El Ajedrez Medieval «Un caso del Inspector Granados»
El ajedrez medieval “Un caso del Inspector Granados” Cuando el Comisario Montes me ordenó subir con él a la habitación 223 del hotel, tuve un mal presentimiento. En ella se había cometido un asesinato. La persona encargada de la limpieza no abrió la habitación al percatarse de que un inmenso charco de sangre salía por debajo de la puerta y manchaba parte del pasillo.
Lo
que no esperábamos encontrar era solo la mitad superior del cuerpo de la
víctima, pues lo habían cortado en dos horizontalmente. Las náuseas y el vómito
que me produjo la tétrica visión del infortunado estuvieron a punto de hacerme
caer desfallecido. Por fortuna, el teniente Montes, que iba detrás de mí, me
sostuvo hasta que me repuse.
El
cadáver, o mejor dicho, lo que habían dejado de él, creí identificarlo como
Javier Luque, organizador de una subasta que se había celebrado dos días antes.
Recordaba perfectamente el contenido de la denuncia, pues yo mismo la redacté:
“Durante la preparación de la misma han sustraído de la sala de subastas una
caja de madera policromada, datada del siglo XVI. En su interior contiene
piezas de ajedrez que no corresponden a esa época, sino a una mucho más
anterior, dado que hay en ella tres figuras que no se utilizaban ya en el
ajedrez en ese siglo. No hay reina o dama, sino alferza; hay carros de guerra y
elefantes”. Citó textualmente el denunciante.
Posteriormente
estuvimos hablando de estas extrañas piezas, que eran típicas del medievo. Dado
mi escaso conocimiento del juego del ajedrez, durante esta conversación aprendí
que son treinta y dos piezas, dieciséis negras y dieciséis blancas, las
utilizadas para este juego. Asimismo, el tablero tiene 64 cuadros, la mitad de
ellos blancos y la otra mitad negros, dispuestos alternativamente, de modo que
cada casilla blanca está rodeada por cuatro casillas negras y viceversa.
Mi
instinto me llevó a creer que este brutal asesinato tenía que estar ligado de
un modo u otro con la desaparición o robo de la caja de la subasta. Buscamos
minuciosamente en la habitación cualquier indicio que nos llevara a determinar
cómo se habría cometido el crimen, siendo esta posible conexión la única pista
con la que contábamos.
En
el interior del armario empotrado del dormitorio, una caja fuerte adosada a un
costado y a la trasera del mismo apenas era perceptible, tapada por la ropa de
abrigo colgada allí.
En
su interior se hallaba la caja que había sido sustraída en la subasta; no había
duda alguna, por las características descritas en la denuncia.
Abrimos
la caja, y el contenido eran unas sorprendentes piezas de ajedrez. Una nota
escrita a mano, con una escritura garabateada e ilegible, decía lo siguiente:
El
ajedrez medieval de oro blanco y oro negro.
“Lo
sorprendente del contenido de estas piezas de ajedrez es que las dieciséis
piezas blancas están realizadas en oro blanco; las otras dieciséis, negras,
están talladas en oro negro.
Según
un certificado hallado en el interior de esta caja, este ajedrez fue realizado
por David Belis en 1920.
De
este tipo he hallado la siguiente información: unos años antes de ejecutar este
ajedrez, en 1911, dio a conocer al mundo el descubrimiento del oro blanco. Su
amor por las joyas y los metales preciosos lo llevó a estudiar en profundidad
este elemento, y lo consiguió mezclando con el oro el paladio, el níquel,
cobre, cinc o platino.
Aunque
hoy en día se utiliza más el níquel por ser más económico, este está realizado
en paladio. Las 16 piezas negras están talladas en oro negro. Lo primero a
aclarar es que el oro negro no existe como tal. La tonalidad oscura que lo
caracteriza se obtiene tratando la superficie de la pieza de oro amarillo y
aplicando un rodio negro que le confiere ese color distintivo.
Aunque
está hecho en 1920, las piezas son las que se utilizaban en el medievo, antes
de que a finales del siglo XV en España se hicieran las actuales reglas del
ajedrez. En estas nuevas reglas se incorporó la Reina o Dama, sustituyendo a la
Alferza. El movimiento de esta pieza dio un gran dinamismo al juego porque es
la más potente. Se dice que fue en homenaje a Isabel la Católica.
Es
evidente que este ajedrez es único; no existe en el mundo otro igual. Su valor
podría ser incalculable. Además, he observado que las piezas lucen perfectas;
no aparentan desgaste por uso.
Un
escrito anexo al certificado habla de las piezas que han servido de modelo para
estas, y están copiadas de un ajedrez realizado en madera policromada cuyo
tablero medía 30x30 cm, y al igual que la caja que contiene estas piezas,
estaba hecho en caoba. Cuando la invasión napoleónica, este ajedrez
desapareció; estaba en uno de los muchos castillos saqueados por los franceses.
Ahora no recuerdo cuál.
