrique de Castilla, el título retornó a la Corona. Medio siglo después, fue Enrique IV quien lo otorgó oficialmente a Diego Fernández de Córdoba y Montemayor.
Aunque la historia se empeñe en otorgar reconocimiento oficial a este último, no debemos olvidar que Enrique II ya había creado el condado en 1380 y lo había concedido a su hijo. Hay incluso quienes, como el historiador Manuel Nieto Cumplido, afirman que el título que otorgó fue el de duque de Cabra —y no conde—, como consta en el Cancionero de Baena y en otros documentos contemporáneos.
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Foto facilitada por M. Ruiz Muñoz |

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Portada de la casa de los Fernández de Córdoba |

Patio renacentista de la casa de los Fernández
de Córdoba. (Hoy desaparecido)
La brevedad del azulejo me ha llevado a indagar
más profundamente en los hechos acaecidos. La fecha de 1480 es la que nos
remite a la leyenda que nos ocupa, y más adelante relataré. La de 1483 nos
remite a la batalla de Lucena, donde los moros, en su huida por el acoso de las
huestes cristianas, se atascan —hombres y caballos— en el cieno del arroyo
Martín González al intentar vadearlo. Boabdil perdió el caballo, que quedó
atrapado en el río; un cristiano se disponía a darle un bote de lanza, cuando
un caballero moro gritó: “¡No lo mates, que es el rey!”, y así fue hecho
prisionero.
Otra versión nos cuenta que, adentrándose
Boabdil en una espesura de matas por la ribera del arroyo, un peón de Lucena,
llamado Martín Hurtado, junto con otros dos peones, lo apresaron. Sea como
fuere, en esta batalla muere su suegro Aliatar, quien es el protagonista de la
historia del Vado del Moro. Aliatar ha
pasado a la historia como un legendario caudillo árabe que luchó
incansablemente por la defensa de Granada. Sin embargo, tras esta batalla
comienza el declive del reino nazarí.
La leyenda del Vado del Moro comienza un día en que Aliatar, al frente de
un pelotón de jinetes, estaba dedicado —según costumbre— a hacer correrías por
los campos cristianos. Llegando a una finca que pertenecía a don Pedro Gómez de
Aguilar, atemorizó a los criados que allí había, quienes, abandonando la
hacienda, marcharon al pueblo a dar cuenta de lo ocurrido. Con resolución
temeraria, don Pedro montó a caballo sin más compañía que su extraordinario
valor.
El caserío se encontraba en lo que hoy se
llama el Navazuelo. Cercado por los moros, don Pedro Gómez fue hecho
prisionero. Saqueada su casa, emprendieron dirección a Carcabuey. La torrencial
lluvia que caía, acompañada de un fortísimo viento, obligaba a caminar a todos
a pie, uno a uno, por los distintos vericuetos para salvar las sierras de
Priego. Don Pedro y Aliatar marchaban conversando en lengua cristiana, bastante
distanciados del resto de los moros, y en un momento en que quedaron aislados,
don Pedro Gómez dio un empujón a Aliatar y juntos cayeron a un barranco por
donde corre un pequeño arroyo. Siendo dominado Aliatar por la fuerza del cristiano,
este le ató de pies y manos, tapándole la boca para que no pidiera auxilio.
Aunque los moros, al percatarse de la ausencia
de ambos, comenzaron a buscarlos, la llegada del conde de Cabra con sus huestes
—que habían salido en busca de don Pedro, alertados por sus hijos— fue
providencial. Es en el camino que pasaba por Los Lanchares donde las huestes
del conde consiguen herir, apresar y dar muerte a algunos de los moros. También
muere un hombre y son heridos cuatro de las huestes del conde de Cabra.
Encontrados Gómez de Aguilar y Aliatar por las
fuerzas del conde, emprenden juntos el regreso a Cabra con los prisioneros, por
el camino que conduce al partido de Gaena. La terrible lluvia que había caído
había crecido tanto el río Cabra, que era imposible cruzarlo. En estas
circunstancias, Aliatar, dirigiéndose al conde, que no sabía qué decisión
tomar, dijo:
—No tenga cuidado, que si me das caballo, por
Alá, que pasaré por medio de los torrentes.
Ordenó el conde que se le entregase un caballo
y, puesto Aliatar —gran conocedor del terreno— a la cabeza de la columna, dijo:
—Seguidme.
Y así, pasaron todos felizmente, llegando
sanos y salvos a Cabra.
El conde, dando prueba de su generosa nobleza,
concedió la libertad a Aliatar, quien marchó a Granada, canjeado por otros
caudillos cristianos.
Desde esta época se conoce el sitio con el
nombre de Vado del Moro.
Me propusieron escribir sobre la hermandad filial de la Virgen de la Cabeza de Cabra, desconociendo hasta ese momento que existiera en mi ciudad una imagen de la Señora. Fue entonces cuando un amigo me mostró el cartel de los cultos en honor de esta sagrada imagen y me animó a semejante temeridad por mi parte. Esta es mi pequeña aportación, para no contrariar al amigo y, de paso, incrementar mi conocimiento del patrimonio histórico-artístico de mi ciudad. Lo que me llevó rápidamente a acudir a su sede canónica, la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, donde se venera la Señora. Allí me encontré:
“Ante una imagen renacentista, en madera policromada, de regia frontalidad, creada en un periodo que abarca el final del siglo XVI y el principio del XVII, y que vendría a imprimir una nueva estética a la advocación, al mostrar a la figura de la Virgen Madre de Dios permaneciendo de pie, con el divino Infante entre sus brazos y con una exquisita muestra de cercanía, al ser Ella quien convoca a su encuentro a los fieles, haciendo sonar, por sí misma, la campanilla que anuncia su Aparición”.
La imagen de la Virgen es una talla de gran belleza. Me cautivó su antigüedad, el halo de misterio que la envuelve y la hace única, así como el rasgo de ternura que se observa en la imagen del Niño, en ademán de acariciar la mejilla de la Madre. En el año 1623, don Miguel Sánchez Villodres y su esposa, doña Beatriz Fajardo, otorgan testamento ante el escribano Rivera Morcillo, disponiendo que se costee una capilla para la Virgen de la Cabeza en el convento de los Padres Dominicos de Cabra. El altar, presidido por la imagen de la Virgen de la Cabeza, ha recibido culto continuado hasta el año 1975.
La historia de la Virgen de la Cabeza, no exenta de leyenda, nos narra que cuando san Eufrasio vino a España, trajo consigo una imagen de la Santísima Virgen a la que rendía culto y devoción. En el siglo VIII, cuando Andújar fue ocupada por los árabes, la sagrada imagen fue escondida entre unas peñas, en uno de los cerros más altos de Sierra Morena, para evitar su profanación.
En el siglo XIII, un pastor de Colomera (Granada), llamado Juan Alonso Rivas, apacentaba su ganado junto a la cumbre del Cabezo. Le llamó la atención la presencia de luminarias y el tañido de una campana que se veían y oían por las noches sobre el monte cercano. Quiso salir de dudas, y en la noche del 11 al 12 de agosto de 1227 resolvió llegar a la cumbre. Allí encontró una imagen pequeña de la Virgen, ante cuya presencia se arrodilló y oró en voz alta, entablando un diálogo con la Señora.
Autores literarios como Lope de Vega y Miguel de Cervantes, a través de sus obras, hicieron referencia a la Virgen de la Cabeza, lo que indica el alto grado de popularidad y devoción que ya se tenía en el Siglo de Oro español (1492–1659) hacia esta advocación mariana. Así pues, no es sorprendente que en torno a 1559 se fundara la hermandad filial de la Virgen de la Cabeza de Cabra, y se redactaran sus ordenanzas o estatutos, que finalmente fueron aprobados el 19 de julio de 1580 por el obispo fray Martín Fernández de Córdoba y Mendoza, dato que cita don José del Carpio y Montilla en su manuscrito Apuntes sobre la historia de Cabra (1893).
Como curiosidad, cabe decir que según la nómina de cofradías filiales de la Virgen de la Cabeza, aparece en el puesto dieciocho en el año 1583 y en el puesto diecisiete en 1677. En los siglos XVI y XVII, la romería de la Virgen de la Cabeza partía cerca del antiguo puente de San Marcos (que nada tiene que ver con el que hoy conocemos, construido por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces a finales del siglo XIX). El antiguo puente de San Marcos estaba próximo a la fuente de la Teja, de la cual se decía que su agua era milagrosa y servía para refrescar a los romeros.
Desaparecida
con el paso del tiempo, como ocurrió con muchas otras filiales, en el año 2010
la cofradía fue reorganizada, recuperando el esplendor de siglos y manteniendo
el culto a la antigua imagen, que recientemente ha sido restaurada. Nuevamente,
vuelve a asistir a la romería en Sierra Morena, formando parte de la nómina de
cofradías filiales. El 15 de agosto de 2018, la Virgen de la Cabeza de Cabra
procesionó por primera vez en su historia.
Wikipedia y web de la Virgen de la Cabeza.
Si hablamos
del puente San Marcos, todos tenemos claro que es el puente que, al trazar la
línea de ferrocarril a final
es del siglo XIX, se hizo a su paso sobre el camino
viejo de Priego. Estamos hablando de unas instalaciones que fueron construidas
por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces y puestas en servicio en 1891.
Sin embargo, este puente toma el nombre como recuerdo de una ermita y en
homenaje al desaparecido templo de la Virgen de la Cabeza y San Marcos.
Teniendo en
cuenta que la devoción de Cabra a la Virgen de la Cabeza cuenta con más de
cuatro siglos y medio de historia, nos encontramos con que, por las crónicas de
esta cofradía, hay quienes afirman que existía un puente San Marcos que nada
tiene que ver con este que hoy conocemos.
Cuentan que,
allá por los siglos XVI y XVII, la romería de la Virgen de la Cabeza se hacía
cerca de dicho puente, que estaba próximo a la fuente de la Teja, de la cual se
decía que su agua era milagrosa y servía para refrescar a los romeros.
La ermita de
San Marcos se encontraba situada en el llano de San Marcos y Fuente del Río,
distante a una cuarta de legua, lindando por oriente con el arroyo del camino
de Priego y la fuente de la Teja. Se trata, por tanto, del terreno existente
entre el camino viejo de Priego y la actual carretera de la Fuente del Río. Su
fundación debió de ser muy antigua.
En el año
1740 se inicia la edificación de una ermita nueva; sin embargo, en 1839, la
ermita está casi en ruinas, y en los primeros días del año 1844 acaba por
destruirse definitivamente. Sus imágenes titulares, como la de San Marcos, se
trasladan a la ermita de la Soledad, y no tenemos noticias del destino final de
la imagen primitiva de la Virgen de la Cabeza.
¿Existió, pues, un puente San Marcos?
Las imágenes
que os pongo dicen que son los restos que quedan de dicho puente. Los escasos
vestigios que se aprecian apenas son visibles por las zarzas y arbustos.
Por mi parte, mi pretensión solo ha sido contarles una historia que a mí me ha llamado la atención y que creo que era digna de ser conocida. Yo solo les narro aquello que he conocido. Verdad o mentira, quédese cada cual con lo que considere, en su caso.
Nota: Han de perdonarme la calidad paupérrima de las fotos en lo referente a cómo están tomadas, pero he de significarles que, cuando fui a hallar estos restos, acababa de salir del hospital y no tenía ni la ropa adecuada ni bastones de senderismo, que me hubiesen ayudado a adentrarme más en la zona para poder acercarme y obtener mejor visualización.