Las
piezas estaban diseñadas inspiradas en el primer gran tratado occidental de
ajedrez, que se lo debemos a Alfonso X El Sabio. En su obra “Libro del axedrez,
dados et tablas”, la pormenorizada descripción de las piezas que se utilizaban
entonces llevó a crear estas.
Vemos
la Torre, representada por tres caballeros armados. El Caballo está
representado por un caballo con un caballero armado sobre su lomo. El Rey está
sentado en su silla con su corona en la cabeza y la espada en la mano. El Alfil
está representado por elefantes con hombres armados encima. El Peón también
aparece armado, y he dejado para la última explicación la Alferza. Como hemos
citado, en el ajedrez actual se denomina Reina o Dama; en este ajedrez aparece
a manera del alférez mayor del rey.
Sopesando
el peso de esta pieza, la Alferza pesa aproximadamente el equivalente a 3 onzas
de oro, es decir, unos 120 gramos. El Rey, el Alfil, el Caballo y la Torre
pesan igual. Los peones pesan algo menos, 100 gramos.”
Tanto
el Comisario Montes como yo estábamos sorprendidos. Habíamos resuelto el robo
de la sala de subastas, pero ahora teníamos un cadáver, bueno, para ser
exactos, medio. Y la verdad, tampoco es que hubiéramos resuelto el robo;
habíamos hallado la pieza sustraída. ¿Quién o quiénes se llevaron la caja? Era
una incógnita.
Como
si leyera mis pensamientos, el Comisario Montes dijo:
—Tenemos la pieza sustraída de la sala de
subastas, y tenemos a quien seguramente lo hiciera.
—¿Piensa que es él?
—dije,
señalando a la víctima—. ¿Por qué cree que pondría entonces la denuncia? No
tiene sentido.
—Para
exculparse.
—Puede
ser, pero esto no es forma de matar a nadie. ¿Dónde estará la otra parte del
cuerpo? ¿Qué me dice de la letra de esa nota manuscrita? Sin duda es de un
médico o alguien acostumbrado a tomar rápidamente muchas notas, hasta el punto
de deformar su escritura a ese nivel. Creo que debemos investigar quiénes
acudieron a la subasta. Tengo una corazonada.
—Está
bien, Inspector Granados. Siga esa pista, a ver dónde nos conduce.
En
la lista de los asistentes solo figuraba el doctor Sancho García, un reputado
cirujano plástico que vivía en un barrio residencial de la ciudad.
Por
fortuna, el Comisario Montes accedió a acompañarme, porque lo que hallamos en
el interior de la vivienda fue la mitad superior del cuerpo del cirujano.
También lo habían cortado en dos horizontalmente.
El
Comisario Montes comentó, no sin cierta ironía:
—Esto
empieza a no tener gracia. Hasta ahora había visto cadáveres tiroteados,
apalizados, torturados, etc., pero al menos completos. Dos cadáveres cortados
por la mitad en un mismo día parece una broma de mal gusto. Inspector Granados,
para ser su primera semana de trabajo como policía, la verdad es que se lo
están poniendo difícil. Yo ya no me sorprendo de nada; mi jubilación está
próxima. Podría decirse que tengo dos pies fuera de la policía. Perdón por la
broma, pero ciertamente esto de encontrar cadáveres sin los pies no lo había
visto en toda mi vida profesional.
La
insistente llamada al teléfono del despacho del cirujano nos hizo volver a la
realidad de donde nos encontrábamos.
—Voy
a coger la llamada —le dije al Comisario.
—Está
bien.
—Sí,
dígame.
—Inspector
Granados, supongo que está con usted el Comisario Montes. Solo tienen que
cerrar el círculo y descubrirán quiénes sustrajeron la caja. Ahora que está en
poder de ustedes, seguro pronto estará donde debe estar: en un museo, por
tratarse de una joya, tanto por el valor de las piezas de joyería como por las
figuras talladas copiadas de un ajedrez del siglo XIII.
Ah,
por cierto. Recuerden: en el ajedrez, el tiempo es oro. No se lo tome como una
amenaza, pero ustedes acabarían igual que esos desgraciados si pensaran
quedarse con el ajedrez. Dos meses. En dos meses debe estar en cualquiera de
los tres grandes museos del ajedrez que existen en el mundo: Moscú, San Luis
(EE. UU.) o Ankara (Turquía). Lo dejo a su elección.
Permítame
una recomendación: localice en Francia el ajedrez que sirvió de copia para este
de oro blanco y negro, y que se llevaron los franceses. Le garantizo que
recorrer las pequeñas localidades de Francia donde hay museos de ajedrez le
resultará un buen pasatiempo de sus vacaciones. No se preocupe por los gastos:
su cuenta corriente no disminuirá un solo euro.
—¿Quién
es usted?
—No
le incumbe, Inspector Granados. Solo importa que estos tipos se creyeron que le
habían pegado una patada al tablero, pero el tablero ha acabado comiéndoles las
piernas a ellos. Yo ya he acabado mi trabajo. Usted solo, obre como le he
indicado. No quisiera volver a tener que hacer lo que me toca hacer.
FIN