Viejas crónicas nos dicen que hubo en Cabra seis ermitas: dos dentro de la villa y las otras cuatro cerca de ella y en su término, que son: San Sebastián, San Cristóbal, Santa Ana, Nuestra Señora de Belén, Nuestra Señora de la Sierra, y Nuestra Señora de la Esperanza y San Marcos.
El historiador cordobés Luis María Ramírez y las Casas-Deza decía, a mediados del siglo XIX, refiriéndose a las ermitas del término municipal de Cabra:
“Fuera de la
villa están: Nuestra Señora de Belén, San Marcos y San Cristóbal, de cuyas
fundaciones no se sabe más, sino que estaban fundadas en 1550”.
La ermita de
San Sebastián estaba detrás del cementerio viejo, en una pequeña altura que hay
a la derecha de la carretera de Lucena. Hoy está totalmente desaparecida.
La ermita de
San Cristóbal se localizaba en un cerro de 477 metros de altitud, próxima a los
caminos de Lucena y Rute. Antiguamente se decía misa en determinados días del
año. Hoy es un cortijo privado. Si descendemos este cerro, nos encontraremos en
la laguna de San Cristóbal, la cual recibe su nombre de la ermita; así como el
propio cerro es conocido también por este nombre.
La ermita de
Santa Ana. Sobre los
restos de esta ermita del siglo XVI se construyó un pequeño templo, que no es
otro que la actual Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios.
La ermita de
Nuestra Señora de Belén. A finales del siglo XIX, y quizás principios del siglo XX, aún existía
dicha ermita, que se hallaba junto al puente llamado de Belén. Fue construida
en el año 1621, según consta en actas del Cabildo del mes de junio de ese año.
Hoy está totalmente desaparecida.
La ermita de
Nuestra Señora de la Sierra es el Santuario de la Virgen de la Sierra (patrona de nuestra ciudad),
enclavado en la Sierra de Cabra, en pleno Parque Natural de las Sierras
Subbéticas. Su construcción comenzó en el año 1260, sufriendo una gran
remodelación en 1591, conservando prácticamente su estado actual.
De la
antigua ermita de Nuestra Señora de la Esperanza y San Marcos no quedan
vestigios. Incluso la nueva ermita de San Marcos, construida en 1740, quedó
totalmente destruida en 1844.
Por
completar este escrito, habría que destacar también la ermita del Calvario
y la más alejada de Cabra, como es la ermita de la Esperanza.
La ermita
del Calvario está en lo
alto de un cerro, entre las carreteras de Baena y Nueva Carteya. Es de sólida
construcción, y en el camino que conduce a ella hay varias cruces de piedra.
Actualmente
se ha restaurado. En la Cuaresma se realiza un vía crucis donde el Cristo del
Calvario es llevado hasta la Parroquia de la Soledad, desde donde hará su
desfile procesional en Semana Santa junto con la imagen de Nuestra Señora del
Rosario.
La ermita de
la Esperanza se halla a
unos catorce kilómetros de Cabra. Se erigió en parroquia en 1735. Fue
construida modestamente. A la espalda de esta ermita había un pequeño
cementerio. Hoy está destruida.
Me dicen:
—¿Sabías que
una antigua puerta de la ermita del Calvario miraba hacia la puerta de la
ermita de San Cristóbal?
¡Sorprendente,
¿verdad?!
Pero ahí no
acaba la cosa. Igualmente, me manifestaron que, en realidad, todas las ermitas
de Cabra tenían una conexión de esta manera.
¿Vosotros
qué pensáis?
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Ermita de la Virgen de la Sierra |
No sé muy
bien por qué, de los diferentes conventos que ha habido en Cabra, desde siempre
me ha llamado la atención el desaparecido convento de San Francisco de Paula,
llamado también convento de Mínimos, y del cual quisiera contarles lo que me ha
sido posible conocer. Quizás pudiera ser por una curiosidad que, sin duda,
maximicé en mi imaginario infantil cuando me la contaron, entendiendo quizás de
otra forma lo que simple y realmente fue. Y es que, en una ocasión en que se
hizo una nivelación para la descripción de la ciudad de Cabra y sus calles,
resultó que se señalaba con cotas iguales el vértice o cúspide del campanario
de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción y Ángeles con la
grada de la puerta de este convento. Una curiosidad añadida a la atracción que,
desde niño, he sentido por los conventos, con su claustro, sus celdas, el
atrio, las capillas y los huertos, y que me ha hecho muchas veces fabular con
la vida de castidad y pobreza que rige en estos recintos.
El convento
de San Francisco de Paula se estableció en Cabra. Se denomina convento de
Mínimos por pertenecer a esta orden religiosa católica, fundada por el ermitaño
San Francisco de Paula en el siglo XV. El nombre de “mínimos” hace referencia a
la humildad de estos religiosos. En el colmo de la humildad, sus miembros se
autoproclamaban los más insignificantes del clero. Se otorgó la licencia el día
19 de enero de 1589 por la duquesa de Baena y condesa de Cabra, doña Francisca
Fernández de Córdoba. No hay constancia de que la condesa hiciera donación
alguna; se limitó a autorizar la edificación.
Conocemos
los nombres de los padres franciscanos que componían la comunidad de San
Francisco de Paula por el padrón general redactado en 1590 y revisado en 1595,
lo que nos hace suponer que serían los mismos que habían fundado el convento en
1589. El vicario o corrector del convento fue fray Cristóbal Torrodado, al que
acompañaban fray Bartolomé Martínez, fray Luis de Espinosa, fray Jerónimo de
Contreras y fray Pedro de Carmona, así como un hermano llamado fray Francisco.
En total, seis personas.
Cuando el
convento estaba en su primera fase de obras, los frailes se alojaban en una
casa de la calle Doña Leonor, que hace esquina con la calle Álamos.
No es hasta
el 29 de enero de 1612 cuando se reconoce como fundadores del convento a don
Luis de Soto Valdivieso y a su mujer, doña Isabel Francisca. Los fundadores
ofrecen un donativo de 1000 ducados y se obligan a hacer capilla en la iglesia
nueva. El libro de Nicolás Albornoz y Portocarrero atribuye la fundación del
convento, el 29 de enero de 1589, a los Excelentísimos señores don Antonio
Fernández de Córdoba y doña Francisca Fernández de Córdoba, condes de Cabra.
(He creído necesario incluir los dos apuntes que he obtenido por mis lecturas,
dada la discrepancia de estos datos referentes a la fundación del convento).
Cuentan que
fue el convento depósito de curiosidades artísticas de mucho mérito, pero hoy
se ignora dónde están. Entre estas curiosidades citaré una urna de cristal que
contenía muchos huesos de santos.
No hay una
fecha exacta que nos señale la desaparición del convento de Mínimos de Cabra,
pero en el desenlace fatal podemos indicar tres causas: la Ilustración, la
quiebra económica y la desamortización de bienes eclesiásticos. Así pues, acabó
convirtiéndose en una finca de recreo, tras el derribo de todas sus
instalaciones.
¿Dónde
estuvo situado ese convento? En un acta del Cabildo, fechada el 22 de enero de
1589, se acordó conceder tierras en el llano de San Marcos para construir el
convento. A nuestros días no han llegado restos del mismo. Dicen los cronistas
que estuvo situado a la falda de la sierra, en el llano que aún se llama de San
Francisco, como a ochocientos metros de la población, en la parte derecha del
camino que hoy conduce a la estación del ferrocarril.
Por una escritura de arrendamiento otorgada el día 3 de mayo de 1721, ante el escribano Pedro Fernández de Cara, sabemos que la finca arrendada lindaba con una huerta del convento de San Francisco de Paula. ¿La huerta de los hermanos Cárdenas podría ser la que fue del convento? En la zona de almendros que había en esa huerta se podían ver, cuando yo era un crío, restos de majanos.
Nota: Dos días después de publicar por
primera vez este escrito en mi página de Facebook, un concejal del Ayuntamiento
de Cabra me confirma que, cuando se realizó el Parque Europa, aparecieron
restos de este convento.
Hubo en Cabra una sociedad única en su clase, que se fundó allá por el año 1889, demostradora de las ficiones cultas de sus habitantes, nunca desmentidas.
El nombre, un tanto original: “El Lekanaklub”, algo así como Centro de las Bellas Artes. Imitando a la Academia Española, cada socio tenía su sillón y su letra, y quien deseaba ingresar lo solicitaba por escrito y en verso, tanto los de la localidad como los forasteros.
La sociedad fue fundada, junto a don Miguel Gutiérrez Jiménez, por el director de su instituto y poeta sevillano don Luis Herrera Robles. Fue el propio don Juan Valera quien apoyó a su amigo don Miguel Gutiérrez en la fundación de esta sociedad cultural, siendo Valera, junto con Menéndez Pelayo, un fuerte entusiasta de la misma, en la que participaban todos los elementos de la cultura e ilustración existentes en Cabra. Hubo solicitudes de ingreso notabilísimas, como la del señor don Trinidad de Rojas, de Antequera.
El día del santo del dueño de la casa donde se reunía la sociedad —que era la vivienda del ilustre traductor de la Eneida, doctor don Luis Herrera y Robles, en la calle Priego— se celebraba una seiscena; es decir, durante seis noches se ofrecía una cena a escote (dividiendo la cuenta a partes iguales).
Estas cenas se celebraban en el jardín de la casa y presidía la mesa un busto de Cervantes, colocado artísticamente. En todas las veladas se brindaba por todos los comensales en décimas con el mismo pie forzado (improvisar con pie forzado es componer una estrofa de diez versos —en general, octosílabos— en la que el poeta debe terminar con un verso ajeno). Aquello resultaba curiosísimo e ingenioso, pues algunas composiciones eran verdaderamente notables.
El reglamento de la sociedad tenía un solo artículo, que decía:
Artículo primero. No hay reglamento.
Poco más puedo añadir de esta sociedad ya que no tengo idea de que ocurre con El Lekanakub. Si se dar por finiquitada a la muerte de los fundadores, si continúa con algunos de los partícipes en ella. Lo cierto es que no he hallado más referencias a ella.
Bibliografía:
Obtenida del libro Historia de la Ciudad de Cabra, de Nicolás Albornoz
Portocarrero.
Nota:
En el libro de Nicolás Albornoz, la fecha de fundación de la sociedad aparece
como 1789, lo cual debe de ser un error de imprenta o del autor, dado
que el fundador de la sociedad nació en 1847 y se graduó en Filosofía y
Letras en 1868. Obviamente, la fecha más razonable para la fundación es
la que he puesto.
Boceto de los fundadores de la Sociedad Lekanaklub
omo he indicado, los fundadores de la sociedad denominada: -El Lekanaklub- fueron don Luis Herrera y Robles y don Miguel Gutiérrez Jiménez, que boceto brevemente para que conozcan someramente a estos ilustres señores.
D. Luis Herrera y Robles, nació en Sevilla el 21 de mayo de 1838. Llegaría a Cabra como catedrático por oposición de Retorica y Poética en 1868. Durante 25 años está vinculado como docente al Instituto de Cabra, siendo director educativo y rector del su Colegio en tres ocasiones: de 1875 a 1883, de 1884 a 1886 y de 1891 a 1892. La gestión de D. Luis Herrera elevó al Instituto-Colegio a uno de los períodos más importantes de su historia.
Como curiosidad un
alumno destacado entre 1887 y 1891 que cursó sus estudios con un expediente
brillantes se encuentra Niceto Alcalá Zamora.
De la
figura de D. Luis Herrera y Robles puede deducirse que atendió más a su
vocación lírica que a la llamada del ministerio religioso. En la
producción literaria de Herrera Robles destaca su traducción en verso
castellano de La Eneida de Publio Virgilio Marón, la epopeya latina escrita en
el siglo I aC. por encargo del emperador Augusto con el fin de glorificar el
Imperio, atribuyéndole un origen mítico. Virgilio elaboró una reescritura, más
que una continuación, de los poemas homéricos tomando como punto de partida la
guerra de Troya y la destrucción de esa ciudad, y presentando la fundación de
Roma a la manera de los mitos griegos. La traducción cuenta con un prólogo de
don Juan Valera en el que alaba el trabajo del presbítero. Está editada en
Sevilla en 1898.
Muere en Sevilla en 1907.
Miguel Gutiérrez Jiménez nació en Los Gualchos en 1847. Estudió bachillerato en el Sacromonte y en 1868 se graduó y doctoró en Filosofía y Letras.
Ganó las oposiciones de catedrático de Gramática Latina y Castellana, que luego permutó por Retórica y Preceptiva, y ejerció en Teruel, Segovia, Cabra, Jaén, Córdoba y Granada.
Precedido de su fama literaria, intervenía activamente en la vida cultural de las ciudades donde vivió, y dejó huella con innumerables colaboraciones en la prensa local.
Entre los alumnos de la última promoción a la que dio clase se encontraba García Lorca, alumno suyo en los cursos 1911-12 y 1912-1913
En busca de El Lekanaklub
Me he obsesionado con encontrar la casa de don Luis Herrera Robles, aquella en la que se reunían los miembros de la Sociedad Lekanaklub. La labor de investigación resulta prolija y compleja: cuando ya crees que tienes una pista, surgen dudas y aparecen nuevas líneas que plantean más interrogantes.
Lo cierto es que, recorriendo la calle Priego y llamando a todas y cada una de las casas decimonónicas que hay, en ninguna encontré evidencia de que fuera la que buscaba. No sé por qué, pero a mí me dio el pálpito de que pudiera ser la casa del Centro Filarmónico Egabrense, y aunque hice algunas preguntas, no obtuve respuestas.
Leyendo un
libro del callejero de Cabra, este hace mención al Centro Filarmónico Egabrense
con el siguiente texto:
Cierto es que Jerónimo Enríquez de Herrera es propietario de la casa cien años antes de que se fundara Lekanaklub; así pues, solo el parentesco que pudiera existir entre este señor Jerónimo y don Luis Herrera nos dará la respuesta y nos sacará de dudas.
Como casi todo lo que ocurre en la vida, la casualidad me llevó hasta una casa en el número 24 de la calle Teniente Fernández (esta calle se llamaba, en el tiempo que nos ocupa, calle Hornillo), esquina con la calle Bachiller de León. En ella vi con asombro un enorme perchero de madera color caoba, con dieciséis colgadores para abrigos y sombreros, y una medida de algo más de 3,60 metros.¿Quiénes colgaban ahí sus abrigos y sombreros?
Inmediatamente me invadió la curiosidad por saber más sobre esta peña de hombres que allí se congregaban y qué fines les unían, ya que pertenecían a distintos ámbitos profesionales: médicos, abogados, jueces, tenderos, etc. En común, todos eran hombres de nombre y prestigio, de los más notables de la sociedad de aquellos arduos años de mediados del siglo pasado. Todos caballeros; de ahí que haya quienes los recuerdan por el nombre de Sociedad de los Caballeros Agustinos.
Tras una
breve conversación con la actual propietaria de la referida casa, me comentó
que en una de las paredes —ya pintada por encima— había una placa, sin precisar
el material, con una sentencia en latín de Horacio.
Recordando
que Luis Herrera fue traductor de la Eneida, ¿podría ser posible que pusiese
un breve poema del gran poeta romano Virgilio? ¿Estaríamos entonces en la casa
donde participaban todos los elementos de la cultura e ilustración existentes
en Cabra, pasando por don Pedro Iglesias Caballero, don Vicente Toscano y
Quesada, etc.?
No hemos
podido sacar nada en claro, dado que la familia es propietaria de la casa
aproximadamente desde los años treinta del siglo XX, y para nada les sonaba el
nombre de la sociedad Lekanaklub.
Pero hete
aquí que se abre otra vía de investigación sobre lo que bien pudiera ser la
misma sociedad con un nuevo nombre, o bien otra sociedad totalmente distinta,
creada ya a mediados del siglo pasado.
La abuela de
la señora que tuvo la amabilidad de atenderme servía las bebidas que consumían
los señores que se reunían en la casa. La sociedad que parece haber existido
entonces era la Sociedad de los Caballeros Agustinos.
Como campo
de trabajo para conocer a sus miembros, me remite a un escrito de Lucas
Zamarriego, en su obra Agustinos y Olé. En ella se hace una semblanza de
las personas que acudían a este club.
Como hemos
mencionado, tenemos una casa donde había una inscripción en latín de Homero, lo
que, teniendo en cuenta que Luis Herrera fue el traductor de la Eneida,
nos lleva a suponer que pudiera ser esa la casa. ¡Seguiremos investigando!
¿Quién fue Lucas Zamarriego? Lo poco que he encontrado hasta este momento es
que fue un médico pediatra-poeta avecindado en Cabra y muy ligado a todas sus
actividades artísticas.
Lucas Zamarriego García —desconocido para mí y
seguramente para muchos de ustedes— fue también autor de una obra titulada Te prometo ser cautiva (1950), una zambra
que narra un crimen pasional y a la que el maestro Rodríguez López puso música.
Llegados a este punto, he de significar que
Luisa, la que atendía el bar, es tía del maestro Rodríguez. Junto a su marido
Isidoro, servía las tapas y copas que los Agustinos reclamaban.
Mi curiosidad me plantea una irresoluble
pregunta: ¿por qué el maestro Rodríguez puso música a la Zambra de Zamarriego? Cierto es que carece de mayor
importancia, bien porque fuera por su tía —quien pudo haberle hecho llegar la Zambra— o bien porque Zamarriego fue
secretario del Centro Filarmónico Egabrense. Como ya hemos dicho, fue un hombre
muy ligado a todas las actividades artísticas de nuestra ciudad. Así pues,
conociéndose por esta causa el maestro Rodríguez y él, sin duda sería motivo
suficiente para que este se sintiera atraído por ponerle música.
De lo poco que puedo añadir de Lucas
Zamarriego es que también escribió, en 1945, junto a Óscar Mirasoti y Jacinto
Capella, otra obra titulada ¡Qué suerte
tienes, Venancio!.
Cuando publiqué este artículo en la revista Cabra, culta y poética, me hicieron llegar una foto en la que vemos a algunos de los miembros de los Agustinos: Modesto Pérez Aranda, Rafael Gutiérrez y su hermano, Luis Cabello, Antonio de la Iglesia y el propio Lucas Zamarriego. Podemos intuir, como ya apuntábamos, que no solo se reunían a tomar unos vinos. Estos caballeros, como se aprecia, estaban muy ligados a los acontecimientos culturales, religiosos y manifestaciones populares de nuestro pueblo, y participaban en ellas activamente.
Quizás yo
esperaba encontrar una connotación más literaria en sus reuniones, teniendo en
cuenta que venía buscando la casa donde se reunían los miembros de Lekanaklub.
Lo cierto es
que no hay mal que por bien no venga: he conocido a esta hermandad. Poco más me
resta por decir de los Agustinos; creo que ya he explicado lo que fue esta
hermandad, que llegó a ser algo más que una simple peña de amigos.
Adéntrense
en su templo leyendo la reproducción de libro: Estampas de la Placeta. Los Agustinos ¡Y olé!, que nos acerca a todos y cada uno de ellos.
Alguien le habrá hablado de “Los Agustinos”
y “usté” habrá creído que son religiosos
frailes recoletos, buenos y hacendados,
en vida entregados a ritos divinos.
Alguien le habrá dicho que allí hay hermandad
y “usté” habrá pensado, sin duda, un momento
en esos hermanos y en ese convento
que orgullo y envidia son de la ciudad.
Pues bien, yo le invito a entrar en clausura,
como convidado; verá que derroche
de lo que en la vida se llama unión pura….
Véngase conmigo, que se hace de noche.
Una plaza, una taberna,
un mostrador; Isidoro;
José María que alterna y un canario que es un
coro.
Un estanco, y allí Luisa,
Luisa es en la casa el ama,
es sencilla y es sumisa,
menos cuando le entra prisa
porque el marido le llama
para apuntar con la “tiza”
lo que pidió Antonio Lama.
Pase “usté” conmigo; aquí a la derecha,
tras una cortina, la modesta sala,
quizá un poco corta, también algo estrecha,
pero que a lo limpio y a lo honesto avala.
Siéntese conmigo y escúcheme atento.
Clávelo muy fijo para su memoria:
estamos, amigo, dentro del convento.
¡qué digo el convento!: dentro de la gloria.
-¿Esto es un convento?,
me pregunta serio
mi amigo el turista.
-Es un Monasterio.
Mire el Reglamento
que tiene a la vista.
Léalo y compruebe
si hay comunidad.
-Pero aquí se bebe…..
-Eso es santidad.
-Luego es una peña?
-Más bien un “Peñasco”.
Isidoro, el frasco de Elías y Leña.
Y ahora los dos juntos, pues soy perro viejo,
y aquí su presencia pudiera alterar
lo que ya, por norma, casi es un festejo,
con una botella detrás del espejo,
los dos muy atentos vamos a observar….
Se descorre la cortina levemente,
movida por muy leve y frágil mano
y aparece la figura de Vicente,
que en esta noche es el primer hermano.
Vicente es un buen hombre que en la esquina,
Inunda la Placeta con chacina.
Se sienta en la silla,
hace su cigarro,
prende una cerilla,
se sacude el barro,
pregunta a Isidoro
si vino Manjón
y en este momento
entran por el foro,
uno con bufanda
y otro con calor.
Aquel que quema es Aranda,
el otro, el de la bufanda,
Pepe el Administrador.
Ya hay puestas tres copas
llenas, en la mesa;
se habla sobre ropas,
se anuncia “Torresa”
y en seria y sencilla manera de hablar,
los tres agustinos se dan a libar.
Con un “Buenas noches”, que es educación
Y en él un poema, entra saludando,
El cuarto agustino; se llama Fernando,
Fernando de nombre, de rama Manjón.
Aranda “interrumpe su conversación”
y Fernando, fino,
le dice al vecino
que tiene lentejas y que es la ocasión.
Entonces Acosta, que está hecho un negocio,
olvida a Torresa y a Lucas su socio
y a Fernando llora con el corazón;
pues es lo que él piensa, de aquí yo algo
saco,
pero le interrumpe una muy nutrida
reunión de personas que soltando un “taco”
(porque terminaron la dura partida)
llegan al convento de la gran reunión.
El mal humor es dos es manifiesto,
la alegría sin par hay en aquél,
la pena está en Garrido y en Modesto,
la alegría tan solo, en Rafael.
Después los tres saldrán haciendo eses,
sin acordarse del cruel partido,
ni quien en esta noche lo ha perdido.
Solo Gutiérrez sabe que Meneses
fue el compañero del jugar medido.
Saludos y frases de puro ritual,
Pepe se lamenta, “estuve muy mal”,
lo que hoy me ha ocurrido no pasa otra vez,
Modesto repite: “¡fatal y fatal!”,
“yo, desde mañana, juego al ajedrez”.
Los “catas” correspondientes,
y las caras se tornan sonrientes.
Y en este milagro que produce el jarro,
que a los vencedores y al vencido aúna,
tras la cortina una tos perruna
demuestra que llega alguien con catarro.
Los ojos fulgurantes de locura,
Las facies aquineática y rosada,
el prototipo de la cara dura
con un aire de enfermo hace su entrada.
No saluda a ninguno, cosa fea;
se va hacia su rincón, y muy callado,
lleno de tos, de vino de disnea,
espera ser tan solo preguntado.
Pepe Garrido, que ahora está a su lado,
habla de Pepe Luis, y él, amoscado,
aunque por pocas cosas se mosquea,
dice, entre esputos, sangre y exudado,
¡dejadme en paz, que hoy tengo cefalea!
Pero aunque el corazón en él galopa
y tiene veinte mil patologías,
a Isidora reclama que su copa
venga colmada de Solera Elías;
Después al Quinisal,
al Edifeno,
al Bellargal,
y a los Alcalisales,
Andrés se llama el cazador de males.
Más acaba de entrar Pedro Moreno,
aire de rectitud y de bondad,
que trae con su presencia a la hermandad,
lo que no tiene Andrés y que es lo bueno.
Con él la mezcla de la seriedad,
en la magna virtud de ser ameno,
y con él otra copa de solera
-¡Oro!... No pide “Oro”, pide de primera.
Oro es que llama el bueno de Isidoro,
como Pepe, tan solo hace una seña,
para pedir el vino, y no de Leña,
aunque el vino de Leña, será “Oro”.
Oro de calidad, oro en el jarro,
oro de paladar, oro brillante…
En la cortina, Navarro
y el agustino volante.
En él la ciencia distraída,
que le cura a Urbano de sus males;
en Luis Cabello la amargada vida,
que le producen los Municipales.
Navarro huele a Sulfamida,
Cabello a los sociales
Seguros
que los duros
nos cuestan a todos los mortales.
Se sienta Navarro,
se sienta el volante,
dos “catas que aumentan,
y otro viandante,
que llega sediento
ocupa su asiento
cerca de Manjón.
Este nuevo hermano,
trae tabaco habano
y tiene su abrigo
un cuarto botón.
Se llama este amigo
Psvhii… Psvhii
Manolo Rascón.
Empieza la discusión
sobre el precio de la oliva
y aún engrosa la reunión
pues que en el acto aquí arriba
el más non plus presidente
el que se por nada se arredra
es en el fútbol valiente
nuestro Presidente Piedra.
-“Muy buenas noches, señores”.
Ea ya está; buen ambiente,
el domingo el Crevillente
visita nuestros colores.
Otro copazo
y Antonio Iglesias que llega,
con él viene Paco Casas
que tras molturar sus pasas,
por fin su estómago riega,
con el líquido sedante,
“Oro” les pone delante
cantando por seguidillas
los dos catas, y las sillas
en el sitio que hay vacante.
Ya la algazara es completa,
cuando como un Serafín,
y tirando de receta,
penetra Paco Marín
que en la medicina pita.
Se sienta; y a “Oro” le llama,
pide sólo una copita,
pues espera la visita
que lo saque de la cama.
Con sombrero Calanés,
y la sonrisa en la cara,
en una mano la vara
y botines en los pies
entre bromas y cuplés,
con aire de seguidilla,
se nos presenta “Tintilla”,
que es pariente de tío Andrés.
El no tiene vicio;
mire, ni se sienta,
se bebe sesenta,
sin salir del quicio.
Eso es muy humano,
mas… entra su hermano.
No, no se moleste;
me iré muy temprano.
Tengo un mano a mano
con el Arcipreste.
otras ya vacías,
se quitan las penas
vienen alegrías.
Isidoro dice ¿en dónde derramo?
y aquí pongo “Leña”, y aquí pongo “Elías”.
Entran por la puerta Don Manuel Megias
Con voz muy potente, con voz de su amo.
Si el uno es conocido el otro es popular,
si Don José es la llave, Megias ejemplar.
Dos copas, Isidoro, que tiene que llenar.
-¿Quiénes aquel muchacho callado
que no le he visto entrar y se ha sentado;
pero por todos él se ha levantado
para su silla ofrecer, con gran firmeza,
no me lo ha presentado?
-¡Qué torpeza
se lo debí de presentar,
es lego y se da al libar.
Por beber y por ser fino;
es aspirante a Agustino
y se apellida Jodar.
-Luego hay legos?...
-Los precisos
en toda sana ordenación;
pero contemple la reunión
es el momento de escuchar.
Fíjese V. en Pepe Garrido,
Ahora a Isidoro va a llamar.
“Oro” estoy desecho,
Me encuentro sediento, mocho, mocho, mocho,
y mientras furioso, se desgarra el pecho,
se toma diez tapas todas con su ocho.
Manolete, Pepe Luis;
Carbón, le
pone una multa,
que si el Fondón le sepulta
que si es el mejor anís;
que si en Coria se ganaron
que si Luz en “Vista hermosa”
que si la segunda fase
que qué mujer más hermosa.
Alguien habla de una herencia;
que debe dejar Urbano,
una frase, una sentencia
del “muo”, que es mal hermano;
y entre bromas y veras y verás?
y entre Navarro sujetar sus gafas,
van consumidas ya sus dos garrafas
cuando llega alegrete, el buen Tomás.
“He dicho que no y basta”, grita Pepe,
no consiento que me hagas este feo
de eso se más que puede saber Lepe
eres, Andrés Urbano, un gran Pigmeo.
Cabello se aparte; se ríe Modesto;
Isidoro suda, y Luisa echa el resto
apuntando tapas y apuntando copas.
Se retorna a López, a hablar de sus ropas,
y entre veinte voces distintas se escucha,
con aire de payo que es aire andaluz,
anda hoy desembucha
durmiendo te gano, más claro la luz.
-¡Qué sana alegría!
se lo dije a usted
-¿Y esta algarabía….?
-durará aún un rto;
sólo son las diez.
-Y ¿esto es a diario?...
-Sólo siete días en cada semana,
que es lo necesario.
La reunión se afana
en que no haya envidias en el calendario,
-más mire un momento:
entra el Secretario
ahí fuera se escucha ya su clara voz
serio en apariencia
en leyes es ciencia
Moreno La Hoz.
Pero viene tarde; quizá de pleito,
pues la abogacía tiene sus reveses;
si viene a estas horas, de seguro creo
que ha “estao” de pleito, pero con Meneses….
Que si el Secretario llega aquí a las diez
y hace que esta noche el vino lo cate
es porque ha sufrido del duro ajedrez
la enorme caída de su rey por mate.
-¿Ya están todos?
-No señor;
faltan dos que nunca vienen;
¡y sin vino se sostienen!:
uno de ellos el Prior,
el Prior es Don Francisco
Aranda, una gran persona,
Según él está hecho un cisco,
Y el vino le desentona.
-¿Está enfermo?
-No lo crea;
tiene miedo y eso es todo
de que aquí no se le vea
reír y empinar el codo.
El otro es Juanito Ruiz
también hombre muy formal,
que sin tener ningún mal
no viene aquí a ser feliz.
Son hermanos sin clausura,
de lo que es la blanca hora.
Mas para nuestra ventura
viene Don Buenaventura
del brazo de Manuel Mora.
Son legos de una constancia
del convento y el beber
que se les debe de hacer
Agustinos, sin instancia.
El primero es Director
de un banco de mil resortes:
Manolo, procurador
de las Españolas Cortes.
Y los dos, como verá,
Procuran esparcimiento:
-Amigo, qué bien se está
en este raro convento!
Pregúntele a Don Miguel
Rodilla, que muy pausado,
poco a poco, se ha adentrado
en este alegre tropel.
A él que no le gusta el vino,
viene a olvidar los dementes
por estar entre estas gentes
que le hacen perder el tino
y tómase un cata que otro.
Igual que el señor Merino,
Don Vicente, que constante
viene de muy buen talante
muy educado y muy fino,
y que se bebe su cata
como Agustino honorario;
y como ellos a diario,
ante Luisa se retrata.
-Y usted ¿qué hace aquí?
-Yo, nada
lo
mismo que los demás,
es decir, hago algo más:
Si alguno pide una tapa,
que la buena Luisa trae,
perdido si se distrae
ésta pues se escapa.
Solicito que de Baco
traiga Isidoro la esencia
y aguanto con gran paciencia
que alguno saque tabaco,
digo alguna tontería
Le doy consejos a Urbano;
charlo con José María;
y en pagar poco me afano.
Me gusta ver a Garrido,
enfadado por los toros,
espachurrarse el oído
y con Modesto hago coros.
Cerillas y siempre pido,
y así, amigo paso el rato,
salgo comido y bebido
y me sale barato.
-Mas, fijese; se levantan;
cada uno se gradúa,
si no existe pulso y púa.
Mire cómo se adelantan
y mire cómo allí sola
Luisa se quita la cola
que va dejando el dinero,
sin tanto de camarero
y compases de gramola.
Después la sala vacía:
silencio; la soledad;
y a esperar el nuevo día que traiga algarabía
de la perfecta amistad.
-Conque ¿qué me dice “usté”?
-Permita que le bendiga
por el rato que pasé,
y permita que le diga
¡Los Agustinos! ¡y olé!
La
importancia de los medios de comunicación en Cabra durante la segunda mitad del
siglo XIX es notoria, a tenor de la prensa local que se editaba en nuestra
localidad. Muestra de lo que decimos son los siguientes periódicos que se
publicaban:
El Egabrense, El Semanario de Cabra, La
Voz del Pueblo, El Pueblo, La Opinión de Cabra y El
Popular.
El Egabrense nace el 6 de junio de 1882, fundado
por una sociedad compuesta por jóvenes sin más recursos literarios y
pecuniarios que un gran entusiasmo, según nos dice Nicolás Albornoz en su libro
Historia de la ciudad de Cabra.
Su primer
director pudo ser el oficial de Infantería don Rafael Hernández y Mohedano,
aunque otras fuentes afirman que fue don José Cabello Roig, catedrático de
Física y Química del instituto Aguilar y Eslava. Se publicó con ocho páginas, a
dos columnas. Su periodicidad era semanal: salía los domingos en principio,
para hacerlo después quincenalmente. La redacción y administración se ubicaba
en la calle Priego, número 42. Entre sus colaboradores destacamos a don Manuel
Reina Cortés (poeta), don Luis Herrera y Robles (traductor de La Eneida
de Publio Virgilio Marón, la epopeya latina escrita en el siglo I a. C.) y
otros notables hombres de ciencia y letras.
El Egabrense, aunque ya en edición digital, ha
llegado hasta nuestros días.
El Semanario
de Cabra comenzó a
publicarse el 7 de agosto de 1892, aunque hay una contradicción con el libro de
don Nicolás Albornoz, que sitúa la fecha en 1894. Consta de dos hojas y sus
páginas se distribuyen en tres columnas. La redacción y administración se
situaban en la calle Alonso Vélez, número 4. Curiosamente, El Egabrense
también pasaría a tener su redacción y administración en esta calle y en ese
mismo número, aunque también la tendría en el número 10. Según Nicolás
Albornoz, fue dirigido por el malogrado poeta egabrense don Vicente Toscano y
Quesada (Victosque). Cuando Vicente Toscano marcha a Barcelona a formar parte
de la redacción de La Defensa Industrial y Mercantil, el periódico es
dirigido por don Ángel Hernández Mohedano. En 1897, el director del semanario
es don Alfredo Hurtado y Rodríguez.
Nicolás Albornoz nos dice que este periódico solo tuvo una vida de unos siete u ocho años. Lo cierto es que se mantuvo hasta 1906, aunque sufrió algunas interrupciones.
La Voz del
Pueblo nace el 13
de octubre de 1894. El formato es prácticamente el mismo que el del Semanario
de Cabra: tres grandes columnas por página, dejando normalmente la última
para anuncios. Se publicaba los sábados.
Su
dirección, en un principio, parece estar a cargo de un consejo de dirección.
Sin embargo, desde el número 10, correspondiente al 10 de diciembre de 1894,
figura como director del semanario don Casimiro Reyes y Ortiz.
En el número
42 figurará en la cabecera como administrador don José R. Toscano y Quesada,
hermano del admirado poeta (Victosque), que tantas colaboraciones brindaba al Semanario
de Cabra.
La redacción
y administración de este semanario, en un principio, se situaba en la calle
Santa Rosalía, nº 11. En diciembre de 1894 se cambia de establecimiento tipográfico,
imprimiéndose y pasando a ser propiedad de don Manuel Cordón y Muriel.
En el último
número de julio de 1895 se publica el siguiente anuncio para los suscriptores:
“A partir del 1 de agosto, se publicará este periódico por lo menos una vez cada semana, sin determinar la fecha de salida”.
El Pueblo es un semanario político que nace
el 13 de abril de 1903, siendo su director don José de Silva Jiménez.
Durante su
ausencia, ocupa la dirección del periódico el distinguido abogado don Ramón
Escofet y Molinello y, en sustitución de este, don José Redondo de Trueba,
redactor y accionista del mismo.
A comienzos
de 1906 hay un relevo en la dirección y administración del periódico. Su
periodicidad es semanal, publicándose los domingos, pero de acuerdo con la
flamante Ley de Descanso Dominical pasa a publicarse los sábados.
En el número
14 se abre una sección titulada Tribuna Libre, en la que se insertarán
artículos e informaciones ajenas a la redacción, cuyos trabajos irán firmados
por los autores.
En la tarde del 3 de agosto de 1905 se baten en duelo don José Redondo de Trueba y don Manuel Fernández Lasso de la Vega, dos personas vinculadas a este semanario, resultando el segundo herido en la mano derecha y en la parte interior del muslo izquierdo. El Pueblo se despide temporalmente, anunciando en ese mismo número la reaparición de La Voz del Pueblo, de cuya dirección se hará cargo el mismo director del periódico que anuncia su retirada.
La Voz del
Pueblo (1909) se
subtitula en esta época Periódico semanal independiente. Consta de dos
hojas a cuatro columnas. La última hoja se dedica completamente a anuncios.
El director
es don Eladio Reyes Cruz.
Desde el 6 de marzo de 1909 se incorpora al periódico una nueva columna: Resumen Semanal, en la que se recoge lo sucedido en la población a lo largo de la semana, intentando reflejar lo acaecido en el ayuntamiento o en cualquier otra institución egabrense.
La Opinión
de Cabra es un
periódico independiente y plural. Su primer número fue publicado el domingo 17
de marzo de 1912. Fue fundado por un grupo de egabrenses entre los que se encontraban
don Manuel Mora, don Julián Aguilar, don Alfredo Hurtado, don Joaquín Cañero,
don Manuel Roldán, don Luis Flores, don Juan Soca y don Manuel Cordón.
Durante su
primera etapa —a la cual pertenece el número que aquí reproducimos— fue el
órgano de la vida cultural egabrense, y ahí podemos ver colaboraciones de Pedro
Garfias o Tomás Luque, a los que se pueden añadir otros como Pedro Iglesias
Caballero, Juan Soca, José Ruiz Moreno (Thales) o Juan Carandell.
Durante
muchos años fue conocida como Decenario de la Virgen de la Sierra,
referencia que sigue intentando mantener en la actualidad. En el año 1987, con
motivo del 75.º aniversario, le fue concedida la Medalla de Plata de la
Ciudad de Cabra por el Ayuntamiento, como reconocimiento a su labor periodística
en el siglo XX.
El último
número en papel apareció el 17 de agosto de 1989.
Desde el mes de febrero de 2002, esta histórica cabecera de la prensa local egabrense fue cedida a la Fundación Aguilar y Eslava, quien viene publicando desde entonces con periodicidad mensual, aunque ya solo en formato digital. Se ha convertido en el informativo digital de referencia para nuestra ciudad.
El Popular. El 18 de septiembre de 1918 nacía
en Cabra El Popular, con el subtítulo Semanario independiente. En
1922 se hizo cargo del mismo Manuel Mejías Rueda, centrándose en asuntos
locales (fiestas, ecos de sociedad, etc.), a la vez que daba cabida a
colaboraciones de un grupo de jóvenes con inquietudes literarias: Tomás Luque,
M. Fernández Lasso de la Vega, Pedro Iglesias, Pedro Garfias. En 1929 pasa del
tamaño tabloide al de folio, aunque se aumentaron las páginas de dos a cuatro.
Desde
finales de 1968 se dejó de publicar algunas semanas, interrumpiéndose en mayo
del año siguiente. En esta etapa fueron redactores del semanario Luis Cabello
Vannerou, Antonio Moreno Hurtado y José A. Sáenz-López.
En diciembre de 1969 volvió a la cita con los suscriptores, intentando revitalizar los contenidos, dándose preferencia a las noticias y actividades de la entonces prestigiosa Radio Atalaya, y entrando como redactores Francisco Carmona Roldán, Adolfo Molina Guardón y Juan Moreno Rosa. Se mejoró el papel y la impresión, se ampliaron las páginas, se prodigaron las fotos y se iniciaron nuevas secciones de reportajes, deportes y música pop. En septiembre de 1972 se publicó el número 2.622, que ya sería el último.
Para cerrar
este artículo no debemos dejar atrás otros periódicos, que con un componente
político y satírico tuvieron como denominador común una corta andadura:
La Ortiga nació el 20 de agosto de 1903.
Semanario satírico, literario y festivo. En marzo de 1904 se cambió el
subtítulo por Órgano del Partido Republicano del Distrito. El periódico
siempre mantuvo su aire anticlerical y republicano.
Apolo. El 10 de junio de 1907 nacía en
Cabra el semanario de mayor circulación de Andalucía. Se definía como un
periódico satírico, literario y festivo, alejado de la política. El 29 de junio
de 1908 fue el último día que acudió a la cita con sus lectores.
Egabro, periódico republicano que comienza su andadura a comienzos de 1933. Según don José María Garrido Ortega, el número 20, del 20 de diciembre de 1933, sería posiblemente el último. Constaba de cuatro páginas, con secciones fijas: editorial de contenido político, información y comentarios sobre teatro, deporte y toros de la localidad, además de artículos de opinión y temas culturales.
El Egabrense, El Semanario de Cabra, La
Voz del Pueblo, El Pueblo, La Opinión de Cabra, El Popular,
La Ortiga y Apolo tienen un denominador común: sus páginas están
repletas de poesía. Poetas egabrenses que, como hemos citado, bien fundaron o
colaboraron en estos periódicos. Por ello, para acabar, señalaremos que nos
llena de satisfacción poder decir que Cabra es culta y poética, lo que nos hace
sentir orgullosos de haber nacido en esta tierra.
Bibliografía:
- Historia de la ciudad de Cabra, de don Nicolás Albornoz y
Portocarrero.
- Cabra en su prensa 1880–1910, de don José Camero Ramos.
- La Opinión de Cabra.
- La prensa de Cabra, por José María Garrido
Ortega.
El bombardeo de Cabra «La barbarie olvidada de un bombardeo inútil
El 7 de noviembre es una fecha luctuosa,
grabada en el corazón de los egabrenses. Cada año conmemoramos el aniversario
del bombardeo de Cabra.
Cabra, una ciudad alejada del frente
activo —pues este se encontraba a más de 1000 km—, sin medios de defensa y
cuando estaba a punto de acabar la guerra, fue bombardeada sin piedad por tres
aviones republicanos. Sin embargo, curiosamente, la masacre sufrida por este
bombardeo es el hecho más desconocido de todos cuantos se produjeron en nuestra
última guerra civil española. Sus cifras —109 muertos y más de 200 heridos— son
comparables con las del bombardeo de Guernica. La repercusión mediática del
bombardeo egabrense es tan escasa que incluso parece querer ocultarse. Duelen
las distintas varas de medir, según quiénes sean los protagonistas de unos u
otros hechos.
Esta es mi pequeña aportación para no
olvidar un hecho tan luctuoso y, de paso, recordar a protagonistas reales que,
como veremos en este relato, sufrieron sus consecuencias. Eran familiares de mi
mujer o míos.
Viviremos con los protagonistas las tres
peores consecuencias del bombardeo: la de la muerte —cruel para todos los que
la sufrieron como consecuencia del mismo—, la de los heridos, que de una manera
u otra trastocaron su vida, poniendo en peligro no solo su salud, sino su
hacienda o su modo de vida. Y, por último, aquellos que tuvieron la fortuna de
no sufrir en sus carnes ni el horror de la muerte ni mayor herida que lamentar,
más que la de contemplar desde la distancia el salvajismo de un bombardeo
contra la población civil.
El horror de la muerte
El niño Jesús Ruiz Cuevas (tío de mi
mujer) había acudido a comprar batatas, acompañando a su padre a la plaza del
mercado. De saber que serían sus últimos momentos de vida, seguramente habría
renunciado a ir a por tan delicioso manjar, que le encantaba.
Solo escuchó un ensordecedor ruido. Eran
las 7:31 de la mañana del 8 de noviembre de 1938; aún no había cumplido los
nueve años de edad. El ruido provenía de tres aviones republicanos modelo
soviético Tupolev SB-2, más conocidos como Katiuskas, unos aparatos
fabricados desde 1936 y conocidos por su ligereza y rapidez. Su tripulación era
totalmente española. En escasos cinco minutos dejaron caer una veintena de
bombas, que provocaron no solo su muerte, sino la de 109 personas más, así como
200 heridos. Arrasaron el centro de su pueblo, Cabra (Córdoba), en pleno
corazón de lo que hoy conocemos como la Subbética. Las bombas cayeron sobre la
plaza del mercado, y en especial sobre el barrio obrero de la Villa. Casi 2000
kilos de bombas de diverso tamaño —15, 70, 100, 250 y 500 kilos— dejaron caer,
lo que provocó la magnitud de la masacre. La bomba de mayor tamaño cayó en el
mercado, la que acabaría con su vida y con las de 35 personas más en el acto, y
otras 14 posteriormente a consecuencia de las heridas causadas. Mujeres, niños,
hombres... En el mercado de abastos egabrense, en ese momento, se hallaban
numerosos campesinos, no solo de la población, sino de toda la comarca: era día
de mercado semanal.
El resto de los muertos y heridos se
encontraba en el destrozo ocasionado por otra bomba similar que detonó en la
esquina de las calles Platerías y Juan de Silva, así como en las que cayeron
sobre el barrio de la Villa.
Su cadáver, como el de muchos otros, fue
trasladado en carrillos y con capachos a los hospitales, donde eran
amontonados. Su hermana Angelita, que colaboraba como voluntaria con la Cruz
Roja, descubrió con horror, cuando levantaba las mantas que cubrían los
cadáveres, su pequeño cuerpo yacente.
La desventura de los
heridos
Mi bisabuela Vicenta Chacón Pérez tenía
un puesto de frutas y hortalizas en el mercado. Había madrugado más que otros
días, ya que era día de mercado semanal y acudiría más gente de otras
poblaciones. Mi madre, Emilia Álvarez Muñoz, que contaba con tres años de edad,
y su hermana Vicenta (conocida por todos como Pepa, contaba con nueve), estaban
en el puesto con su abuela. Mi abuelo, Antonio Álvarez Escalera, acababa de
llevar un saco de calabazas al puesto de su suegra; había venido desde las
huertas de Alcantarilla con él al hombro. Cogió en brazos a la más pequeña,
fueron a comprar churros y salieron del mercado para desayunar en casa. Esta se
encontraba en el número 16 de la calle Norte.
En la esquina de la calle Córdoba con la
calle Norte oyeron el ensordecedor ruido, y rápidamente corrieron para
refugiarse en la casa. En ese preciso instante, el puesto de mi bisabuela era destruido,
y ella resultó herida por metralla en el glúteo.
En otro lugar del mercado, el abuelo de
mi mujer, Rafael Ruiz López, con un brazo destrozado por la metralla, no pudo
abrazar a su hijo Jesús, de ocho años, que yacía en el suelo. Pero su desgracia
fue aún más dramática cuando los facultativos que le atendieron pretendieron
cortarle el brazo. Un obrero con trece hijos, cuyo medio de subsistencia para
toda su familia eran sus manos.
Crueldad y bestialidad
contra una ciudad alejada del frente activo
Los protagonistas reales del siguiente
relato tuvieron la suerte de poder contarlo. Esta otra historia real, créanme,
me la contó mi suegra María Isabel Lardín Herrera. Su padre sentenció con dos
palabras el salvajismo del bombardeo.
En el cortijo Rivero, propiedad de don
Domingo Montes, su mujer Dolores estaba desayunando. El estruendo de los
aviones republicanos Tupolev SB-2, que acababan de pasar, la hizo levantarse de
la mesa, y con la taza de café con leche en la mano, corría nerviosa de un lado
a otro de la casa, sin saber muy bien lo que hacía. Todo le hacía presagiar lo
que, unos minutos más tarde, sucedió.
Rápidamente, el humo que se veía
proveniente de Cabra tras los bombardeos —a pesar de que dicho cortijo se
encontraba a más de tres kilómetros de distancia— preocupó enormemente a don
Juan José Lardín Romero, que trabajaba en el cortijo y, dejando sus aperos de
labranza, corría hacia la casa diciendo: “Adiós, Cabra. Adiós, Cabra”.
Poco después, mucha gente que despavorida abandonó la ciudad se refugió en ese cortijo. La masacre ya se había consumado. La barbarie olvidada de un bombardeo inútil que, el 7 de noviembre de 1938, a las 7:31 horas de la mañana, dejó 109 muertos y más de 200 heridos. Un bombardeo que no tuvo un Picasso, que ha sido desconocido para gran parte de la opinión pública.
La rama familiar de los Picasso procede de Sori,
una pequeña localidad de la región de Génova. Allí nació Tommaso
Picasso (1728–1813), quien tuvo varios hijos, entre ellos Giovanni
Battista, casado con Isabella Musante. De esta unión
nacieron, entre otros, Tommaso Picasso (Sori, 1787–Málaga,
1851), marino de profesión que se estableció en Málaga hacia 1807 junto con su
hermano Giovanni.
En Málaga, Tommaso contrajo matrimonio en 1810
con María Guardeño, nacida en Cabra. Juntos tuvieron seis
hijos. El quinto fue Francisco Picasso Guardeño, quien más
tarde se casaría con Inés López Robles. Esta pareja sería la
abuela y el abuelo maternos del pintor. Su hija, María Picasso López,
se casó con José Ruiz Blasco, y fruto de esa unión nació, el 25
de octubre de 1881, el universal artista Pablo Ruiz Picasso.
De María Guardeño poco más se sabe, salvo lo que
ha recogido la Fundación Picasso (Museo Casa Natal – Ayuntamiento de Málaga).
Y, sin embargo, el simple hecho de que una de las mujeres que forman parte del
árbol genealógico del artista naciera en Cabra ya es motivo de asombro y
reflexión.
¿No resulta curioso que, siendo su bisabuela
egabrense, Picasso no pintara un "Guernica" andaluz? Quizá no lo hizo
porque no se lo pidieron… o no le pagaron como sí lo hicieron por el Guernica
original: unos 50.000 francos iniciales y otros 150.000
después. Nueve veces más de lo que se había abonado hasta entonces por
cualquiera de sus obras.
Como dato final, conviene recordar que dos años
antes de pintar el Guernica, Picasso había realizado
un aguafuerte titulado Minotauromaquia, en el que ya estaban
presentes muchos de los elementos icónicos de su obra más conocida: el caballo
herido, la mujer con el candil, las figuras femeninas en la ventana… ¿Fue
entonces el bombardeo de Guernica el verdadero detonante de la obra o solo un
marco conveniente para una composición ya en marcha?
Pero esa, como suele decirse, es otra historia. Y otro misterio del universo Picasso.
Don Vicente Toscano y Quesada
No he logrado averiguar con certeza su fecha de
nacimiento, pero sí me ha sido posible conocer lo que motivó a D. Vicente
Toscano y Quesada a abrazar la poesía. Fue, al parecer, gracias a las lecciones
del maestro D. Luis Herrera, quien despertó en él el amor por los clásicos, y a
la lectura de las obras de su paisano, D. Juan Valera, que depuraron su gusto
literario. Sus versos llamaron la atención desde el inicio por su galanura, su
atildamiento y una corrección irreprochable.
El periódico El Semanario de Cabra publicó
sus primeras inspiraciones, y en las reuniones de la singular sociedad
egabrense LeKanaklub, leyó composiciones poéticas que fueron
calurosamente elogiadas por los ilustres literatos allí reunidos. Entre ellos,
destacan dos nombres de altura: el insigne D. Juan Valera y el sabio Marcelino
Menéndez Pelayo.
Pese a ser para mí un autor hasta hace poco
desconocido, los escasos datos que he podido recabar no solo me revelan que
saboreó tempranamente las mieles del triunfo —al obtener el premio de honor en
los primeros Juegos Florales celebrados en Córdoba—, sino que fue varias veces
laureado en certámenes y concursos poéticos de la época.
Incursionó también en la literatura dramática con la
comedia en verso Los pergaminos de marras, una obra escrita con extraordinaria
corrección, de versos sonoros y accesibles, que fue representada con buen éxito
en el Gran Teatro de Córdoba por la compañía del Sr. Espejo.
Cuando las exigencias de la vida lo empujaron al
periodismo, su pluma giró hacia un tono más festivo y satírico. Aunque siempre
ingenioso, no brilló tanto en estos registros como en su poesía elevada y
seria.
En las redacciones de los periódicos en que
colaboraba, buscaba un rincón solitario donde escribir sin ser molestado. Allí
pasaba horas enfrascado en sus versos. En una ocasión, tardó cinco o seis días
en terminar una composición. Durante ese tiempo, evitó que nadie leyera las
cuartillas, cuando lo habitual era que mostrara cada estrofa apenas la
concluía. Al final, mostró con orgullo una primorosa poesía cuya disposición
métrica dibujaba con ingeniosa simetría la forma de una copa.
Consciente de que la literatura no le ofrecería
sustento, y falto de recursos en Córdoba, regresó a su pueblo natal en busca
del amparo de su familia. En Cabra, los dolores morales y físicos terminaron
por vencerlo tras una larga y desesperada lucha con el infortunio. Murió joven,
demasiado joven. Tal vez con aquella amarga reflexión en los labios, que muchos
atribuyen a su ingenio:
“En este mundo, el hombre que rebuzna tiene más suerte
que el que habla”.
Don Manuel
Roldán Cortés
Como médico, alcanzó notable popularidad. Nunca olvidó
sus humildes orígenes, y era reconocido por su generosidad y buen humor. En sus
últimos días, acompañó y reconfortó al también egabrense Vicente Toscano y
Quesada. De Roldán se decía que “el enfermo, al ver su corazón, su alegría y su
optimismo, salía curado de su consulta”.
Desde joven, cultivó la poesía. Formó parte del
colectivo de escritores que dieron vida a la publicación satírica La
Ortiga, junto con Lasso de la Vega y el dibujante José Ruiz Moreno
(Thales). Más adelante, fue cofundador de la revista poético-satírica Apolo,
junto con Juan Soca, Joaquín Cañero y Manuel F. Lasso. También participó
en La Opinión, donde a veces firmaba bajo el seudónimo de “Silvio”.
Colaboró activamente en la segunda etapa del Semanario
de Cabra y fue una figura clave en el grupo dinamizador literario
integrado por González Meneses, Pedro Garfias, Iglesias Caballero y Luque. Con
sus amigos de tertulia poética organizó el homenaje a Juan Valera en el Teatro
Principal, con el fin de recaudar fondos para sufragar la lápida conmemorativa
en la casa natal del ilustre escritor.
Su producción literaria abarcó ensayos, sainetes y
poemas. En este último género, bebió de las fuentes del Movimiento
Modernista, dejando constancia de un estilo cuidado, irónico y sensible.
Poetas egabrenses del ultraísmo
¿Qué fue el Ultraísmo?
El Ultraísmo fue un movimiento lierario
vanguardista, originado en la España de 1918 como oposición al modernismo tradicional
que imperaba en las letras españolas desde finales del siglo XIX.
El ultraísmo surge obedeciendo a la necesidad de superar
el modernismo imperante desde 1880, caracterizado por un refinamiento casi
narcisista y aristocrático, un imaginario cosmopolita y cierto empeño renovador
de la métrica.
Los poetas ultraístas, fueron
grandes defensores de la libertad de
expresión y de la exploración artística, superando a
menudo las fronteras entre los géneros expresivos y echando mano a nuevos
métodos, imaginarios y filosofías.
Los ultraístas
rechazaban la rima en la poesía rehuyendo lo sentimental, lo trágico y el
intimismo. Por el contrario proponían la utilización de la metáfora, los
neologismos, tecnicismos y las palabras esdrújulas, en sus composiciones.
Nace en Cabra en 1893, en el seno de una familia
humilde. Huérfano de padre desde los siete años, su infancia transcurre en un
ambiente cercano, de alguna forma, al mundo de las letras. Trabajó como
aprendiz en el seminario literario Apolo y
como cajista en los talleres de otro seminario egabrense: La
Voz del Pueblo.
De su amistad con Pedro Garfias y Tomás Luque
Moyano, con quienes coincide en el IES Aguilar y Eslava, surgen sus inquietudes
literarias.
En 1913 publica, junto a Juan Soca Cordón y bajo
el seudónimo de “Picón”, el libro Siluetas de mujeres
egabrenses. Asimismo, en colaboración con Pedro Garfias, publica la
comedia Los hijos de la luna, un homenaje al escritor Juan
Valera.
En 1916 publica en Málaga su poema El
amor que muere.
En 1917 estrena la pieza teatral La
caída de la tarde, de tema andaluz y picaresco.
En 1918 resulta ganador del primer premio de los
Juegos Florales de Baena con su obra Carmen.
Compuso la letra para una oración, con música del
maestro Moral, para la Hermandad de Jesús Preso de Cabra.
Una suscripción popular permitió que Iglesias
Caballero marchara a Madrid “en busca de la gloria literaria”. En la capital,
frecuenta los ambientes literarios, como las tertulias organizadas por
González-Blanco, Gómez de la Serna y, en especial, la que Cansinos Assens
organizaba en el Café Colonial, donde participa en la elaboración y firma del
manifiesto ultraísta en 1918, a pesar de haber militado inicialmente en las
filas modernistas.
Es considerado Iglesias Caballero uno de los
precursores del movimiento conocido como “ultraísmo”, si bien, enseguida, este
poeta rechaza las tesis ultraicas y arremete contra ellas.
En 1929 publica su obra Las
angulas, con la que ganó el premio del semanario Blanco
y Negro del periódico ABC.
En 1935 gana la Flor Natural de los Juegos
Florales de Soria con la poesía La puerta de los tres huertos.
Colaboró en periódicos y revistas como La
Esfera, El Imparcial, y como
colaborador fijo en ABC y Blanco
y Negro.
Murió en Madrid en 1937, a los 43 años de edad.
Como escribía el bibliotecario José Pérez Muñoz en sus notas para una biografía
en el libro Antología de Pedro Iglesias Caballero,
la prematura muerte de este poeta, cuando se encontraba en el inicio de su
madurez literaria, hizo que su producción no fuera muy extensa y nos privó, con
toda seguridad, de la mejor parte de su obra.
Por iniciativa de Manuel Megías, en 1947 se
publica una amplia colección de sus poesías. Se conserva esta recopilación, ya
que, con el estallido de la Guerra Civil, se perdieron el manuscrito original y
los cuadernos que estaba preparando para la edición de sus poesías.
Nace en Cabra, el día 1 de julio de 1897. Rubricó
el “Manifiesto Ultra” en Madrid y, junto a Pedro Garfias, fue considerado por
la crítica como el bastión de Ultraísmo español incluso en tierras
sudamericanas.
A partir del 5 de abril de 1919, publica
asiduamente en “El Popular”, a veces, bajo el seudónimo de TOQUELU.
Colabora en las revistas de vanguardia de la
época: “Grecia”, “Ultra”, “Cervantes”, “Horizonte”, “Alfar” …
En 1931 aparece su obra poética recopilada bajo
el nombre genérico de “Poemas inconexos”,
de la que Rafael Cansinos-Assens realiza una crítica magistral en la revista
“La Libertad” de Madrid, en noviembre de 1931.
En Madrid, Tomás Luque conoce al poeta y
periodista inglés Leslie Bannister Walton, que había venido para elaborar un
estudio sobre el Ultraísmo español, y sintoniza con él en las tesis más
progresistas del momento poético de 1920.
Los poemas de Tomás Luque fueron traducidos al
inglés por Walton, y al polaco por los pintores ultraístas Wadyslaw Jahl y M.
Paskiewic.
Sus principales obras son:
Artículos periodísticos: “Trovador de amores” (1917), “Los
Paladines” (1919), “Querido amigo
Juan Soca” (1919), “Los fracasados” (1919),
“Supervanidad” (1919), “No hacer” (1919), “El prójimo” (1919).
Crítica
literaria: “Los Ultra” (1919), “La nueva poesía” (1920), “Pedro Garfias” (1920).
Poesía: “Poemas
inconexos” (1931).
Murió en 1968.
No es egabrense de cuna, ya que nació en
Salamanca en 1901, aunque a los nueve años ya estaba en Cabra. Queda constancia
de sus estudios en el Instituto Aguilar y Eslava. Es aquí, en nuestra ciudad,
donde creció, se educó y nació al mundo de la poesía.
Colaborador de la prensa local del momento, La
Opinión y El Popular, encontraremos la mayoría de los poemas de
su juventud desperdigados en las páginas de la misma.
En 1918 se instaló en Madrid e inició la carrera
de Derecho. Sus inquietudes vanguardistas le llevaron a enrolarse en la
tertulia del Café Colonial, que organizaba Rafael Cansinos Assens, llegando a
participar en la redacción del primer manifiesto ultraísta, publicado en 1918 y
firmado por Xavier Bóveda, César A. Comet, Guillermo de Torre, Fernando
Iglesias, Pedro Iglesias Caballero, José Rivas Panedas y J. de Aroca.
Desde Madrid, en el año 1919, envía sus crónicas
ultraístas a El Popular.
Participó en la fundación de revistas de la
órbita ultraísta, como Horizonte (donde colaboraron Alberti y Lorca).
Publicó su primer libro en 1926, titulado El ala del sur.
En 1931, con la llegada de la Segunda República
española, se politiza e ingresa en el Partido Comunista, en el que militó hasta
su muerte. Con la llegada de la guerra civil española, permanece afecto al
bando republicano; actúa como comisario del batallón Villafranca y del batallón
Bautista Garcet. También estuvo en el frente de Córdoba como comisario político
en Pozoblanco y en Valencia con el cargo de Comisario General de Guerra.
Colaboró en el periódico Frente Rojo y en las revistas Hora de
España y El Mono Azul.
En 1938 se le concede, junto a Emilio Prados, el
Premio Nacional de Literatura.
Acabada la guerra en 1939, se exilió a Francia.
Fue hecho prisionero y estuvo en un campo de concentración; luego pasó a Inglaterra.
Allí escribiría su libro Primavera en Eaton Hasting. El 13 de junio de
1939 llega exiliado a México. Murió en Monterrey en 1967.
Sus obras literarias abarcan no solo la poesía,
sino también el teatro. Como curiosidad, su obra de teatro Los hijos de la
luna, escrita con Pedro Iglesias Caballero, fue estrenada en Cabra a fin
de obtener fondos para la lápida de la casa natal de Juan Valera.
Aquí lo voy a dejar. Mañana hablaré de Pedro
Iglesias Caballero. Pero antes les dejaré un breve apunte de lo que fue el
ultraísmo, que, como he indicado, tanto Pedro Garfias como Pedro Iglesias
Caballero, entre otros, firmaron en el primer manifiesto ultraísta.
El ultraísmo es un movimiento artístico-literario
que nació en España en 1918, como un modo de rebeldía ante el modernismo, el
cual era el estilo dominante en la poesía en lengua española desde finales del
siglo XIX.
El ultraísmo estuvo caracterizado por proponer
complicadas innovaciones, como el verso libre, imágenes atrevidas y simbolismo,
como desafío a los esquemas tradicionales.
El nombre ultraísmo se origina de la
palabra ultra, que significa “máximo”. En el manifiesto literario del
ultraísmo, publicado por primera vez en el año 1919, se formula la esperanza de
que el movimiento renovase la literatura y lograse el impulso para que esta
llegase a su “ultra”.
Este es un movimiento bastante interesante, pero
poco conocido y, como muchos movimientos vanguardistas que surgieron en la
época como oposición a las corrientes principales, fue disuelto en el año 1922
en España.
BREVE RESUMEN DE LOS PASOS EN SU RECORRIDO POR
LAS CALLES DE CABRA
En mi pueblo. la Semana Santa es sin duda una de las más importantes que se celebran en Andalucía, declarada de Interés Turístico Nacional en 1989. Sus Hermandades, el magnífico patrimonio histórico-artístico de las mismas, la calidad de las Imágenes que se procesionan contribuyen a ello.
De Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección. Ocho días intensos, en los que veintisiete hermandades salen a la calle con sus elementos tradicionales, con sus símbolos, con sus Imágenes Titulares.
DOMINGO DE RAMOS
Van a dar las doce, se abren las puertas de la Iglesia Conventual de las RRMM Agustinas, comienzan a salir nazarenos cuyo colorido de sus vestimentas, amarillo y marfil, es magnífico para acompañar el paso de Nuestro Padre Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén, popularmente conocido como "La Pollinita". Mucha chiquillería acompaña a este paso portando palmas y ramas de olivo.
La Plaza de San Agustín, la calle de la Fuente y el resto de las calles por donde transcurre su estación de penitencia se llenan de gente.
En la tarde, los pasos de Nuestra Señora de la Misericordia, El Lavatorio y Nuestro Padre Jesús de la Oración en el Huerto abrirían las puertas de la Parroquia de la Soledad y de la Asunción y Ángeles para hacer su estación de penitencia por las calles de mi pueblo, llenas de gentío, para contemplar la belleza de estas imágenes realizadas, entre otros escultores, por Manuel Escamilla y Manuel Miñarro.
El colorido de las túnicas de los "capuchones" nazarenos, de cada una de las tres hermandades: blanco y malva (Misericordia), marrón (Lavatorio), rojo y blanco (el Huerto).
Los sones de la música de las diferentes agrupaciones que acompañan los pasos de Jesús y María.
Las largas filas de alumbrantes y devotos, olor a incienso y aroma a azahar, cera y flores.
LUNES SANTO
La Plaza Aguilar Eslava, frente a la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, está a rebosar. El sol de la radiante primavera y que ya se haya adelantado el horario al de verano hacen que los presentes pugnen por una leve sombra, esperando la salida de la Real Hermandad del Santísimo Cristo del Calvario, María Santísima de la Concepción, San Juan Evangelista y Nuestra Señora del Rosario. En un vistoso trono con palio.
La vestimenta
de los nazarenos es negro y rojo.
Respeto, luto y recogimiento. Comienza la cuenta atrás en La Pasión y Muerte de Nuestro Señor.
Caída ya la tarde, la noche ha hecho su presencia; algo de fresco invita a abrigarnos si queremos acompañar en su estación de penitencia a la Hermandad del Santísimo Cristo de la Sangre y Tambores Enlutados. A las 22 horas hace su salida de la Parroquia de la Asunción y Ángeles. En su recorrido por las estrechas calles del barrio de Cerro, el Cristo Crucificado, portado sin trono, pareciera que los brazos de la cruz casi rozan las fachadas de las casas.
El monótono sonido del tambor, cuyo eco es ronco, dado que los tambores están enfundados en una tela negra, queda roto por el rezo de vía crucis. La vestimenta de los nazarenos burdeos y negros, la belleza del Cristo en la cruz, obra de Agustín de Vera. El olor a incienso que embriaga los sentidos.
MARTES SANTO
En la barriada Virgen de la Sierra. Un humilde barrio de esta bonita ciudad, la Parroquia de San Francisco y San Rodrigo abrirá a las 19:20 horas las puertas de su templo.
La Hermandad del Santísimo Cristo de la Sentencia en sus Burlas y Coronación de Espinas y Nuestra Señora Santísima Virgen de la Paz comenzará su estación de penitencia. Sus nazarenos de blanco y rojo comienzan a bajar la escalinata que hay a la entrada de la iglesia.
Portan al Cristo mujeres muy jóvenes y valientes, costaleras que a golpe de costal bajan lentamente y emocionan al público asistente.
Los costaleros hombres, también muy jóvenes, llevan a la Virgen en su trono con palio, meciendo por bambalinas. Grita el capataz: ¡Así, bien mecío!”.
El público suspira calmado cuando los pasos de Jesús y María por fin han bajado las escaleras. Y aplauden a los costaleros, hombres y mujeres, que tan arduo esfuerzo han realizado bajando esos peldaños.
Aunque esta Hermandad hace un largo recogido para, desde este templo, alcanzar la Carrera Oficial, la mayor dificultad está en la salida de su iglesia.
La
carrera oficial llena de gente; sentadas en sus sillas, esperan pacientes.
MIÉRCOLES SANTO
Las siete son pasadas, y treinta y cinco minutos para ser exactos, se han abierto las puertas de la Capilla de Capuchinos del Convento de RRMM Escolapias. La Hermandad Escolapia de Nuestro Padre Jesús Caído y María Santísima del Buen Fin, procesiona en un paso con palio a la "Virgen de los estudiantes" o, más exactamente, La Virgen del Buen Fin, que es obra de José María Oriol.
Nazarenos de negro y rojo. A golpe de costal hace su recorrido.
Veinte minutos antes, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de las Necesidades de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán ha salido para hacer la estación de penitencia, con nazarenos de túnicas burdeos y blancas; aunque no parezca tan larga la fila de "capuchones", la de alumbrantes y devotos es inmensa y acompañan a esta imagen de Jesús con la Cruz. Este Cristo de enorme belleza es una obra anónima del siglo XVIII.
Embriaga el aroma a incienso en las calles durante las estaciones de penitencia, y a la entrada y salida de los templos.
JUEVES SANTO
Es uno de esos tres días que, como cuenta un dicho popular, reluce más que el sol y, en la Semana Santa de mi pueblo, es uno de los días grandes de la Semana de Pasión.
No hay un momento de descanso y comienzan a desfilar de madrugada un inmenso número de nazarenos que visten túnica negra, capirote, abotonadura y cíngulo de color rojo. Con su salida de la capilla de la Fundación Termens, inicia su estación de penitencia la Hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración. Se procesiona el Cristo sobre los hombros de sus hermanos entre antorchas.
Respeto, luto y recogimiento. Se reza el Santo Vía Crucis.
Tampoco hay un momento que sea menos atractivo; si los pasos de madrugada nos erizan los vellos y nos encogen el alma, los de las mañanas o tardes con la masiva participación popular en el transcurrir de los pasos por plazas, calles y rincones de especial belleza invitan a visitar nuestra Semana Santa.
Esta mañana en muchas casas, en la cocina se terminan de preparar los pestiños, ensaladillas y hasta albóndigas de bacalao, o el "rosoli", licor de café con anís.
Aunque son las dos de la tarde ya pasadas, en la Carrera Oficial la Virgen de la Piedad parada está; ha salido de la Parroquia de la Asunción y Ángeles y está haciendo su estación de penitencia. Me pregunto: ¿qué pasará? No oigo los sones de la banda de música, pero a medida que voy al encuentro de la imagen, oigo el canto de una saeta que brota como flor de primavera en la mañana, porque la saeta de mi pueblo tiene un estilo peculiar y muchos nombres propios que desde antaño la han cantado. Hasta mujeres a comienzos del siglo pasado, y aprovecho para homenajear a la abuela de mi mujer, Sierrita Cuevas Luque, sin olvidar ya más recientes, entre muchos otros saeteros, a José Córdoba, José Cobo, el Paleto, Manuel García Lama, Pedro Barranco García y otros muchos más.
La tarde del jueves santo las puertas de la Asunción y Ángeles han abierto de par en par. Son varias las hermandades que sus estaciones de penitencia con la salida desde esta iglesia iniciarán. En primer lugar, con un paso. La Pontificia Apostólica muy Antigua y Venerable, Ilustre y Real Archicofradía de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Prisión (El Preso) (1664)
Los "abejorros", añafiles, trompetas de origen árabe, con su particular sonido nos anuncian que se acerca el paso. Los costaleros que portan sobre sus hombros a Jesús el Preso, obra de Nicolás Salzillo del siglo XVIII, llevan el traje de judío típico de esta ciudad. Los nazarenos visten túnica de blanco y morado.
En segundo lugar, con dos pasos: La Hermandad de Nuestro Padre Jesús amarrado a la Columna y Azotes, Nuestra Señora María Santísima de la Caridad y San Juan Evangelista. (1,660). En un primer paso en un trono, admiraremos las impresionantes tallas de Nicolás y Francisco Salzillo de Nuestro Padre Jesús amarrado a la columna que nos desgarrará el corazón. Y los "sallones", que igualmente son de este autor.
En un segundo paso, bajo palio a la Virgen de la Caridad y San Juan Evangelista.
La larga fila de nazarenos cuya vestimenta es blanco y color cardenal. Granate y blanco. Acompañan los pasos de Jesús y María.
La Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza a las 20:30 horas de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán hará su salida con su titular, la Virgen de la Esperanza, una talla anónima, en un trono con palio y con sus nazarenos de túnica verde.
Cierra este jueves santo la Sacramental muy antigua, siempre Ilustre, Venerable, Real, Fervorosa, Humilde y Seráfica Archicofradía de la Santa Vera-Cruz, María Santísima de los Remedios, Ilustre Cristo de la Sangre y Jesús de las Penas. (1522). Con la salida procesional desde la más antigua de las iglesias de esta localidad, la Iglesia de San Juan Bautista en el Barrio del Cerro.
La Virgen de los Remedios es una talla anónima del siglo XVII, y le acompañan nazarenos con vestimenta crema y verde agua.
Los cortejos procesionales, con su variado estilo en la forma y en los elementos. Romanos y judíos, tambores y trompetas "abejorros".
¡Ay, si todo fuera diferente! No dormimos en la madrugada, porque nadie quiere la Semana Santa perderse.
VIERNES SANTO
Cera, cruces y cadenas. La larga fila de nazarenos con túnica de cola de color negro y una cruz al hombro.
Silencio y oración. El característico ruido de las cadenas arrastrando que los nazarenos llevan atadas a unos de sus pies, sobrecoge en el silencio la madruga del Viernes Santo.
La Piadosa Hermandad del Santísimo Cristo del Socorro (El Silencio) (1589) comienza a la una su estación de penitencia. Su titular es el Cristo del Socorro, un Cristo crucificado cuya talla es anónima del siglo XVI, en un paso con trono. Su salida la realiza de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán.
No hay un momento de descanso y a las seis y media de la madrugada, con las sombras de la noche que aún no han dado paso a la mañana, al alba, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de Humidad y Paciencia recorre las calles desde la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, que vuelve a abrir sus puertas.
El Cristo, una talla de Jesús atribuida al genial escultor Martínez Montañez. Es conocida popularmente esta cofradía como la de los panaderos. Procesiona en un trono y los nazarenos llevan vestimenta de color marfil.
La mañana del Viernes Santo es una mañana de calles llenas de gente; el peculiar sonido de los añafiles nos anuncia que el paso de Jesús Nazareno recorre nuestras calles. La belleza de esta talla anónima del siglo XVI de Jesús Nazareno con su cruz de plata al hombro, su paso con trono, sus nazarenos de morado y marfil, cautiva a quien la mira.
Junto a Jesús, la Virgen del Rocío hará también en la mañana del Viernes Santo su desfile procesional. Esta imagen es la titular de la Fervorosa y Humilde Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Pasión, Nuestro Padre Jesús de la Salud, en su Sagrado encuentro en la Calle de la Amargura y San Juan Evangelista. Sus nazarenos de vestimenta azul Francia y marfil.
Romanos y judíos. Tambores y trompetas "abejorros". Nuestra Semana Santa está llena momentos inenarrables que hacen vibrar al pueblo.
TARDE DE VIERNES SANTO
Jesús muere en la cruz. Con voz fuerte dijo: Padre, en tus manos pongo mi espíritu. Y dicho esto. Expiró. La tarde se viste de luto.
La tarde del viernes, dolor y llanto. El paso de la Virgen de los Dolores, una talla anónima del siglo XVIII, con trono bajo palio. Nazarenos de azul royal y blanco. Realiza su estación de penitencia desde la parroquia de la Asunción y Ángeles.
El Descendimiento. El grupo escultórico lo componen: Jesús de las almas, las tres marías, Salomé, San Juan, José de Arimatea, Nicodemo y el soldado romano San Longinos. Los nazarenos llevan túnica negra y fajín de esparto. Su salida procesional parte de la Iglesia de San Juan Bautista.
La Virgen de las Angustias. La Virgen María con Jesús en los brazos, hermosa obra de José de Mora.
Paso de trono a costal, nazarenos negro cardenal. Su salida procesional la realiza desde el Convento de Nuestra Señora de las Angustias.
Respeto, luto y recogimiento en el paso del Santo Entierro. El sepulcro de plata contiene el cuerpo yacente del Cristo, una talla de Cecilio Trujillo de 1773.
Los nazarenos de morado y negro. Tambores y trompetas. Romanos, el Imperio romano de mi pueblo, la genial idea que un día materializaran Antonio Salido y Francisco Castro para encumbrar nuestra Semana Santa.
SÁBADO SANTO
Es un día de luto inmenso, de silencio para los que somos cristianos; es un día de espera vigilante de la Resurrección.
Abarrotada la calle de gentío que espera impaciente a las puertas del Convento de las RRMM Agustinas.
Comienza la madrugada del Sábado Santo, La Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Perdón (1964). Con su titular, el Cristo del Perdón, obra de José Mora (1697), en un majestuoso trono a costal, con nazarenos de túnica blanca. Iniciarán su estación de penitencia. Una decena de romanos de peculiar vestimenta encabezan el desfile.
Recogimiento y silencio solo roto por el rezo del Vía Crucis, al cual hacen su llamada a los nazarenos con el original sonido de unas tablillas.
La mañana del Sábado Santo es otro de los días grandes de la Semana Santa Egabrense la extraordinaria imagen dolorosa de la Virgen de la Soledad atribuida a Pedro Mena, su apenada angustia de belleza exultante. La multitudinaria cantidad de personas que aprovechan cada plaza, cada calle, cada rincón para ver el paso de la Virgen de la Soledad. Desde su salida de la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios. Los nazarenos con túnica de negro y blanco y el paso un trono a costal.
La saeta que brota como flor de primavera en la mañana en cada calle de su recorrido. ¡Oh Virgen de la Soledad!, tu dolor nos conmueve y arrepentidos de nuestros pecados, con estas coplillas populares que componen la saeta, nos atrevemos a cantarte contemplando tu dolor:
Paradla, por Dios, paradla.
¿Por qué no la paráis un momento
y que contempléis su dolor?
Porque su color es triste y dolorosa
pero pura como el sol
Y fragante como una rosa. (Saeta popular)
La tarde del Sábado Santo, la imagen dolorosa de la Virgen del Socorro, titular de la Hermandad de Nuestra Señora del Socorro, una bella imagen de busto tallado en madera estofado y policromado. Impresionante trono con palio, y una larga fila de nazarenos cuya vestimenta es granate y marfil.
Nuestra Semana Mayor se acerca a su fin.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Un gran repique de campanas de todas las Iglesias nos despierta al amanecer este domingo, que anuncia la alegría de la Pascua.
Jesús ha resucitado. Hoy es un día de gloria para nosotros los cristianos. Jesús nos da su última demostración de que él tiene poder sobre la vida y la muerte, por lo que tiene capacidad de darnos la vida eterna. Así pues, hoy celebramos la Resurrección de Jesucristo tras haber sido crucificado.
Junto a Jesús Resucitado, todas las cofradías, con su representación, asisten a la procesión. El desfile contiene una muestra del colorido y la variedad de las formas de los hábitos. Los emblemas de las hermandades, sus símbolos y su Hermanos Mayores, participan en esta procesión gloriosa que cierra nuestra Semana Santa. Realizando su salida desde la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán.
Las calles llenas de gente, y de júbilo el corazón.
Este relato toca a su fin. Seguro que rememorando nuestras tradiciones, aun cuando no podamos hacerlas patentes, también las renovamos.
Es la
Semana Santa de mi pueblo podría ser la de cualquier pueblo de España, por ello
estoy seguro que en vuestros corazones al igual que en el mío con estas breves
notas sobre la Semana Santa hayáis vivido la Pasión y Muerte de nuestro Señor
Jesucristo, porque si bien las procesiones son la escenificación del drama de
la muerte y la pasión, es también el tiempo para dedicarse a la oración y
reflexionar sobre nuestras acciones y los cambios que debemos realizar para
acercarnos más a Dios, pues Jesús con su infinita misericordia, se hizo hombre
siendo muerto y sepultado, para liberarnos del pecado.